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domingo, 3 de febrero de 2013

PALABRAS ENCENDIDAS (VII)

Inmersos de pleno en el invierno, continuamos avanzando por nuestro camino erótico-literario, antes de que nos alcance la primavera, que ella por sí sola ya es capaz de alterar la sangre.

La primera parada es obligatoria en la Historia de mi vida, del veneciano Giacomo Casanova (1725-1798). Estas memorias, escritas en 1774, no se publicaron hasta 1838, momento en que fueron consideradas como máximo ejemplo del libertinaje ilustrado. Hasta tal punto adquirió fama amatoria este autor, que pronto quedó acuñado el término "ser un casanova." El patrón que sigue la obra es el instaurado por Rousseau en sus Confesiones, donde se concede la misma importancia a la trayectoria erótica del individuo que a los hechos políticos o culturales. Como ejemplo, hemos escogido un fragmento que trascurre en España, donde Casanova vivió en 1768. En este se describen las costumbres sexuales de los españoles: "Los hombres de ese país son de espíritu limitado por multitud de prejuicios, en tanto que las mujeres, aunque ignorantes, son en él espirituales; pero los dos sexos están tan animados de deseos, de pasiones tan vivas como el aire que respiran, tan ardientes como el sol bajo el cual viven. (...) La galantería, en aquel país, sólo puede hacerse con misterio, pues está severamente prohibida. Los hombres son más bien feos que hermosos, aunque hay numerosas excepciones, en tanto que, en general, las mujeres de allí son bonitas y las bellezas no escasean. La sangre que les bulle en las venas hace que sean ardientes en el amor, y que estén siempre dispuestas a prestarse a toda intriga que tienda a engañar a todos los seres que las rodean como para espiar sus andanzas. El amante más dispuesto a desafiar los peligros es siempre el preferido. En los paseos, en la iglesia, en los espectáculos hablan con los ojos a quien quieren, y poseen a la perfección ese lenguaje seductor. (...) Lo que me hechizó de aquel espectáculo fue que, hacia media noche, a los acordes de la orquesta y acompañamiento de palmadas, comenzó, por parejas, la danza más loca que pueda imaginarse jamás. Era el famoso fandango. Sólo lo había visto bailar en Italia y Francia en los escenarios; pero estos bailarines de aquí se preocupaban mucho de ejecutar los gestos propios para hacer de ella la danza más seductora y voluptuosa posible. No se podría describir. Cada pareja, hombre y mujer, no hacían nunca más de tres pasos y, tocando castañuelas al son de la orquesta tenían mil actitudes y mil ademanes de una lascivia que nada puede imaginar. Se encuentra en este baile la expresión del amor desde el nacimiento hasta el fin, desde el suspiro del deseo hasta el éxtasis del goce. Me parecía imposible que después de semejante danza, la danzarina pudiese negar nada a su pareja, pues el fandango tiene que producir en los sentidos toda la excitación de la voluptuosidad."

Tampoco podemos pasar de largo por El arte de las putas, de Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), liberado de cualquier constricción a las reglas neoclásicas en esta obra festiva y libertina. Como si de un Arte de amar ovidiano se tratase, pero sometido al tamiz hispánico, la liviandad se convierte en escatología y las gráciles y ardientes muchachas romanas, en putas. La libertad expresiva de Moratín en esta obra es absoluta, obviando incluso el respeto a símbolos sagrados, como vemos: "En la ley natural no fue delito / ser los hombres más justos putañeros, / ni tuvo entonces tasa el apetito. / Del padre Abraham las venerables canas / con la mulata Agar reverdecieron, / y Jacob satisfizo a ambas hermanas, / y el justo Loth, después de bien debido, / de Segor en los senos más secretos / hizo a sus hijas madres de sus nietos (...)" (De "Historia del puterío.") No es de extrañar que la obra fuese prohibida por el Santo Oficio, en 1777. Otro ejemplo: " (...) Quedóse el fraile como si escondida / víbora hubiera hallado en su alpargata; / haciendo cruces de volverse trata, / porque el convento no se escandalice, / aunque no hay cirujano que no dice / que las bubas están en los conventos; / mas tal era la indómita lujuria / del sumamente reverendo padre, / desvirgador mayor de su colegio, / que discurrió enebrarlo son injuria / de su miembro, y quitando prontamente / de la cabeza, astuto, la capilla:/ -Si son las bubas multitud viviente / de insectos minutísimos y tiernos / como sienten los físicos modernos, / porque el mercurio a todo bicho mata, / la comunicación evitar quiero, / haciendo escudo de la ropa santa- / dijo, y calando a modo de sombrero / en su bendito miembro la capilla, / así lo mete. La pobreta chilla, / no enseñada a tan rígida aspereza. / Acabó el fraile y ve que se endereza / la comunidad toda hacia aquel puesto, / y por no dar ejemplo de inmodesto / se pone la capilla que chorrea, / jabonando el cerquillo y la corona, / blando engrudo, simiente de persona (...)" (De "El invento del condón.") Esta obra se publicó en muy raras ocasiones, pero el veto no impidió que el hijo del autor, Leandro Fernández de Moratín, siguiera los pasos literariamente lascivos de su padre.

Nos detenemos ahora en el controvertido Marqués de Sade (1740-1814), concretamente en La filosofía en el tocador, concebida como una obra didáctica que enseña la revolución por medio del sexo. Publicada en 1795, apareció supuestamente como "obra póstuma del autor de Justine", eludiendo así el nombre de Sade, perseguido por numerosos procesos abiertos contra él. En esta novela dialogada se conjugan erotismo y sadismo de una manera bastante equilibrada, sin la monotonía o la crueldad gratuita de otras creaciones del autor. Todos los temas sadianos están contenidos en esta obra: la necesidad de una víctima, predilección por la sodomía, el incesto, el voyeurismo, el sexo en grupo, etc.  A continuación reproducimos un fragmento de la doble desfloración de Eugenia (anal y vaginal): "DOLMANCÉ: Quisiera que Eugenia me la menease un momento. (Ella lo hace.) Sí, así es... un poco más rápido, amor mío..., tened siempre bien al desnudo esa cabeza bermeja, no la recubráis nunca... Cuanto más tirante pongáis el frenillo, mejor es la erección... nunca hay que cubrir la polla que se está meneando... ¡Bien...! Vos misma preparáis así el estado del miembro que va a perforaros... ¿Véis cómo se decide?... ¡Dadme vuestra lengua, bribonzuela!... ¡Que vuestras nalgas se posen sobre mi mano derecha, mientras mi mano izquierda va a cosquillearos el clítoris! (...) EUGENIA: ¡Oh, cielos! No ha sido sin esfuerzo... Mira el sudor que cubre mi frente, querida amiga... ¡Ay, Dios! ¡Jamás experimenté dolores tan vivos! SRA. DE SAINT-ANGE: Ya estás desflorada a medias, querida, ya estás en el rango de las mujeres; bien puede compararse esa gloria a cambio de un poco de dolor; además, ¿no te calman mis dedos un poco? (...)"

Inevitable también la mención a Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos (1741-1803), donde se funden la corriente libertina y la analítica del erotismo del siglo XVIII. Si hubiera que definir esta obra con una única palabra, esta sería "perversión". Los protagonistas, libertinos convencidos e impenitentes, producen en su camino una serie de víctimas, de las cuales proviene el erotismo de la obra. Lo que provoca el estremecimiento del lector es el uso de "carne humana" como moneda de cambio. La marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, que fueron amantes en el pasado, compiten ahora por ver quién realiza las conquistas más arriesgadas e impúdicas, las cuales se cuentan en un detallado intercambio epistolar, con el telón de fondo de celos y provocaciones mutuos. Un ejemplo en que el frenesí se desborda al máximo es el fragmento en que la joven e inexperta Cecilia de Volanges cuenta cómo, en contra de su voluntad, sucumbe finalmente a la violencia de Valmont: "Ayer, el señor de Valmont se sirvió de esa llave para venir a mi habitación, mientras yo dormía; me pilló tan desprevenida que me asusté mucho al despertar, mas, como enseguida me habló, lo reconocí y no grité; y además primero pensé que quizá viniera a traerme una carta de Danceny. Nada más lejos de su intención. Al cabo de un momentito, quiso besarme; y mientras yo me defendía, como es natural, se puso de tal forma, que por nada del mundo habría querido que siguiera así. Mas él quería un beso antes de nada. Hube de dárselo, pues ¿qué iba a hacer? Ya había intentado llamar; mas, aparte de que no pude, no olvidó decirme que si alguien venía ya sabría él echarme a mí toda la culpa; y, efectivamente, era fácil, a causa de la llave. Después no crea usted que se quitó. Quiso otro; y ése, yo no sabía lo que me pasaba, pero me turbó por completo, y luego, fue aún peor que antes. ¡Oh! Caramba, esto está muy mal. En fin, después... me eximirá usted de decir el resto; mas soy tan desgraciada como se puede ser. (...)" ( De Cecilia Volanges a la marquesa de Merteuil.)

Y finalizamos nuestra etapa de hoy con Félix María de Samaniego (1745-1801), bien conocido por sus fábulas para niños. Sin embargo, éste mismo es también autor de El jardín de Venus, una colección de historias que exponen con frescura y humor temas eróticos. La ausencia de culpabilidad que desprenden estos relatos atiende a la etapa de normalidad -el libertinaje no se veía reñido con la moral- que se vivió en la Ilustración antes de la reacción conservadora que barrió España (y toda Europa) tras el estallido revolucionario de 1789. Samaniego tuvo que enfrentarse entonces a un proceso inquisitorial a raíz de estos relatos eróticos, por lo que en adelante se guardó de afirmar su autoría. Como ejemplo, "La postema": Érase una aldea / un médico ramplón, y a más casado / con una mujer joven y no fea, / la que había estudiado / entre los aforismos de su esposo / uno u otro remedio prodigioso / que, si él ausente estaba, / a los enfermos pobres recetaba. / Su caridad ejercitando un día / la señora Quiteria, éste es su nombre, / vio que a su puerta había / un zagalón, ya hombre / que a su esposo buscaba / porque alguna dolencia le aquejaba. / Parecía pastor en el vestido, / y a Febo en la belleza y la blancura, / mostrando en su estatura / la proporción de un Hércules fornido, / tanto, que la esculapia alborotada, / cayó en la tentación. ¡No somos nada! / Hizo entrar al pobrete, / ya con mal pensamiento, en su retrete, / en donde le rogó que la explicase / la grave enfermedad que padecía, / porque sin su marido ella podía / un remedio aplicar que le curase. / -¡Ay, señora Quiteria!, el zagal dijo, / yo por lo que me aflijo / es por no hallar medio suficiente / para el mal que padezco impertinente. / Sepa usté, pues, que así que me empezaron / las barbas a salir y me afeitaron, / también me salió vello / alrededor de aquello, / y cátate que, a poco, tan hinchado / se me puso que... ¡vaya! / no podía jamás tenerlo a raya. / Yo, hallándome apurado / y de ver su tiesura temeroso, / pensé y vine a enseñárselo a su esposo, / el cual me lo bañó con agua fría... / con que se me aflojó por aquel día; / pero después a cada instante / ha vuelto el humor a estar suelto / y es la hinchazón tremenda. / Dijo, y sacó un... ¡San Cosme nos defienda!, / tan feroz, que la médica al mirarlo / tuvo su cierto miedo de aflojarlo; / pero venció el deseo / de gozar el rarísimo recreo / que un virgo masculino la promete / cuando la vez primera empuja y mete. / A este fin, cariñosa, / dijo al simple zagal: -¡Ay, pobrecito, / una postema tienes! Ven hijito, / ven conmigo a la cama; haré una cosa / con que, a fe de Quiteria, / se te reviente y salga la materia. / El pastor inocente a la cura se apresta / y ella, regocijada de la fiesta, / le dio un baño caliente, / metiendo aquello hinchado / en el..., ya usted me entiende, acostumbrado, / con una habilidad tan extremada / y tales contorsiones, / que dejó la postema reventada / con dos o tres o más supuraciones. / Fuese el zagal, y, a poco, / volvió un día a la casa del médico, que estaba / sentado en su portal cuando llegaba; / y, viéndole venir, con ironía / díjole: -¡Hola! Parece, por tu gesto, / que se te ha vuelto a hinchar... Pues entra presto, / te daré el baño de aguas minerales / que suaviza las partes naturales. / A que el pastor responde: ¡Guarda, Pablo! / Para postemas, que reciba el diablo / ese baño que aplasta y que no estruja. / ¡Toma! Cuando arrempuja / la señora Quiteria, / me la revienta y saca la materia.

Queda claro que no es incompatible ni excluyente el talento para las historias infantiles con el ingenio erótico-festivo. Quedan emplazados para más sorpresas en el próximo tramo de este recorrido.

CDR    

2 comentarios:

  1. Afortunados quienes seguíamos la serie. Bien, como siempre, ilustrativo y de amplio conocimiento.
    Pmd.

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  2. Esto se está poniendo al rojo vivo. Esperamos las siguientes.
    Tati.

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