La eternidad no es algo inalcanzable. Algunos autores la logran a través de sus escritos. Es el caso de Liev Nikoláievich Tolstói,
popularizado como Leon Tolstói (1828-1910), al que sin duda todos reconocen
como el autor de Guerra y paz y de Ana Karenina. Pero este escritor, uno de
los mejores novelistas de la literatura rusa y universal, no sólo es un
excelente representante del realismo ruso, sino que su filosofía de vida y su
propia existencia fueron un ejemplo a seguir por muchos otros hombres ilustres,
como Martin Luther King o Gandhi. Su influencia, en fin, va mucho más allá del
ámbito literario.
De descendencia noble, hijo de una
princesa y un conde, quedó huérfano a temprana edad y pasó parte de su
juventud, junto a sus tres hermanos y hermana, con sus tíos paternos. Quizá su
falta de orientación hace que la primera etapa de su vida se desarrolle entre
la impulsividad y la duda. En 1843 empezó sus estudios de Letras en la Universidad de Kazán,
que abandonaría poco después para terminar Derecho en San Petersburgo. Su
experiencia estudiantil lo dejó insatisfecho, ante un método de enseñanza
anticuado a sus ojos, de modo que a partir de ese momento se caracterizará
Tolstói por ser un escritor autodidacta. Una de las obras que más influyó en él
fue la Biblia , al igual que las doctrinas de Pushkin y
Rousseau, entre otros.
A partir de 1851 se une a su hermano
en el Caúcaso, para poco después ingresar en el ejército ruso. De esta vivencia
saldrán obras como Sebastopol
(1855-1856), historia basada en la guerra de Crimea, de la que él fue oficial; Dos húsares (1856); o Los cosacos (1863), donde el autor ruso
realiza una comparativa entre la sana vida al aire libre de estos guerreros con
el cansancio y la apatía de la juventud moscovita . En los últimos años de su
vida rememorará estos momentos en un bellísimo relato terminado en 1904 pero
publicado póstumamente, Hadzí Murad. Además,
en la primera parte de su vida escribió su obra autobiográfica, que incluye Infancia (1852), Adolescencia (1854) y Juventud
(1856). Interesado también por otros temas, publica Felicidad conyugal (1858), que habla de la relación más compleja y
plena que puede darse entre una pareja, el matrimonio por amor como proyecto de
futuro; una obra basada en la propia vida de Tolstói. La pedagogía fue
igualmente ámbito de su interés, de modo que en sus viajes por Inglaterra y
Alemania estudió los modernos métodos didácticos que posteriormente aplicaría
en la escuela por él fundada en Yásnaia Poliana, su pueblo natal, y que dará
título a otra de sus obras.
En 1862 contraerá matrimonio con
Sofia Andréievna Bers, hija de una culta familia moscovita, con la que tendrá
quince hijos. Sus ocupaciones como padre de familia y esposo, así como
administrador de numerosas propiedades, no mermaron su capacidad creativa. Y es
precisamente en estos años cuando escribe sus novelas principales: Guerra y paz (1865-1869) y Ana Karenina (1873-1877), publicadas
inicialmente como folletín en la revista “Ruskii Véstnik” (“El mensajero
ruso”). El propio escritor consideró Ana
Karenina como su primera novela, quizá por el cariño personal hacia la
protagonista, seguramente inspirada en Maria Hartung, hija de Pushkin, y sin
duda, desde el punto de vista literario, una obra en que el estilo tolstoiano
aparece en pleno apogeo. Ahondando en
las costumbres de la sociedad rusa, con unos personajes magníficamente
conseguidos, Tolstói pretendía además un ambicioso mensaje moralizador, si bien
el valor literario de estas obras eclipsa en cierto modo este fin. En este
sentido, se puede decir que Tolstói es a la vez un cronista de su tiempo,
historiador y moralista, pues narra con realismo sobrecogedor momentos
históricos mientras que da a los lectores lecciones de moralidad cristiana.
Es importante conocer la evolución
ideológica sufrida por Tolstói a lo largo de los años, ya que fue víctima de la
contradicción entre su vida y sus convicciones morales. Desde un joven noble
liberal, Liev Nikoláievich evolucionó a una edad adulta de insatisfacción y a
una madurez en la que encontró por fin aquello que no hallaba en los placeres
de la aristocracia rusa, propiciado por el descubrimiento íntimo de la fe
verdadera. Quizá esta transformación interior sea el germen de la actitud
crítica del escritor, que muestra en los otros las carencias que él ya ha
conseguido suplir. En esta línea ético-espiritual están Confesión (1882), Sonata a
Kreutzer (1889) o Resurrección
(1899), también magistrales análisis de la sociedad rusa.
Comprometido con los siervos de sus
tierras en mejorar las condiciones de trabajo y de vida, Tolstói prometió hacer
reformas desde su posición de aristócrata. Su convicción más profunda llegó a
ser que la salvación sólo podía estar en Dios y esto lo llevó a rechazar
también las instituciones y las creencias religiosas rusas, así como a fijarse
un ideal de pobreza voluntaria, trabajo manual y abolición de la propiedad. Sin
embargo, siempre se vio presionado por su familia, que le impedía deshacerse de
sus bienes. Pensamientos plasmados en sus Diarios
(escritos entre 1847 y 1894). Es en estos textos íntimos donde conocemos
verdaderamente la dimensión humana del escritor, sus preocupaciones, su
dificultades. Infatigable en su trabajo hasta los últimos días de su vida, en
octubre de 1910 abandona su casa en compañía de su hija Alexandra, su favorita,
y un discípulo, para vivir como un mendigo y paliar así su vergüenza ante los
campesinos por sus privilegios. Sin saberlo, Tolstói coge el tren hacia la
muerte, pues cuando llega a la estación de Astápovo no puede proseguir, tiene
fiebre y la neumonía avanzaba rápida y letal por su organismo. Y así, el 20 de
noviembre de 1910 muere Leon Tolstói, en la humilde cama de un jefe de
estación.
Más de cien años después de su muerte, sigue siendo imprescindible leer a este autor de mágico estilo, en palabras de Nabokov, cuya capacidad para describir lo que ve, para transmitir la psicología de los personajes y para entusiasmar al lector con su amor por la naturaleza aún no ha sido superada. La vitalidad y la fuerza de Tolstói, que impresionó a sus contemporáneos, quienes veían en aquel anciano de barbas blancas a un titán, a una especie de profera majestuoso, a un mago de las palabras, llega hasta nosotros a través de su impresionante legado literario.
Lo dicho: eterno.
CDR
Una semblanza magistral, y una excelente recomendación para entrar de lleno en la buena literatura. Recomendable y de obligada relectura para quienes gustamos de la lectura.
ResponderEliminarGracias, bloggera.
Pmd.
Estupendo retrato de este escritor. Seguro que, más de uno, leerá o volverá a leer cualquiera de esas novelas mencionadas en esta entrada.
ResponderEliminarTati.