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lunes, 27 de agosto de 2012

PALABRAS ENCENDIDAS (III)

Siguen altas las temperaturas en esta última semana de agosto. Así que busquen un lugar fresquito para retomar este paseo por la literatura erótica que el otro día nos dejó a las puertas de la Edad Media.

Entre los siglos X y XIII, encontramos numerosos poemas arabigoandaluces centrados en la belleza física, en el goce de los sentidos y por tanto, en el erotismo. Esta sensualidad pagana recorre al-Andalus, con evidentes influencias de los poetas grecolatinos, aunque también con muchas particularidades árabes, como por ejemplo un excesivo refinamiento y el uso de unas metáforas deslumbrantes. Muy diferente, como veremos, del erotismo occidental. "Cuando, llena de embriaguez, se durmió, y se durmieron los ojos de la ronda, me acerqué a ella tímidamente, como el amigo que busca el contacto furtivo con disimulo. Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño; me elevé hacia ella dulcemente como el aliento. Besé el blanco brillante de su cuello; apuré el rojo vivo de su boca. Y pasé con ella mi noche deliciosamente, hasta que sonrieron las tinieblas, mostrando los blancos dientes de la aurora." (Ben Suhayd, 992-1034, Córdoba)
También de Córdoba es la obra cumbre de la literatura arabigoandaluza, El collar de la paloma, que además de las características nombradas arriba, trasluce el fuerte estilo de su autor, Ibn Hazm (994-1063) A pesar de tener la corta edad de veintiocho años -si bien en aquellos tiempos la edad no se consideraba como hoy-, el autor cordobés supo plasmar en su obra los múltiples aspectos del amor, desde el enamoramiento hasta la unión sexual, incluyendo la separación y hasta la muerte. "Hay quien dice que la duración de la unión amorosa acaba con el amor; pero es un parecer deleznable, pues tal cosa no sucede más que a las gentes inconsecuentes. Por el contrario, cuanto mayor es la unión entre los amantes, mayor es también su mutuo afecto. De mí sé decirte que jamás he bebido del agua de la unión sin que se me acreciera la sed. Tal es la ley del que se medicina con su propio mal, aunque sienta en ello algún consuelo. He llegado en la posesión de la persona amada a los últimos límites, tras de los cuales ya no es posible que el hombre consiga más, y siempre me ha sabido a poco. Así he estado durante largo tiempo, sin sentir hastío ni experimentar tedio. Una vez que me reuní con una persona a quien amaba, mi imaginación, al hacer recuento de los diferentes modos de unión amorosa, no encontró ninguno que no quedase por debajo de mi propósito, que no resultase insuficiente para remediar mi pasión e incapaz de calmar la más pequeña de mis ansias. Cuanto más me acercaba a mi amada, más crecía mi agitación, y el pedernal del deseo encendía con mayor fuerza el fuego de la pasión en mis entrañas."

El duque de Aquitania, Guillermo IX (1071-1127), con sus Canciones, es buen representante del erotismo occidental de esta época. Aunque englobado dentro de la tradición trovadoresca y del amor cortés medieval, lo cierto es que la concepción amorosa del duque dista mucho del ideal cortés y se acercaría más al Renacimiento que a la época feudal a la que pertenece. Eso sí, siempre busca la satisfacción fuera del matrimonio, como corresponde al amor provenzal. Se dice de él que era pendenciero, bebedor, grosero y fornicador, no hay más que leer sus composiciones para verificarlo, pero más allá de estas perversidades, habrá que reconocer su talento y su ingenio: "Compañeros, tan malos tratos he recibido / que no puedo por menos de cantarlos y de quejarme: / no quiero, sin embargo, que se sepa mi actuación / respecto a muchas cosas. / Y os diré en qué estoy pensando: / no me gusta ni coño vigilado ni estanque sin peces, / ni jactancias de gente despreciable que no pasa / a los hechos. / Señor mi Dios, que eres del mundo caudillo y rey, / quién primero vigiló coño, ¿cómo no cayó / fulminado? / No hubo jamás servicio ni custodia que peor se / portase con su señor. / Pero os diré del coño cuál es la ley, / como quien grandes males ha hecho al respecto, / y mayores ha recibido: / si todo merma con el uso, el coño, en cambio, / crece. / Y aquel que no quiera atender mis razones / vaya a verlo en un coto, cerca del bosque: / por un árbol que se poda, renacen dos o tres." (Uso del coño.)
De pleno en el siglo XII, encontramos las Cartas de Abelardo y Eloísa, ejemplo de un amor intenso y arrebatador. Puesto que el académico Pedro Abelardo tenía fama de intachable moralidad, el canónigo Fulberto le encargó la educación de su sobrina Eloísa. Pero el deseo se desató entre ellos y poco estudiaban en sus encuentros. De esta relación nace Astrolabio, por lo que Abelardo y Eloísa se casan, a pesar de la oposición de ella, pues el amor nunca podía darse dentro del matrimonio. Y como si de un castigo divino se tratase por haber legitimado su lujuria, poco después de la boda, estando Eloísa retirada en una abadía, Fulberto y algunos cómplices entran en la habitación de Abelardo y lo castran. Él entiende ese hecho como justo: "Aquel de mis miembros que había pecado expió con su dolor sus goces pecaminosos." Sin embargo, Eloísa, bien por ser mujer, por ser más sincera o por estar más enamorada, no se arrepiente, y aun siendo ya priora del convento del Paracleto, recuerda continuamente los placeres pasados. Así, la virtud forzada y el sufrimiento presente, ponen de relieve la magnitud del goce lejano. "Bajo el pretexto de estudiar, nos entregamos enteramente al amor (...) Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, era el tema de nuestros diálogos; intercambiábamos besos más que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros. El amor se buscaba en nuestros ojos, uno al otro, más veces que la atención se dirigía al texto (...) Nuestro ardor conoció todas las fases del amor y experimentamos todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina. Cuanto más nuevos eran para nosotros esos placeres, con más fervor los prolongábamos, y no conocíamos nunca el hastío." (Abelardo relata su amor a un amigo.)

No estaría completo este recorrido por la literatura más encendida, si no parásemos en La Divina Comedia de Dante (1265-1321) La lujuria se ubica en el segundo círculo de los nueve de que consta el Infierno dantesco. Virgilio, como guía del autor, le cita más de mil nombres conocidos entre los que purgan su inmoralidad. Uno de los fragmentos más conmovedores es el de Francesca y Paolo -cuñados que cometen infidelidad por culpa del ejemplo de la novela de caballería que estaban leyendo-, cuyo amor va más allá del infierno. El autor italiano critica las novelas de caballerías por la presencia constante del "loco amor", y justo es reconocer que el amor cortés llegó a convertirse en estos relatos caballerescos en desenfrenada lascivia, cuya carnalidad él condenaba. Dante defendía una idea más elevada del amor, como iluminación de la mente, remedo del amor divino. "Como el amor a Lanzarote hiriera, / por deleite, leíamos un día: / soledad sin sospechas la nuestra era. / Palidecimos, y nos suspendía / nuestra lectura a veces la mirada; / y un pasaje, por fin, nos vencería. / Al leer que la risa deseada / besada fue por el fogoso amante, / éste, de quien jamás seré apartada, / la boca me besó todo anhelante. / Galeoto fue el libro y quien lo hiciera: / no leímos ya más desde ese instante."

Y qué decir del Arcipreste de Hita y su Libro del Buen Amor (primera mitad siglo XIV), imprescindible. Cierto es que se trata de una obra satírica que se opone al mundo rígido y dogmático de la Edad Media, pero también es un auténtico tratado erótico sobre cómo conquistar a las mujeres. Como los animales buscan la compañía del sexo contrario, así también los hombres apetecen de la compañía femenina. Es común que el autor use nombres de escritores o filósofos clásicos a modo de argumento de autoridad. "Aristóteles dijo, y es cosa verdadera, / que el hombre por dos cosas trabaja: la primera, / por el sustentamiento, y la segunda era / por conseguir unión con hembra placentera." Tampoco tiene desperdicio el pasaje en que Don Amor da consejos para cautivar a una mujer: "Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer / muchas cosas tendrás primero que aprender / para que ella te quiera en amor acoger. / Primeramente, mira qué mujer escoger. / (...) En la cama muy loca, en la casa muy cuerda; / no olvides tal mujer, sus ventajas recuerda. / Eso que te aconsejo con Ovidio concuerda / y para ello hace falta mensajera no lerda. / (...) Busca muy a menudo a la que bien quisieres, / no tengas de ella miedo cuando tiempo tuvieres; / vergüenza no te embargue cuando con ella estuvieres; / perezoso no seas cuando la ocasión vieres."
   
Entre los siglos XI a XV, hallamos los  Cancionero y Romancero tradicionales, plagados de composiciones que entran sin duda en la temática que estamos tratando. Su mayor virtud es la brevedad, lo que hace que el asunto esté muy concentrado y por tanto, en ocasiones, el erotismo se desborde por entre los versos. Monjas libertinas, madres incestuosas, jóvenes virginales que despiden a su amado al amanecer, moras expertas en placer o damas comprometedoras son las mujeres que recorren estos poemas, pequeñas joyas sensuales de nuestra literatura. "No me las enseñes más, / que me matarás. / Estábase la monja / en el monesterio, / sus teticas blancas / de so el velo negro. / Más, / que me matarás." (Las teticas de la monja.) "Por amores lo maldijo / la mala madre al buen hijo: / ¡Si pluguiese a Dios del cielo / y a su madre, Santa María, / que no fuese tú mi hijo / porque yo fuese tu amiga! / Esto dijo y lo maldijo / la mala madre al buen hijo." (Amor incestuoso.) "Estáse la gentil dama / paseando en un vergel, / los pies tenía descalzos, / que era maravilla ver. / Desde lejos me llamara, / no le quise responder. / Respondíle con gran saña: / ¿Qué mandáis, gentil mujer? / Con una voz amorosa / comenzó de responder: / Ven acá el pastorcico, / si quieres tomar placer; / siesta es del mediodía, / que ya es hora de comer; / si querrás tomar posada, todo es a tu placer." (Romance de una gentil dama y un rústico pastor.)

Considerada por algunos críticos como novela erótica, el Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell (terminada por Martí Joan de Galba y publicada póstumamente, en 1490) es sin duda una obra en la que el amor ocupa un lugar muy destacado. La historia se nutre continuamente de belleza, amor, sexo, picardía y relaciones sin culpabilidad alguna. Posteriormente, con la Contrarreforma y la orientación ascética del catolicismo, esto será impensable. El erotismo de esta novela va in crescendo, desde el momento en que Tirante el Blanco ve los pechos desnudos de Carmesina, hija del emperador de Constantinopla, hasta que finalmente la joven le ofrece sus senos, y luego Tirante ya necesita ir más lejos. "Y por el gran calor que hacía, porque había estado con las ventanas cerradas, estaba medio desabrochada, enseñando los pechos, cual dos manzanas del paraíso que parecían cristalinas, las cuales permitieron la entrada a los ojos de Tirante, que desde este momento ya no encontraron puerta por dónde salir..."

Y como ya se sabe que lo oriental es más exótico y expone un erotismo sutil, refinado, sensual y lírico, cerramos la etapa de hoy con dos de los tratados más bellos de la literatura erótica oriental. Primero, Los amores de Krisna y Rada, de Chandidasa (siglo XV), un texto que en la actualidad se sigue recitando en los templos de Bengala. Como ya se ha mencionado en anteriores ocasiones, el amor divino y el humano se diluyen en una mezcla ambigua. El propio Chandidasa se enamoró de una mujer de casta inferior a la suya, Rami, lo cual provocó un escándalo y el poeta fue expulsado de su casta. La historia de Krisna y Rada, quitado lo literario y lírico, es un recuerdo de la relación personal del autor. Krisna ama con locura a Rada, pero no se niega a aventuras pasajeras con otras hermosas muchachas. Durante la Noche de Raslila, fiesta del amor, Krisna toca su flauta en el bosque y con su música hace acudir a numerosas pastoras de la zona, con las cuales él jugueteará, provocando el enfado de Rada. Ante la ausencia de su amada, Krisna se siente triste e inflamado de deseo, hace todo lo posible por hacerla regresar y finalmente se viste de mujer y la visita. Al descubrir el engaño, Rada se alegra tanto que se entrega a él y ambos se aman en presencia de las pastoras. Cuenta la tradición que esa noche Krisna gozó de todas y cada una de ellas, en un frenético y sucesivo encuentro amoroso que duró una noche de Brahma (¡miles de años!) "Ha recobrado su habitual ternura al hablar y su gozo no tiene límites al darse cuenta de que el astuto Krisna se ha transformado en mujer para inducirla a una reconciliación... La pesadumbre se ha alejado de ellos para dar paso a una inmensa felicidad (...) Venid ahora, lecheras, venid a ver a la hermosa Rada en brazos de Krisna: sólo el verlos hace estremecer la mirada... ¡Qué maravilla sin nombre!, ¡qué fuente de amor y de divino néctar! (...) Cinco mujeres jóvenes le dan masajes con pasta de sándalo y de agor, y mientras otra los abanica contemplando su divino cuerpo templado por la aéreas caricias del chamar, otra prepara unas guirnaldas para embellecer con ellas el cuerpo de Sam y una tercera siéntese colmada de felicidad al poder cumplimentar sus deseos..."
Por último, y quizás más importante, Las mil y una noches, seguramente transmitidas oralmente durante la Edad Media desde el siglo X, pero no recopiladas hasta finales del XV y principios del XVI por un autor anónimo. En Europa fueron conocidas gracias a la versión francesa de Galland, editada de 1706 a 1714. Se encierra en estos relatos la esencia del erotismo, con un ensalzamiento de la belleza física y del cuerpo humano sin límites. Incluso en los pasajes más obscenos -que los hay- predomina el refinamiento, sobresaliendo siempre la faceta estética del sexo. La princesa Sherezade es la narradora que cierra hoy nuestro recorrido erótico, con estas palabras encendidas: "Y la joven hundió su cabeza en los brazos del adolescente y sensualmente lo mordisqueó en el cuello y en una oreja, aunque sin resultado. Entonces no pudiendo resistir más la llama prendida en ella por primer vez, empezó a hurgar con su mano entre las piernas y los muslos del joven, encontrándolos tan lisos y sólidos, que no pudo menos de deslizar su mano por aquella superficie. Entonces tropezó en el trayecto con un objeto tan nuevo para ella, que abrió mucho los ojos para mirarlo, y comprobó que en su mano cambiaba de forma a cada instante. Al principio la asustó esto un poco; pero comprendió sin tardanza su uso particular. Porque lo mismo que el deseo en las mujeres es mucho más intenso que en los hombres, también su inteligencia es infinitamente más rápida para deducir las relaciones entre los órganos encantadores. Lo cogió, pues, a dos manos y, mientras besaba los labios del joven con ardor, ocurrió lo que ocurrió."

Seguiremos caldeando el ambiente el próximo día, en los dorados siglos del Renacimiento y Barroco.

CDR

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