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domingo, 11 de agosto de 2013

CONTROLADOS

Hoy, en pleno siglo XXI, pensamos que no es para tanto, que el futuro que se auguraba hace unos años aún no ha llegado, no viajamos en coches volantes, por ejemplo. Sin embargo, algunos avances tecnológicos de los que disponemos superan con creces las más futuristas previsiones. ¿Quién imaginaba hace unas pocas décadas que podríamos hablar instantáneamente con alguien al otro lado del planeta, o ver al momento en la red una foto que acabamos de "subir" desde nuestro móvil, o estar en contacto simultáneo con millones de personas en las redes sociales? Hablo de estas cosas sencillas que son las que hacemos todos a diario, sin imaginar siquiera la cantidad de aplicaciones increíbles que tienen las tecnologías.

Y me parece que la mayoría de nosotros desconocemos qué supone este acceso ilimitado a la información, esta interactividad, este tráfico de datos. Para los legos en este tema, conectarse a internet no es más que un simple gesto que nos abre un mundo infinito de posibilidades. Cómo sucede y qué hay detrás es algo indefinido, en lo que ni siquiera pensamos. Sin embargo, existe algo llamado Centro de Datos, que viene a ser como el gran cerebro del planeta. Unos enormes edificios que, como neuronas, acumulan miles de servidores, los que hacen posible que la "magia" de la red funcione. Ese lugar es tan amplio y tan abstracto que ha venido a denominarse nube. Pero estar en ella no es gratis.

Y no me refiero solo al alto precio (en euros) que pagamos en este país por el acceso a internet. Sino además a lo que ello supone, sobre todo para nuestra intimidad. También es un alto precio, del que no somos conscientes. Da igual el grado de inmersión en ese vasto océano que es internet, desde el primer momento en que nos conectamos y navegamos, ya estamos localizados y controlados. Es increíble toda la información que queda almacenada: el historial de búsquedas, las citas guardadas en el calendario, el número de nuestro móvil, los lugares en los que hemos estado con él -al activarse el GPS-, las diferentes direcciones IP desde las que nos hemos conectado, las fotos, los vídeos que hemos subido, el número de nuestra tarjeta de crédito... Pensamos que como no nos busca la policía, nadie va a hacer uso de esos datos. Una gota de agua más que se pierde en el mar. Pero lo cierto es que todos hemos experimentado una desconcertante sensación cuando nuestro ordenador parece adivinar lo que queremos. Esto es obra de las cookies, que se encargan de almacenar la información de los hábitos de navegación del usuario. Todos somos espiados por agencias de publicidad que nos hacen llegar sus campañas.  Y todos hemos perdido ya, lo queramos o no, nuestra privacidad.

Además, tampoco sabemos la cantidad de energía que estos gigantes cerebros artificiales consumen. En primer lugar, porque no descansan, trabajan las veinticuatro horas, todos los días del año. Y en segundo lugar, porque necesitan una temperatura constante de 26,6 grados centígrados para salvaguardar su buen funcionamiento, lo que supone, además de su construcción en sitios estratégicos (a orillas del río Columbia o del mar Báltico, por ejemplo), un circuito de agua que absorba el calor que generan las máquinas. Cada vez que enviamos un e-mail, algo tan sencillo y común como eso, gastamos energía. Imagínense la cantidad de correos electrónicos que circulan en un solo día en todo el mundo... y el impacto ambiental que supone esto. Gestos que nos son ya tan habituales e imprescindibles, no solo para divertirnos o dedicarnos a nuestros hobbies, sino también para trabajar, y que tienen un alto coste para el Planeta. Y lo peor, cuanto más eficiencia ecológica, menos privacidad de datos.

No estoy en contra del uso de las tecnologías y soy la primera que reconoce sus innumerables ventajas y disfruta de ellas. Uso internet, uso el móvil, participo en las redes sociales, compro on-line... Pero también echo de menos un tiempo no muy lejano en que todo esto no existía -al menos no para los usuarios comunes-, vivíamos felices, y no sentíamos la inquietud de estar controlados. Simplemente nos hemos acostumbrado, nos hemos adaptado e incorporado  todo esto a nuestras vidas. Eso no quiere decir necesariamente que sea bueno ni que estemos a salvo.

De verdad, admiro a aquellas personas que viven ajenas a este tinglado, que se mantienen íntegras. Que las únicas nubes que conocen son las del cielo y las de sus sueños.

CDR

2 comentarios:

  1. Yo quisiera ser una de ellas, conocer sólo las nubes del cielo y las de mis sueños, sobre todo estas últimas.
    Tati

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  2. Todo en su momento, la felicidad siendo niños y los juegos, la admiración de jóvenes por lo nuevo y desconocido, lo calculado y realidad de adultos, el tiempo se nos echa encima y nos vamos adaptando, siempre y cuando podamos hacerlo y no nos dejemos arrastrar. Tiempo al tiempo, y poco más.
    Pmd.

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