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miércoles, 16 de enero de 2013

AL FINAL DEL TÚNEL


Hoy rendimos homenaje a Ernesto Sábato, magnífico escritor, físico, pintor y símbolo de la democracia en Argentina, que por poco no llegó a cumplir los cien años (junio 1911-abril 2011) Quizá no del todo reconocido, más bien de moda en un momento dado, Sábato acabó recluyéndose en su casa para esconder su vejez, asimilar su incipiente ceguera y dejar de crearse enemigos, cosa que, según él, tan bien se le daba.
 
Hijo de inmigrantes italianos, Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, un día de San Juan, en 1911. Fue el décimo de once hijos varones, en una familia de clase media, cuyo progenitor era tan severo que el propio Sábato declaró tenerle terror. Se llamó Ernesto por su anterior hermano, que falleció días antes de nacer él. Después de estudiar en la escuela primaria de Rojas, realizó sus estudios secundarios en La Plata y posteriormente, en 1929,  ingresó allí en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas. Aunque en un principio simpatizaba con el movimiento anarquista, ya desde 1933 fue militante del movimiento de Reforma Universitaria, de tendencia comunista; ese mismo año fue elegido secretario general de la Federación Juvenil del Partido Comunista. Pero más tarde comenzó a tener dudas, desilusionado con el rumbo que había tomado el gobierno de Stalin en la Unión Soviética. El Partido, advirtiendo este cambio, resolvió mandarlo a las Escuelas Leninistas de Moscú para “purificarlo”. Antes debía pasar por un Congreso contra el fascismo y la guerra en Bruselas y allí conoció el horror de los procesos de Moscú. Así pues, temiendo no volver vivo de allí, escapó a París, donde más tarde trabajaría en el Laboratorio Curie. Regresó a Buenos Aires en 1936, para casarse por lo civil con Matilde Kuminsky Richter, a la que había conocido con apenas diecisiete años y que dejó a su familia para irse con él. Ella fue la madre de sus dos hijos, y con la que vivió hasta su muerte en 1998. Finalmente, tras un dilatado recorrido vital, una vasta carrera literaria e ideológica, falleció Sábato en su hogar adoptivo de Santos Lugares, muy cerca de la capital porteña.
 
Hasta 1945 se dedicó Sábato a la ciencia, entre Zúrich, Buenos Aires y París, pero su contacto con el movimiento surrealista francés, así como una profunda crisis existencial -en el Laboratorio Curie se sentía vació, preso de una inercia sin sentido-, además del germen que cultivó ya en él su profesor Pedro Henríquez Ureña, lo llevaron definitivamente a consagrarse en exclusiva a la literatura. A partir de 1940 fue profesor en la Universidad Nacional de Buenos Aires, pero cinco años después se vio obligado a dejar la enseñanza, a raíz de la publicación de unos artículos en el periódico La Nación, atacando al régimen de Perón. El retiro docente dio lugar a su primer libro, Uno y el universo (1945), colección de artículos político-filosóficos en los que censuraba la moral neutral de la ciencia heredada del siglo XIX y alertaba sobre el proceso de deshumanización que conlleva una sociedad tecnológica. Este descreimiento sobre la ciencia, lo llevó a la experimentación con las posibilidades que ofrecía la literatura para explicar los problemas existenciales. También fue decisiva en estos años su relación con el Grupo Sur, donde conoció a Victoria Ocampo, directora de la revista, a Adolfo Bioy Casares y, por mediación de este, a Jorge Luis Borges.
 
Destaca el argentino por el rigor en la construcción de sus obras y por la densidad de su contenido, sujeto incluso a problemas de interpretación. Así pues, se puede considerar a Sábato como un novelista intelectual, bastante influido por el existencialismo. En esta corriente filosófica se enmarca precisamente su primera novela, El túnel (1948), corta y sencilla aunque vibrante, sobre el amor, los celos y la obsesión; un retrato sobre la paranoia y la descripción de un proceso psicológico que lleva del amor al odio. En fin, una novela que entusiasmó en su momento a Albert Camus y que sigue provocando fascinación y desasosiego en el lector por su dureza y su acierto literario.  Posteriormente aparece Sobre héroes y tumbas (1960), que incluye el famoso Informe sobre ciegos, publicado en ocasiones como texto independiente y llevado al cine por el hijo del escritor, Mario Sábato. Esta novela relata la historia de una familia de la aristocracia argentina venida a menos, en el contexto de las guerras civiles del siglo XIX hasta 1955, exponiendo el desgarramiento sufrido por el país. El retrato intimista que aparece sobre la muerte del General Juan Lavalle, héroe de la independencia, pretende mostrarnos el corazón contradictorio del ser humano; Sábato afirmaba que todos somos una mezcla de términos opuestos: bondad y maldad, generosidad y egoísmo, valentía y cobardía. Por último, concibió Sábato el complejo mundo de Abbadón, el exterminador (1974), de corte autobiográfico y tema apocalíptico, con una estructura narrativa fragmentaria. Además de mezclar sucesos autobiográficos verdaderos y fantásticos, con análisis filosóficos e incluso crítica literaria, el autor recrea hechos nefastos de la historia de Argentina, aunque también está muy presente el drama mundial del siglo XX. El propio autor es uno de los personajes principales, además de retomar a algunos de la anterior novela. El protagonista mira al mundo y se mira a sí mismo, reflexiva y críticamente, generando una visión abarcadora: confusión, ruptura, corrupción, degradación, para denunciar un mundo en que triunfa el mal. Esta novela recibió el premio al a Mejor Novela Extranjera en París, en 1976. En estos años se sucedieron los galardones, como la Gran Cruz al mérito civil en España, en 1978, o la distinción en Francia como Comandante de la Legión de Honor, al año siguiente.
 
En 1984 obtuvo merecidamente el Premio Cervantes. En su discurso, Sábato afirmó que ante sus personajes se sentía como ante seres de carne y hueso, tan reales que casi conseguían asustarlo, como muestra de la difícil relación entre el autor y los personajes por él mismo creados. Además, acérrimo admirador de la obra magna de Cervantes y de su protagonista, Sábato alegó ver en don Quijote a un simple mortal que creía una obligación aventurar la vida por la libertad y la honra.
 
Mucho más amplia es su obra ensayística, que viene a girar en torno a la misma obsesión: la condición humana, aunque también escribió sobre crítica literaria y temas argentinos. Algunos de sus ensayos más importantes son Hombres y engranajes (1951), El escritor y sus fantasmas (1963), donde expone sus ideas sobre la finalidad de escribir ficciones y esboza la posibilidad de una literatura nacional, además de hacer crítica a la escritura de autores como Sastre o Sarraute; La cultura en la encrucijada nacional (1973); Diálogos con Jorge Luis Borges (1976), hermoso libro en el que se demuestra la gran amistad que le unió a Borges, a pesar de haber mantenido siempre una relación conflictiva por motivos políticos; Apologías y rechazos (1979), siete ensayos en los que desafía la censura impuesta por la dictadura, tratando sobre los males de la educación; Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina (1979); o Entre la letra y la sangre (1988). De 1999 es su libro de memorias, Antes del fin, donde expone su propia vida, presintiendo ya a sus ochenta y ocho años un próximo final. Pero aún tuvo tiempo de escribir La Resistencia (2000), que apareció en la página digital del diario Clarín y España en los diarios de mi vejez (2004).
 
Sábato no pertenece a ninguna escuela estética ni literaria, sin embargo sus obras siempre han tenido gran número de lectores y han sido traducidas a más de veinte idiomas, además de haber sido invitado a disertar en Universidades de América y de Europa. Posiblemente la razón de este éxito sea su testimonio de vida, la búsqueda a los interrogantes que acompañan la existencia de todo ser humano: la vida, la muerte, la soledad, la desesperación, la esperanza. Escritor instintivo, Sábato afirmaba que la razón no sirve para la existencia, por eso siempre escogía el tema de sus libros por instinto, porque el alma del ser humano no es algo que se pueda abordar desde lo empírico. Como él mismo se definía, Sábato era un anarquista cristiano.
 
La vida y la importancia de Ernesto Sábato no se comprenden sin tener en cuenta su compromiso contra la dictadura militar argentina y su lucha por los derechos humanos. Más allá de partidismos y posturas políticas, siempre ha defendido fehacientemente valores éticos como la dignidad, la libertad o la democracia. Tras el derrocamiento del segundo gobierno del General Perón, Sábato fue uno de los primeros en interpretar este gobierno en su ensayo El otro rostro del peronismo (1956), en el que alude al resentimiento histórico como germen del carácter peronista. En ese mismo año sale también a la luz El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa, edición particular, que contiene los documentos sobre la intervención militar a la revista Mundo argentino, donde él colaboraba. Después de esto, Sábato presentó su renuncia por problemas con la libertad de prensa y eso supuso el choque con el gobierno de Aramburu. En 1958, tras la elección como presidente de Arturo Frondizi, Sábato es nombrado Director General de Relaciones Culturales, cargo al que renunciará también poco después por discrepancias políticas. En mayo de 1976, Jorge Rafael Videla organizó un almuerzo de intelectuales argentinos, entre los que se contaban Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti, Jorge Luis Borges o el padre Leonardo Castellani. Unas declaraciones de Sábato a la prensa sobre una conversación mantenida con el Presidente de la Nación crearon una gran polémica e incluso algunos compañeros lo acusaron de hipocresía; si bien Sábato fue siempre contrario a la sumisión y continuó escribiendo duros ensayos críticos contra la dictadura. Una vez terminado este periodo, pasó a formar parte de la Comisión Nacional de la Desaparición de Personas (CONADEP), creada por el primer presidente democrático de Argentina, Raúl Alfonsín. Las investigaciones llevadas a cabo por esta comisión sacaron a la luz casi nueve mil desapariciones y la existencia de unas trescientas sedes de detención ilegal y tortura. A raíz de estos datos, Sábato escribió el famoso informe Nunca más (1984), que fue entregado al presidente en un acto público, inolvidable para los argentinos. Ese informe originó el procesamiento y la condena de los máximos responsables de las juntas militares de la dictadura. Posteriormente, Sábato siempre se opuso a las leyes de indulto. Así pues, el escritor fue sujeto a numerosas presiones y, finalmente, decidió autoexiliarse a un pueblo de provincias. Su última aparición pública fue en 2004, en un homenaje con motivo del III Congreso Internacional de la Lengua Española.
 
Ernesto Sábato reconocía que su verdadera pasión siempre fue la pintura. Ya de niño, antes de leer ni escribir, dibujaba, pero en la adolescencia empezó a plasmar  horribles pesadillas y alucinaciones en diseños que más adelante destruyó como para borrar aquel periodo desdichado. El contacto con el surrealismo durante la estancia parisina fue una experiencia transcendental en la vida de Sábato, pues le permitió adentrarse en los territorios más oscuros del arte. Su amistad con Óscar Domínguez lo animó a ponerse a pintar,  si bien la literatura se impuso por la necesidad de palabras que expresaran sus ideas y sus pasiones, apoyándose en el lenguaje del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis. Pero siempre ha gustado Sábato de la experimentación: desde escribir el  guión cinematográfico para la adaptación de El túnel, ensayos sobre el tango como canción de Buenos Aires, dirigir la enciclopedia Mitomagia, hasta la colaboración en varios discos con textos de Sobre héroes y tumbas o Uno y el universo, o con su hijo Mario en varios documentales como narrador, Sábato ha exprimido hasta los últimos días su talento y su creatividad. Ya en 1964 le otorgaron con méritos sobrados el título de Chevallier des Artes et des Lettres, orden instituida por André Malraux. Una dolorosa nostalgia por su vocación primera le llevó a dedicarse de pleno a la pintura una vez retirado de la vida pública. Cuando el médico le anunció que tenía una enfermedad irreversible en los ojos, que lo conduciría a la ceguera si no dejaba de leer y escribir, Sábato se alegró íntimamente, porque ello le supondría poder pintar. Su primera muestra fue en el Petit Foyer del centro Pompidou, en 1989, arrastrado por amigos y conocidos, donde sólo expuso una decena de cuadros, ya que su carácter autodestructivo lo llevaba a desechar la mayor parte de lo que pintaba. En 1992 expuso sus pinturas en el Centro Cultural de la Villa en Madrid y en La Galerie de París. Algunos ejemplos de sus cuadros más conocidos son Las flores del mal, oleo cedido por el autor a la Secretaría de Cultura, expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes;  Autorretato, Dostoievski, o Alquimista, todos ellos exponentes de un estilo oscuro, de trazos difuminados y rasgos macabros. Como en sus novelas,  también plasma Sábato en sus cuadros dolor y tristeza, paisajes desolados. Y es que para este intelectual de amplia curiosidad y calidad humana, el artista debe buscar la belleza, pero detrás de esta siempre aparecerá el dolor, ya que la vida siempre plantea al ser humano un dilema moral y metafísico.
 
Como marcado por un destino fatal, según él mismo creía, Ernesto Sábato pasó a lo largo de su vida por numerosas crisis existenciales, filosóficas, políticas. Su niñez estuvo sellada por la muerte de su hermano, por lo cual su madre le procuraba excesivos cuidados y desvelos, y él siempre sintió como si hubiera venido a reemplazar al otro. La severidad del padre, a menudo durísima, le enseñó a cumplir con el deber y a ser consecuente y riguroso consigo mismo, pero también motivó su espíritu propenso a la tristeza y a la melancolía. Aunque formado desde joven en las Ciencias, su constante búsqueda y su revisión crítica le hicieron virar hacia la Literatura, ya que encontró en la palabra una vía para canalizar su angustia. Dominado siempre por las pasiones y las contradicciones, no puede decirse que Sábato fuese estrictamente un intelectual -en cuanto al dominio de la razón-, pero sí un predicador convincente, en tanto que encarnaba los sentimientos de la mayoría. Sábato se recordará como icono de la cultura argentina, con todo lo positivo y lo negativo que ello conlleva, pues supo dejar tras de sí la estela del escritor atormentado que luchaba contra tinieblas y fantasmas, los de su país y los propios. Hasta su voz era cavernosa, de acento pesimista, como para dar expresión a las tinieblas de su mundo, aquel plasmado en sus escritos y pinturas.  Atormentado y horrorizado por la desaparición de personas durante la dictadura, Sábato pensaba que el hombre es el animal más siniestro que existe. Además, la muerte de su hijo mayor, Jorge, en 1995, en accidente de tráfico, supuso un duro golpe para el ya anciano Sábato. Y pocos años después también falleció su compañera de toda la vida, Matilde, a la que él consideraba una mujer fuerte, como las de la Biblia, lo que le supuso el dolor más fuerte de su vida. Tras varios años de reclusión y una larga enfermedad a la que ya no pudo plantar cara con casi un siglo a sus espaldas, ahora descansa en paz Sábato y nos espera al otro lado del túnel.
 
CDR

2 comentarios:

  1. Buen trabajo, un excelente escritor de culto para una lectura inteligente.
    Pmd.

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  2. Excelente información. Sábato se la merece. Lo veremos, desde luego, al otro lado del túnel.
    Tati.

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