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jueves, 14 de junio de 2012

LO QUE QUIEREN LAS ADOLESCENTES

No se puede generalizar. Pero me temo que un gran número de niñas -ahora llamadas adolescentes- a partir de doce años han retrocedido cinco décadas por lo menos en sus aspiraciones y deseos. Ayer escuché una conversación entre tres de mis alumnas mientras estaban en el aula de castigo y me quedé con una sensación mezcla de congoja y estupefacción que aún no he logrado quitarme de encima. Ya había tenido indicios otras veces, pero ayer pude cerciorarme de que la mayoría de niñas sueña con casarse y que sus maridos las mantengan mientras ellas cocinan, friegan y planchan. Lo normal. No anhelan independencia económica, ya están pensando en tener hijos y, claro, los estudios les parecen una pérdida de tiempo que nada tienen que aportarles a su plan de futuro. Están muy informadas, eso sí, de lo que hay que hacer para atrapar a un hombre. Lo peor, que no hablaban de broma.
Desde luego que sé que estas tres niñas no son representativas de una generación completa, afortunadamente, pero también noto que las niñas de hoy tienden a asumir un rol femenino propio del manual de la perfecta señorita de los años cuarenta. Y eso me indigna, me rebela por dentro. No menosprecio a las mujeres que desean seguir por el camino, digamos, tradicional. Sin embargo, no entiendo dónde están tantos años de lucha, tanto terreno ganado al machismo para que ahora las mujeres del futuro piensen en dedicarse a sus labores y se queden tan frescas cuando les hablas de igualdad, de emancipación, de un lugar propio en la vida.
Cuando trabajamos en tutoría temas de paridad entre hombres y mujeres, no salgo de mi asombro al escuchar viejos esquemas en bocas de niños y niñas. Los estereotipos se reproducen al cien por cien. Hay trabajos femeninos, como si las mujeres naciésemos con los genes de la limpieza de la casa, la organización de la colada, o el cuidado de los ancianos y enfermos. Hay cosas que los hombres no pueden hacer, desde llorar hasta hacer la cama, pasando incluso por entendernos, como si nacieran con una especie de inutilidad para las tareas domésticas y la emocionalidad. Por supuesto, profesora, los chicos tienen más fuerza, nosotras somos más sensibles, en casa mi madre lo hace todo, a veces mi padre baja la basura, yo ni me muevo del sofá mientras mi hermana pone la mesa, es que somos diferentes...
He comprobado muchas veces que a mí, por ser mujer, ya me encasillan directamente. Mis alumnos dan por supuesto que no me gusta el fútbol, por ejemplo, me hablan de algún jugador mundialmente conocido como si fuera un extraterrestre para mí. O que mis alumnas me admiran, no por las cosas que les enseño, sino por la ropa que llevo. Les encanta que lleve las uñas pintadas de lila, pongamos por caso, pero ni se inmutan cuando les explico lo que es la libertad.
Quizás es que aún son muy pequeños e inmaduros, seguro que es eso. Con los alumnos y las alumnas más mayores no suelo tratar estos asuntos porque el temario me lo impide. Pero veo y oigo cosas. Y no me gustan.

CDR

2 comentarios:

  1. Quizá quienes andemos por la cincuentena larga, padres y madres, quienes vivimos y luchamos por una nueva época de esperanza para todos hace treinta años, no hemos sabido educar en los valores y responsabilidades correspondientes; o tal vez, todos nos hemos visto arrastrados por la sociedad del bienestar, inmersos en el mundo de las facilidades y de los caprichos, hemos propiciado una ciudadanía que carece de educación y de respeto en los valores más elementales. Lo único que nos salva, si es hay alguna salvación posible, es que los padres de esos adolescentes rondan hoy en día los cuarenta años o quizá menos, y ellos han vivido en su adolescencia la misma sociedad que han proyectado en sus hijos: son consentidos, caprichosos, maleducados, no muestran respecto hacia sus mayores, viven el hoy y nunca el mañana y la cultura y la sabiduría les importan bien poco. No obstante, soy optimista en que los tiempos deben cambiar porque si no el esfuerzo de tantos años han sido en vano.
    Pedro M. Domene

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  2. Yo no soy optimista, por desgracia esa generación está ahí, no veo ni la más mínima posiblidad de que cambien, ni cuando sean mayores.
    La lectura, el cine, el teatro, el arte en general enriquece y todos estos que llamamos adolescentes, incluso sus padres que no lo son, han vivido en otra órbita. Seamos realistas. Es triste pero es así.
    En estos momentos siento pena por ellos. Ojalá me equivoque.
    Mª Ángeles.

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