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martes, 6 de noviembre de 2012

MUJERES: ANTROPÓLOGA LIBERAL

Continuamos nuestra serie de homenajes a grandes mujeres con Margaret Mead (1901-1978), una figura importantísima dentro del ámbito de la antropología del siglo XX. Un personaje complejo, enigmático, del que daremos aquí algunas claves para entender su grandiosidad y su singularidad.

Hija de un economista, profesor universitario, y de una socióloga, Margaret nació en Filadelfia. Por cuestiones laborales, la familia tenía que mudarse a menudo y la niña pronto empezó a desarrollar su carácter. A los once años se bautizó en contra de la voluntad de sus padres, que no eran creyentes. A los veintidós años, también sin el consentimiento familiar, contrajo matrimonio con un joven sacerdote protestante, pero conservó su apellido de soltera, algo impensable en la época. Margaret engañó a su marido con un colega antropólogo, se divorció y volvió a casarse hasta tres veces, hecho igualmente inusual. Tuvo fama de ser una mujer con numerosos amantes. Sin embargo, a partir de 1955 vivió con una compañera antropóloga, Rhoda Metraux, lo que avivó entonces los rumores sobre su homosexualidad, aunque no está demostrado que esta fuese una relación lésbica. A Margaret le gustaba vivir en comuna y practicaba el amor libre. No es de extrañar que fuera criticada y denostada por sus coetáneos.

Mead se graduó en Antropología  en 1923 y obtuvo el doctorado de la Universidad de Columbia en 1929. Pronto se dio a conocer por su trabajo de campo en Samoa (Polinesia), además de colaborar como asistente del director del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Llegó a ser directora de enología en esa misma institución entre 1946 y 1969. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el "Comité de hábitos alimenticios" del Consejo Nacional de Investigación. A mitad de los años cincuenta trabajó también como profesora adjunta de la Universidad de Columbia. Sus estudios se centraron en los problemas de crianza infantil, personalidad y cultura, motivada por su instructora, Ruth Benedict, con quien también mantuvo una ambigua relación.

Si algo caracterizó a esta pequeña mujer (medía solo metro y medio) fue su energía -hoy quizá la denominaríamos como hiperactiva-. Vivía a toda velocidad. Se levantaba antes de amanecer y escribía todos los días para después irse al trabajo. Así llegó a firmar treinta y nueve libros, más de mil artículos, más de cuarenta obras filmadas y hasta una quincena de trabajos de campo en lugares remotos. Por si esto fuera poco, Mead dio un sinfín de conferencias, concedió numerosas entrevistas, y utilizó a su propia hija (que también sería antropóloga) como objeto de estudio para sus investigaciones.

Margaret era una mujer que no paraba de hablar, como para acallar su propio interior, aunque también fue experta en escuchar, de ahí el interés de su obra: adolescentes de Samoa, mujeres y niños de Nueva Guinea, nativos de Bali, etc. Aunque vivió en una época de transgresión y audacia femenina, Margaret Mead no materializó este espíritu cortándose la falda (aunque sí la melena) ni en juergas nocturnas, pues ella se acostaba temprano para trabajar mucho al día siguiente, sino en su afán aventurero. En su primera estancia en Samoa, Margaret contrajo paludismo, una enfermedad que la acompañaría el resto de su vida. El relato de sus vivencias, con un estilo ameno y divertido, lo encontramos en Cartas de una antropóloga y Experiencias personales y científicas, donde se refleja la soledad del trabajo, la fuerza de la naturaleza, la enfermedad o el placer de recibir el correo. Son sus escritos más personales. Aunque ella no alardea de las dificultades, es fácil imaginar cuántas sufriría.

Dos de sus obras más influyentes en antropología son Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, que escandalizó a la sociedad de la época, al mostrar, entre otras muchas cosas, que las jóvenes samoanas postergaban el matrimonio mientras disfrutaban del sexo casual, si bien una vez se casaban sentaban cabeza y criaban a sus hijos con éxito; y Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, donde se exponía, por ejemplo, que las mujeres dominaban algunas tribus de Nueva Guinea, lo que supuso un argumento de peso en el movimiento liberal femenino de mitad del siglo XX. El mayor éxito de Margaret Mead fue popularizar la antropología, pues en aquellos años esta era una ciencia muy joven y poco conocida. Pero no sólo eso, ya que Mead desarrolló y mejoró los métodos de trabajo y planteó cuestiones que nadie antes había propuesto.

Quienes la conocieron hablan de Margaret Mead como una mujer dominante, mandona, fastidiosa y egocéntrica. Sin embargo, también sabía mostrarse amable y generosa, dotada de un magnetismo que le hacía tener alrededor una corte de amigos incondicionales. Desde niña, aprendió a programar su vida y se decidió a triunfar. Lo consiguió. No obstante, tuvo que rendirse a un cáncer de páncreas en 1978.

CDR

2 comentarios:

  1. Curiosa mujer, con una vida casi de película. Interesante.
    Pmd.

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  2. Aquí se cumple el dicho "en lo pequeño está la esencia."
    Tati.

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