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jueves, 8 de agosto de 2013

AMORES EN LA MITOLOGÍA (III)

Nuestra historia mitológica de hoy no es tan conocida como las anteriores. Más breve, menos nombrada, pero igualmente curiosa. El amor, como venimos viendo en estos episodios, desencadena desgracias, promueve rencores, y la mayoría de veces parece destinado a hundir las almas de los enamorados en lo más negro de la existencia. Pero también puede ser motivo de divertimento y en todo caso demuestra la astucia de los protagonistas para conseguir lo que desean.

En este caso se trata de los amores de Alfeo y Aretusa.

Cuenta el mito que:

Alfeo, uno de los oceánidas -divinidades menores de los ríos-, se encontró un buen día en el bosque con Artemisa. Este acontecimiento habría de ser considerado una fortuna para cualquiera, pero el problema es que el joven se enamoró perdidamente de la diosa. Y bien es sabido que Artemisa había consagrado su vida a la caza, a los animales salvajes, al terreno virgen, como ella misma quería mantenerse, lejos de cualquier pasión amorosa. Así pues, Artemisa rechazó los requerimientos de Alfeo. Mas él, como es natural en los jóvenes apasionados, decidió perseguirla hasta conseguir doblegar su resistencia.

Lejos de enojarse, la diosa se tomó la situación como una ingenua diversión y prolongó las expectativas de éxito para Alfeo. Cuando el muchacho se le acercaba, ella desaparecía. Y así estuvo jugando con sus sentimientos un año entero. Cansado y harto de tan vana persecución, Alfeo resolvió tomarla por la fuerza y, como venía siendo habitual en estos casos, planeó el rapto de Artemisa, movido por un fuerte deseo.

Alfeo se decidió a actuar un día en que la diosa y las ninfas de su cortejo celebraban una fiesta. Como la diosa esperaba alguna sorpresa de su tozudo perseguidor, embadurnó su cara y la de la sus acompañantes con arcilla, de manera que el joven no pudo reconocerla y se marchó con las manos vacías. Sorprende esta amable y divertida actitud de Artemisa, quien no solía tratar a los hombres con tanta delicadeza. Acostumbraba la hermana de Apolo a mandar a sus perros de caza para que despedazasen a sus osados pretendientes. Quizá le divertía más su azoramiento o tuvo compasión de él por ser, al fin y al cabo, una divinidad de la naturaleza.

Consciente de su suerte, vencido y despechado, Alfeo se olvidó de Artemisa. Y se enamoró de Aretusa, una ninfa del séquito de la diosa que, como esta, no se complacía en el amor de los hombres. Alfeo había vuelto a tropezar en la misma piedra. Sin embargo, esta vez la suerte estuvo de su parte.

Un duro día de caza, Aretusa, cansada, encontró un límpido río de aguas cristalinas y viendo que el paraje estaba solitario, se metió y comenzó a nadar. Hasta que oyó la voz del agua y salió asustada. Era el dios del río, Alfeo, ardiendo de deseo por ella. La joven náyade acudió a Artemisa, quien para protegerla la convirtió en una fuente. O en un manantial subterráneo, según versiones. El caso es que cometió un erro, pues Alfeo consiguió mezclar sus aguas con las de Aretusa y se unió así a su amada.

La apropiación forzada es muy usual en los relatos mitológicos, a veces no tan sutil como en esta ocasión.

Esta historia parece provenir de la creencia popular de que el río Alfeo (en el Peloponeso) se comunicaba subterráneamente con las aguas del manantial de Aretusa. De hecho, Estrabón afirmaba que si se arrojaba una copa al Alfeo, aparecería en la fuente de Ortigia (isla de Siracusa).

CDR

3 comentarios:

  1. Bonita y curiosa historia. Ya quisiera yo convertirme en un manantial, sobre todo subterráneo.
    Tati.

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    Respuestas
    1. ¿Para ser poseída por un oceánida que, astutamente, mezclase sus aguas con las tuyas? Intuyo que más bien por otros motivos...

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  2. ¡Menudos comentarios a propósito del amor sano y verdadero! El amor ya se sabe, ¡ciega!
    Pmd.

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