Vistas de página en total

domingo, 17 de noviembre de 2013

LA ESPERA

Han dado las doce en el reloj del salón y he escuchado cada una de las campanadas como si retumbaran en mi interior. No puedo dormir. Es imposible. Hoy no. Ni podré rendir en el trabajo. Ni podré preparar bien la comida, ni la cena. Porque hoy, un año más, ha llegado el día.
 
Buenos días, cariño, cómo has dormido. Por supuesto, él no lo recuerda, para él no tiene importancia. Cuando se lo expliqué me dejó bien claro que son tonterías, paranoias mías. Casualidades. De hecho, lo mismo me dicen aquellos a quienes he confiado mi preocupación.
 
Cuando mi abuela murió nadie se percató de que el día de su muerte coincidía exactamente con el del fallecimiento de su madre, mi bisabuela. Pura coincidencia de la que solo más tarde nos dimos cuenta, un día en que mi hijo mayor tuvo que indagar y confeccionar un árbol genealógico de la familia para el colegio. Fui yo la que, al revisar el trabajo, me fijé en la coincidencia de fechas. Qué curiosidad, nada más. Sin embargo, al cabo de los años mi madre enfermó. Su estancia en el hospital fue larga y finalmente volvió a morir a casa, ya no había nada que hacer y ninguno queríamos seguir viéndola en aquella habitación blanca y fría. Todos sus hijos estábamos rodeando la cama en el momento en que expiró, tranquila por fin después de tanto sufrimiento. Era el mismo día. Diecisiete de noviembre. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, no solo por la pérdida de mi madre, sino además por la certeza de que el destino había elegido esa fecha final para toda la descendencia femenina de mi familia. Fugazmente pensé en mi hija y dos lágrimas silenciosas rodaron por mis mejillas.
 
¿Y qué más da? algún día hay que morir, cariño. Piensa que al menos ellas han muerto viejas, aún te quedan muchos años por delante. A veces, mi marido no es muy delicado. El tema se convirtió en mi obsesión. Por supuesto, me propuse llegar hasta el fondo de la cuestión e investigué sobre mis antepasadas directas. Dediqué mucho tiempo a averiguar cuándo había muerto mi tatarabuela y la madre de esta, pues el trabajo tuve que hacerlo básicamente por teléfono, al vivir lejos de nuestro lugar de procedencia. En la era de la informática a nadie le gusta mucho tener que buscar en polvorientos archivos de hace casi dos siglos. Me encontré con muchas dificultades, pero finalmente pude comprobar que, en efecto, todas las mujeres ascendientes de mi madre, desde al menos cinco generaciones, habían fallecido en la misma fecha. ¿Se puede considerar eso una mera casualidad?
 
Todavía no me he atrevido a abordar el tema con mi hija, que ahora tiene dieciséis años. Por un lado, creo que es una tragedia conocer el día en que vas a morir, eso genera una ansiedad horrible, miedo, al menos yo lo tengo. Pero por otra parte, a veces pienso que es casi mágico. Que formamos parte de uno de esos círculos femeninos dotados de algo especial, como si fuéramos brujas o adivinas. Que nosotras contravenimos el azaroso devenir del tiempo. El problema es que no sé muy bien cómo funciona. Es cierto que mi tatarabuela, bisabuela, abuela y mi pobre madre murieron de muerte más o menos natural a una edad razonable para la época en que cada una vivió, y lo hicieron de forma cronológica. Pero los tiempos van cambiando y hoy en día, cómo puedo yo saber que moriré antes que mi hija, cómo sabré si ella tendrá a su vez una hija y que continuará con esta sucesión.
 
Por eso cada año, cada vez que llega el diecisiete de noviembre, la preocupación no es solo por mí, es también por ella. Oh, me da tanto miedo morir y dejar mil cosas pendientes por hacer, abandonar a mi marido y a mis hijos. Pero cuánto peor es imaginar que en este mundo trastornado hasta ese ciclo se altere y llegue a perder a mi Silvia.
 
Así llevo siete años. Escrutando mi salud y la de mi hija, descartando una posible enfermedad de cara a noviembre. Contando minuto a minuto el día cuando este llega, sorteando supuestos peligros, casi vigilando a Silvia para que evite riesgos. Respirando aliviada cuando el reloj vuelve a sonar a media noche...
 
Y de nuevo a la espera.
 
Al final, ya verás, te morirás otro día, me dice mi marido antes de dormirse.
 
CDR 

2 comentarios:

  1. Casualidades de la vida, pero que te hacen pensar y meditar, aunque esto suene a una buena imaginación.
    Tati.

    ResponderEliminar
  2. Buen relato, bien estructurado, ágil ... ¡qué más se puede decir!
    Pmd.

    ResponderEliminar