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miércoles, 8 de agosto de 2012

MANÍAS

Mi hermana pequeña es una maniática del orden. Mejor dicho, de su idea de cómo debe ser el orden. Porque no es que los demás seamos desordenados, es que ella está obsesionada con el alineamiento y la perspectiva de los objetos en la casa.

Las botellas de gel y champú deben estar puestas en fila india, todas hacia adelante, ligeramente giradas de medio lado, por alturas, como si fuesen miembros de un espectáculo de baile a punto de comenzar. La alfombrilla del baño siempre ha de quedar en posición tal que los círculos vayan de mayor a menor tamaño, en una espiral descendente hacia la bañera. Las cabezas de los cepillos dentales tienen que mirar hacia el mismo lado y el monomando del grifo no puede abandonarse de cualquier forma, sino en el medio justo entre el agua fría y el agua caliente. Las toallas cuelgan siempre perfectas gracias a ella, que cuida de que los bordados y adornos sean visibles y simétricos en su doblez. En la cocina, los paños corren la misma suerte, nunca los verás colgando de mala manera, sus pliegues se cierran primorosamente para dejar un trapo romboidal en el que casi da pena secarse las manos. La disposición del frigorífico y de la despensa es digna de ver. En la puerta reposan las botellas, botes y bricks según su tamaño e igualmente de cara hacia fuera. No puede soportar ver algo puesto al revés. En los estantes, las fiambreras de alimentos se ajustan a la rectitud total, ni un solo elemento aparece torcido, y los paquetes y las latas se amontonan de grandes a pequeños como pirámides en ciernes.

Mi hermana pequeña lleva sus manías a rajatabla en todos los ámbitos de la casa. Ella no nos recrimina nada, mi madre y yo vivimos tranquilos. Pero si te fijas en sus movimientos, te das cuenta de que va "arreglando" lo que nosotros no hemos sabido poner a su gusto. Aparte de todo lo anterior, para que quede como he descrito, otras cosas como un cojín con las líneas verticales en lugar de horizontales, una silla que no ha quedado justo en línea con el borde de la baldosa, un tubo de pomada que hemos apretado por el medio sin miramiento alguno, un interruptor de la luz que ha quedado hacia arriba mientras que el compañero de al lado está hacia abajo. Cuando le toca tender la ropa, las prendas quedan ordenadas también, primero las más largas, luego las más cortas, delante las más grandes, detrás la ropa interior y otras cosas menores. Hasta ahí parece normal, creo que mucha gente tiende con cierto sentido de la estética. Pero es que mi hermana, además, abre la subcategoría de colores entre la ropa y hasta las pinzas hacen juego con cada pieza. A nosotros no nos dice nada, por supuesto, pero ella lo hace así.

Como es lógico, donde más y mejor lleva a cabo esta fijación es en sus propias cosas. De modo que no hay forma de tocarle algo sin que se dé cuenta. Sus libros, botes de lápices, utensilios y cajones encajan en un puzzle que ella misma forma y cuyas piezas son inamovibles e irremplazables. ¿Para qué has cogido mi grapadora? o ¿qué buscabas en mi cajón? o ¿por qué has utilizado mi fluorescente rosa? Y eso que, conociéndola, intento no usurpar sus efectos personales, pero si algún día es necesario, lo hago con sumo cuidado y lo dejo todo tal cual lo encontré. O eso creo yo. A pesar de todo, mi hermana pequeña es un encanto de chica. No se mete con nadie y lleva su obsesión de una forma muy natural. A mí me parece que ella no es consciente de que para nosotros resulta un poco maniática. Simplemente procede involuntariamente, como si tuviese un tic nervioso que en lugar de producirle un guiño de ojo u otro gesto, la obliga a ordenar las cosas a su manera para quedarse tranquila.

El otro día iba hacia mi habitación para acostarme y vi que la de mi hermana estaba entreabierta, con la luz encendida. Ella suele quedarse leyendo hasta tarde con la puerta cerrada, sin molestar a nadie. Quizás por el calor no la cerró del todo y el sueño la sorprendió sin darle tiempo a apagar la lamparilla. Sea como fuere, en mi papel de hermano mayor -aunque sólo nos llevamos dos años-, me asomé a ver cómo estaba y a apagar yo en todo caso. Cuál fue mi sorpresa al ver el estado en el que se encontraba. Pues su cabeza reposaba en los pies de la cama, es decir, estaba acostada al revés. La almohada yacía hecha un burujo en el suelo y el libro que estaba leyendo había caído arrugando las hojas. Ya le diría yo cuando pusiera cara de fastidio al comprobar que había abierto la bolsa de patatas fritas por la parte de abajo, o cuando pasara la mano pulcramente por el libro que le devolvía para borrar cualquier rastro de mi dejadez.

Después del asombro me dio por reír al verla así, como si el sueño pudiera liberarla de la rigidez que le imponen sus manías.

CDR

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