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lunes, 30 de abril de 2012

LABERINTO DE ESPEJOS

Toni huía de sus perseguidores. Aquellos chicos que lo acosaban sin cesar por ser gordo, por llevar gafas, por sacar buenas notas, por no tener padre. ¿Es que no era suficiente en el instituto? A Toni no le gustaba la feria porque era demasiado rechoncho y cobardica para subir en las atracciones. Cuando era niño sí, mamá lo montaba en el tiovivo y a él le encantaba verla a cada vuelta saludándolo con la mano y mandándole besos. Ahora lo único que le atraía era el bullicio, la música, que le impedían escuchar sus propios pensamientos y recriminaciones. Y la comida. Comer algodones de azúcar, palomitas, manzanas de caramelo, perritos calientes y patatas fritas.

Mientras recuperaba el aliento, Toni se dio cuenta de que estaba frente al Laberinto de Espejos y a lo lejos divisó a sus acosadores que venían en esa dirección. Tengo que entrar, pensó. Odiaba los espejos pero ahora mismo era la única salida. No había nadie esperando. Perfecto. Respiró hondo, compró un ticket y entró.

Empezó a andar a tientas mientras sus ojos se acostumbraban a la tenue luz. De pronto, se vio en el centro del laberinto, multiplicado por mil.

CDR

1 comentario:

  1. Estupendo relato, quizá todos llevemos un Toni dentro.
    Pedro M. Domene

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