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domingo, 1 de septiembre de 2013

EL POETA DE LA VIDA

Empieza septiembre. Y no quiere decir que haya terminado el verano, aún quedan veinte días, pero parece que la nostalgia se nos instala ante el preludio del otoño, la rutina.

Al menos yo hoy, no sé por qué, me he levantado nostálgica. Y llevo buena parte de la mañana leyendo poesía de José Hierro, uno de mis autores predilectos. Por eso, después de este paréntesis en el blog -no a causa de unas maravillosas vacaciones en un lugar lejano, sino por la gota fría que ha debido de hacer estragos también en las conexiones-, quiero rendir un pequeño homenaje al poeta madrileño, aunque no se cumpla hoy ningún aniversario suyo.

Fue Madrid la ciudad que lo vio nacer y morir, pero José Hierro pasó gran parte de su vida en Cantabria, donde sus padres se trasladaron cuando el niño apenas tenía dos años. Allí cursó sus estudios primarios en el Colegio de los Salesianos y posteriormente comenzó la carrera de perito industrial, que no pudo terminar al estallar la guerra civil en 1936. Cuando finalizó la contienda, Hierro fue detenido por pertenecer a una organización de ayuda a los presos políticos, según la acusación, e ingresó en prisión, donde estaría hasta 1944. Si algo positivo tuvo esta etapa fue la productividad literaria, pues el autor trata los acontecimientos vitales como materia poética (el abandono de los estudios, la muerte de su padre, la guerra, la cárcel) y el amargo poso autobiográfico que destilan estos poemas les dota de una madurez no muy común en un poeta joven. En esta época de reclusión descubre la Generación del 27 a través de Gerardo Diego, quien se convertirá en su padre espiritual, como el propio Hierro reconocerá más tarde. Una vez puesto en libertad, se trasladó a Valencia, donde permanecerá varios años, dedicado por completo a escribir. Participó en la fundación de la revista "Corcel" y perteneció igualmente al grupo fundador de "Proel", junto a Ricardo Gullón. En esta revista apareció su primer libro de poemas, Tierra sin nosotros (1947), donde arraiga ya la imagen que perseguirá al poeta por muchos años, la de una patria destruida, inhabitable. Ese mismo año se publica también su segunda obra, Alegría, por la que recibirá el premio Adonais, temáticamente una continuación de la anterior. Al regresar a Santander, José Hierro ejerce de profesor y de redactor jefe de las revistas de la Cámara de Comercio y de la Cámara Agraria. Por estas fechas comienza además su labor como crítico pictórico, en el Diario "Alerta" sobre la obra del pintor burgalés Modesto Ciruelos, quien llegó a ser gran amigo del poeta y falleció precisamente el mismo año que él.

En 1949 contrajo matrimonio con María de los Ángeles Torres. De 1950 es su poemario Con las piedras, con el viento. Dos años después decide instalarse en Madrid con su esposa y sus dos hijos. En la capital prosigue su carrera de escritor, aparece Quinta del 42 (1952), donde Hierro se muestra ya como poeta solidario sin que su lírica, sin embargo, sea poesía social al uso. Empieza a trabajar en esta época en el CSIC, en la Editora Nacional y en el Ateneo. Fue asiduo colaborador de numerosas revistas literarias, como "Espadaña", "Garcilaso", "Juventud Creadora" o "Poesía de España", entre otras. Y participó en Radio Exterior y Radio 3 hasta que se incorporó a Radio Nacional de España, donde permanecerá hasta 1987. De marcada tendencia antirrealista es el poemario Cuanto sé de mí (1957), en el que, alejándose de la historia y del tiempo, su preocupación se centra en el lenguaje y en lo imaginativo. Elementos que culminarán en el Libro de las alucinaciones (1964), vertebrado por un fuerte irracionalismo que se plasma en el uso del versículo como ruptura total. Tras unos años de silencio creativo, en que seguían apareciendo reediciones de sus obras y el poeta continúa su variada labor, en 1991 se publicó Agenda y Emblemas neurorradiológicos en 1995. A finales de la década, Hierro se consagra más si cabe con Cuaderno de Nueva York (1998), auténtica obra maestra de la poesía contemporánea.

Otra de las pasiones de José Hierro fue la pintura, arte que conoció y dominó casi al mismo nivel que la literatura, utilizando el lenguaje pictórico como complemento perfecto a su poesía. Asimismo, la música también es parte esencial de su obra, pues sus versos no son otra cosa que una cadencia musical que sirve para explicar la vida. En este sentido, no hay más que escuchar alguno de los poemas en la propia voz del autor para darnos cuenta de la musicalidad y plasticidad enlazada en los versos. La poesía es ritmo y en el caso de Hierro, precisamente, la emoción surge con el compás de sus palabras. El poeta, que consideraba que no existen palabras bellas o feas sino adecuadas o no para el poema, buscaba y trataba con cariño las palabras hasta encontrar su música idónea.

Entre sus muchos reconocimientos y galardones destacan el Premio Nacional de Poesía en 1953 y en 1999; el Premio de la Crítica en 1958 y 1965; el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1981, el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1990; el IV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1995; o el Premio Cervantes en 1998. Además, fue nombrado hijo adoptivo de Cantabria en 1982 y un busto suyo se halla en el paseo marítimo de Santander. En 1999 fue elegido miembro de la Real Academia Española, aunque nunca leería su discurso de ingreso, pues su salud empezó a complicarse a raíz de un infarto sufrido al poco tiempo, derivando en un enfisema pulmonar que le provocaría la muerte el 21 de diciembre de 2002.

José Hierro pertenece a un grupo de jóvenes poetas que empiezan a darse a conocer a partir de 1940, sobre todo a través de las revistas literarias de la época. Poco podía interesar la poesía en un momento en que el país estaba sumido en la mayor tragedia de su historia, sin embargo estos inconformistas vates, cada uno a su manera, dieron testimonio de lo que estaba ocurriendo y expresaron sus más hondos sentimientos al respecto. Entre ellos encontramos nombres que ensalzan el prestigio de nuestra literatura contemporánea, como Blas de Otero, Rafael Montesinos, Leopoldo de Luis, y el propio José Hierro. Las diferentes publicaciones literarias representaban las diversas tendencias que se daban en la lírica de la época. Aunque Hierro publicó en muchas de ellas, estuvo principalmente ligado a "Proel" (Santander), cuyas colaboraciones indagaban en la existencia del ser humano y en su papel en el mundo.

En líneas generales, la obra de José Hierro se puede dividir en dos etapas. La primera abarcaría desde su primer poemario hasta Lo que sé de mí, donde ya se notaría un cambio en el estilo y en la actitud lírica. Es su poesía más testimonial, cada poema es como un pequeño “reportaje”, según denominación del propio autor. En la segunda, desde el Libro de las alucinaciones hasta Cuaderno de Nueva York, se acentúa la complejidad, el tratamiento de las metáforas, pero se gana en riqueza lírica y significativa. En Hierro encontramos, por tanto, un poeta completo que supo encarnar el panorama español de medio siglo, respetando siempre su visión personal originaria a pesar de su lógica evolución. El tema principal de la poesía de José Hierro es el tiempo. Una de sus obsesiones, como él mismo reconocía, era perpetuar el instante para disfrutarlo antes de que pase. Se diría que el impulso lírico viene de la necesidad del poeta de hallar una verdad que le dé refugio ante la fugacidad temporal. Así, el símbolo más recurrente de su poesía es el mar, representación de lo eterno, no tiene pasado, está siempre presente. También muy importante es la conciencia de que el dolor y la felicidad van unidos en la vida, suponen la plenitud de la misma. Como dicen los versos Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe (del poemario Alegría), la conclusión, a la vez lógica y absurda, a que llega el poeta es que el dolor y la alegría son lo mismo. Por otra parte, una de las características que se han señalado como más originales de la poesía de Hierro es la “alucinación”, que él mismo definió como “Una confusión de tiempos y espacios, un no saber si las cosas están realmente ocurriendo o soy yo quien está anticipando algo que va a ocurrir, una realidad visionaria.” Y así, la obra de este magnífico poeta se va impregnando poco a poco de ambigüedad, de caos y de irracionalidad, a partir de los sesenta, como ya se ha mencionado. Aunque mantendrá su elección de palabras sencillas y su alejamiento del hermetismo conceptual, la expresión poética se tornará más compleja, más sugerente y misteriosa. La distinción, pues, entre “reportaje” y “alucinación” podría parecer imprescindible, sin embargo no lo es más que para la obra en conjunto, ya que poema a poema descubrimos que la diferencia no es neta, sino que se mezcla (hasta en el poema titulado Reportaje se cuelan ráfagas visionarias y alucinaciones) e incluso ambos se superponen.

José Hierro es un poeta fruto de sus circunstancias y de su tiempo, que supo enraizar en la vida que le tocó vivir, sin intentar en ningún momento una poesía abstracta o de evasión. Él quiso que su poesía fuese testimonial y no una poesía estética, de la que fácilmente se podría prescindir, sin descuidar por ello la belleza de la palabra (en principio, sus poemas responden a las formas clásicas, como el soneto o el romance), que no es lo mismo que el recargamiento y el ornato excesivo. Y tampoco gustó mucho de la denominación de “social” para su poesía, pues no veía clara tal etiqueta. Poco le preocupaba, en todo caso, el encasillamiento de su obra, pues con la honestidad que lo caracterizaba llegó a afirmar que él escribía lo que le salía y que lo hacía para conocerse a sí mismo y entender lo que le rodeaba. Para Pepe Hierro, como le gustaba que lo llamaran, la poesía es cuestión de inspiración además de trabajo. Sus silencios poéticos se debían a que no le venía la poesía, para escribir necesitaba sentir una especie de cosquilleo en la conciencia, como una música que oyes en tu mente y debes plasmar en versos. Y si algo más destaca, aparte de lo dicho, en la obra de Hierro es la esencia de vida que se capta en su poesía. En general desnuda, pobre en imágenes, la poesía de este cántabro de adopción es lisa y llana como un espejo para el lector. Y aunque se pueden extraer bellos versos aislados, la verdadera hondura de su lírica se saborea paladeando el poema completo. Como pequeños trozos de vida.

Comprometido con el terrible tiempo que le tocó vivir y las injusticias sufridas en su propia carne y en la de los otros, quienes conocieron personalmente a Pepe Hierro lo quisieron y lo admiraron por su personalidad arrolladora, por su talento y por su integridad moral. Hablan de él como un enamorado de la vida, un ser intranquilo y nervioso que no podía estar quieto, bromista, fumador empedernido, a quien fascinaba el mar, las plantas, la cocina, la música, los animales. Sin temer nunca el brillo ajeno, era un poeta de verdad y un ser humano excepcional que nunca fue mezquino ni egoísta, ni envidioso, siempre noble. ¿Quién puede ser inmune a este hechizo?

CDR

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