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miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL MONSTRUO QUE HEMOS CREADO

Cogemos a un bebé, lo criamos con todo nuestro amor, consentimos sus pequeñas travesuras conforme va creciendo, reímos sus faltas como gracias -qué simpático es nuestro chiquitín-, le consultamos decisiones como si se tratase de un adulto y, aún más, nos doblegamos a su voluntad, lo tratamos como a un igual, nos da miedo gritarle, no podemos ponerle una mano encima (un cachete en el culo podría traumatizarlo de por vida)... Y cuando queremos darnos cuenta, ya es tarde, el monstruo que hemos creado dispone por sí mismo. Ahora, donde dice "bebé" pongan "toda una generación" y el resultado es lo que tenemos hoy, una casta monstruosa, no por feos, sino por excesivos, hasta por crueles y perversos en ocasiones.

Que hay niños y jóvenes buenísimos, educadísimos y amabilísimos es indiscutible. Pero que la inmensa mayoría se incluirían en la descripción anteriormente dada, tampoco admite duda. Y lo peor es que, en realidad, ellos no tienen culpa. Así los hemos moldeado. Son el producto de nuestra educación. Les hemos fomentado tanto la autoestima que sólo piensan en sí mismos; les hemos inculcado tan bien el concepto de libertad que no entienden que la suya acaba donde empieza la de los demás; les hemos infundido tan profundamente el respeto, que no admiten más que el que a ellos se les debe; de la dicotomía derechos/deberes sólo aceptan la primera parte. No conocen límites, sólo aspiran a su propia satisfacción y nos tratan con indiferencia, como si estuvieran de vuelta de lo que tengamos que decirles. Nuestras palabras no son para ellos más que sermones inútiles.

Con este panorama entramos los docentes cada día al aula, debemos ir con pies de plomo para no herir sensibilidades adolescentes, hemos de reprenderlos o corregirlos en voz baja para que no piensen que les estamos gritando, les entregamos nuestro conocimiento, nuestra experiencia, hasta nuestro cariño y, en general, recibimos desaires, malas contestaciones y toda una gama de demostración de su dominio de las leyes. Lejos queda ya la tarima, eliminada de las clases para declarar igualdad entre profesor y alumnos, algo que debería ser simbólico y que, sin embargo, se ha convertido en un fiel reflejo de la realidad. Si seguimos así, pronto habrá que poner las mesas del alumnado en una gran plataforma, para que ellos hagan gala de su superioridad.

No quiero parecer (demasiado) agorera. Claro que tengo alumnos ejemplares, claro que algunos me demuestran su afecto y hasta su admiración. Pero, lo siento, mi impresión es que esto es paulatinamente más improbable.

El monstruo que hemos creado con nuestro complejo de autoridad, con nuestra laxitud en la disciplina, con nuestra falta de tiempo para educar, sigue creciendo y amenaza con engullirnos.

CDR

4 comentarios:

  1. Los hijos, y la dificultad de su educación, ¿quién puede dudarlo? A los docentes aun nos queda la esperanza de esos alumnos que siguen hablándote de usted, con respeto y cariño, te atienden y muestran interés en clase. Esta misma mañana yo mismo lo he experimentado y eso me da aliento para seguir. Y poco más. Pero la reflexión es acertada, verdadera y tendría que servir para muchos. Pmd.

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  2. Esto es solo para que sepas que lo he leído, no tengo ni una palabra para hacer comentarios.
    Llevo mala semana precisamente por tener que tragarme todos los caprichos de los "intocables".

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    1. Gracias, Lucía, sé que siempre estás ahí. Y ánimo. Claro que yo también he escrito esto inspirada por acontecimientos recientes. Pero hay que tener esperanza, quedémonos con todo lo positivo de nuestro trabajo y confiemos en que esta "monstruosidad" va a parar a tiempo.

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  3. Es triste pero es cierto. No es cuestión de tarimas, el problema está en la educación y el respeto, creo que algunos no entienden el significado de esas palabras. Miremos el lado positivo y veamos los que sí las entienden y las ponen en práctica. Intentemos que el resto(o parte) los sigan. No nos derrumbemos por estos monstruitos que, en el fondo, hemos creado nosotros, la sociedad.
    Tati.

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