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viernes, 23 de noviembre de 2012

MUJERES: BAILARINA POCO COMÚN

Se sale de lo común una mujer que desde niña asumió la danza a través del ritmo de las olas del mar a cuyas orillas nació. Tan claro lo tenía Isadora Duncan (1878-1927) que a los diez años abandonó la escuela para dedicarse a su pasión, a los diecisiete se trasladó a Nueva York y se incorporó a la compañía de Agustin Daly.

Considerada por muchos como creadora de la danza moderna, Angela Isadora Duncan creció en un hogar dividido, pues el padre los abandonó muy temprano, dejando a la familia en una difícil situación económica. Este hecho propició el alejamiento religioso de Isadora, que siempre se confesó "atea convencida", aunque en principio en su casa se profesaba la fe católica. Con su hermana mayor, Isadora se puso a impartir clases de danza a los niños del barrio, mientras la madre daba lecciones de piano para poder sustentarse. En sus ratos libres, la niña jugaba sola en la playa e imitaba con sus manos los movimientos de las olas, lo cual sería el germen de su peculiar estilo. Estudió danza clásica en Chicago, de donde se trasladó a Nueva York, tras un incendio y la pérdida de todas las posesiones familiares. Al empresario Daly no le convencieron las innovaciones que Isadora proponía continuamente para interpretar poemas de forma plástica por medio de la danza. Como no se sentía feliz,  en una época en que la mayoría deseaba emigrar a Estados Unidos, Isadora convence a su madre y a su hermana para marcharse a Europa y así, en 1900, las tres mujeres se instalan en Londres.

Isadora fue una mujer inquieta y autodidacta. En estos años londinenses pasaba muchas horas en el Museo Británico, fascinada por las expresiones artísticas que veía en las ilustraciones de los jarrones griegos. En continua formación, leía mucho y ensayaba nuevas danzas para dar cauce coreográfico al arte, la Duncan comenzó a dar una serie de recitales, basados en la danza de la Antigüedad Clásica, en la capital británica que entusiasmaron al público. Pronto empezó a cosechar éxitos. La crítica del momento la ensalzaba reconociendo la frescura de su baile, en contra de la elaboración y artificiosidad a la que estaban acostumbrados. Efectivamente, para Isadora Duncan la danza debía ser una prolongación de los movimientos naturales del cuerpo, consideraba forzados y antinaturales los de los bailarines clásicos, y se negaba a constreñir sus pies en unas zapatillas de baile. La Duncan bailaba descalza, con una simple túnica de seda cubriendo su cuerpo, como si fuese una diosa pagana en uno de sus rituales. Transportada por el ritmo, expresaba su amor a la naturaleza y a la vida, como las nubes, el mar o las copas de los árboles se mecen con el viento. Se puede decir, en fin, que su método coreográfico era como una filosofía que se basaba en el convencimiento de que la danza ponía en contacto al individuo con la armonía de la naturaleza y del universo.

Desde este momento, la bailarina fue reclamada por todos los teatros europeos. Entró en contacto con el París de Rodin y de Bourdelle y con el Renacimiento italiano de Botticelli -cuya influencia será muy manifiesta posteriormente-. En 1902 por fin consiguió realizar el viaje de sus sueños, visitando Grecia, peregrinando a las fuentes del arte occidental. Incluso empezó a construir un templo dedicado a la danza en una colina cerca de Atenas, pero hubo de abandonar la empresa por falta de ingresos. En 1905, Isadora Duncan visitó San Petersburgo y fue invitada por la célebre diva rusa Anna Pavlova a visitar su estudio y a asistir a sus ensayos. Admirada contempló la norteamericana durante horas la estricta gimnasia que realizaba Pavlova, como si su cuerpo fuese de acero elástico, algo muy alejado de su propia concepción de la danza.

Conocida como "la ninfa", Isadora Duncan vivió rodeada de intelectuales y todo tipo de artistas, extasiados ante su belleza y su poder de seducción. La leyenda no tardó en comenzar y se empezó a hablar de una especie de maleficio que se abatía sobre aquellas personas a quienes amaba o la amaban. Así ocurrió con el polaco Ivan Miroski, consumido por unas fiebres poco después de separarse de Isadora. Además, siempre rodeaban sus relaciones extraños percances o desapariciones. E incluso la desgracia se cebó con sus propios hijos, cuando en 1913 se mataron en un accidente de coche. Muchas veces pensó la extraordinaria bailarina en quitarse la vida, sobre todo tras esta terrible pérdida, pero la disuadía la idea de que los niños de su escuela -fundada en 1904- la necesitaban.

Isadora simpatizó con la revolución social y política de la Unión Soviética y se instaló en Moscú a principios de los años veinte, afincamiento que duró poco. Siguieron los romances en esta época. Uno de los más sonados fue su matrimonio con el poeta ruso Serguéi Esenin, diecisiete años más joven que ella, locamente enamorado. Sin embargo, una crisis creativa lo llevó a una profunda apatía que sacó lo peor de él, volviéndose violento y alcohólico. En 1924 la pareja se divorció y el poeta se suicidó al año siguiente. Ella ya había abandonado la Unión Soviética, no sólo por su fracaso sentimental sino también porque las promesas del gobierno respecto a su trabajo -proyecto de una academia de Danza Futura- se vieron imposibilitadas por la negativa de algunos dirigentes, en un momento en que ya se empezaban a mostrar los primeros síntomas del sistema comunista soviético.

Cuando regresó a Europa, tampoco fueron ya bien acogidos sus proyectos, pues eran conocidas sus manifestaciones ateas, su actitud favorable a la revolución rusa, su práctica del amor libre, argumentos todos ellos que ponían en contra suya a la opinión pública occidental. Sus últimos recitales resultaron una profunda decepción, las salas la recibieron semivacías, frías, el público había comenzado a fallarle.

Sin duda, una vida tan poco común como la concepción de su arte: Isadora Duncan eligió ser madre soltera a principios del siglo XX, mantuvo relaciones sin complejos tanto con hombres como con mujeres, creó una nueva forma de danza alejada de las concepciones canónicas del momento y, finalmente, su trágica muerte -estrangulada por su propio chal en un accidente de tráfico, en el automóvil de un joven y guapo mecánico italiano- contribuyó a engrandecer la leyenda en torno a esta singular mujer.

CDR

2 comentarios:

  1. Siempre he admirado la singular entrega de esta mujer que se convirtió en mito e incono de toda una época, la de los "hermosos y malditos".
    Pmd.

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  2. Dramática, pero preciosa historia la de esta mujer que tuvo que ser una auténtica revolucionaria en su momento y, si faltaba algo, su trágico final. De película.
    Tati.

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