Ejercer de madre a tiempo completo no ha mermado en absoluto mi pasión por los libros. Sí es cierto que ya no estoy tan al tanto de las novedades y que mis lecturas van un poco a la zaga, pero nunca viene mal un buen libro, sea cual sea su fecha de publicación. Así que este lunes, último día de julio, les recomiendo una lectura interesante de verdad, la historia personal y sincera de uno de nuestros mejores autores contemporáneos.
La
biografía de una persona puede ser muy sencilla, aunque se trate de un escritor
con una considerable trayectoria literaria. Es el caso de Fernando Marías, él
mismo la resume en que nació en Bilbao en 1958 y vive en Madrid desde 1975, como
si nada más hubiera que destacar. Y sin embargo, es su última novela, La isla del padre, ganadora del Premio
Biblioteca Breve 2015 de Seix Barral, una verdadera novela autobiográfica en la
que el autor hace un ejercicio de indagación íntima, narrando la relación con
su padre desde que, siendo niño, preguntó a su madre quién era ese hombre
desconocido que había llegado a casa, como si el pequeño temiese a un
adversario, hasta la finalización de este libro, tras la muerte del progenitor.
El punto de partida es, pues, ese Miedo Mutuo instalado entre ambos –la amenaza
para el niño, que vivía con su madre y su abuela; que su hijo no lo quisiera,
para el padre– en un repaso pormenorizado de cómo consiguieron superarlo. Es asimismo un despliegue de literatura
en una narración de aventuras poco convencional, evocadora de viajes a tierras
lejanas y, más aún, un homenaje muy personal a la figura del padre, a base de
anécdotas, reflexiones, pensamientos, que sirve incluso para curar la herida de
lo no dicho, algo que lastra toda relación humana. Por otra parte, resulta
evidente a lo largo de la historia la estela de dolor que supone la pérdida del
padre y la indeleble huella imprimida por este en el hijo. Escribir una novela
como alternativa al duelo. Escribir una novela para airear los rincones más
íntimos. Se trata, en definitiva, de la exposición del crecimiento vital del
escritor, que regresa a los años cruciales de su infancia y adolescencia para
darse cuenta de que ese tiempo es el que lo ha conformado como lo que es en el
presente.
Apasionado del cine desde niño, con
temprana vocación de guionista, Marías hace un recorrido por la cinematografía
de la época, poniendo de manifiesto la importancia que tenían las películas
para conocer el mundo y obtener una interpretación de la vida diferente a la
que los curas enseñaban en la escuela. En el gris y triste Bilbao franquista de
los años setenta, el adolescente Marías descubre su vocación artística ante una
pantalla blanca donde se proyectan los anhelos. Como su padre dejó su trabajo en
un taller mecánico para ser marino y viajar, él se fue a Madrid para ser
guionista, y acabó siendo escritor. El cine es un elemento fundamental en esta
novela, en la que Leonardo Marías se convierte en un personaje de ficción.
Interesante perspectiva también sobre el proceso de escritura, anotaciones,
manías, recursos, abundantes referencias literarias. Y reflexión sobre cómo el
azar influye en nuestras vidas hasta tal punto que el mínimo soplo de brisa
puede cambiar el modo en que las cosas sucedieron y por lo tanto nuestra vida.
Como si de un ritual se tratase,
Marías vuelve a la casa familiar de Bilbao para terminar su libro, cuando lo
acabe se venderá la casa y nunca más nadie de su familia la habitará, como así
ha sido los últimos cien años. Una liberación de los espectros que contribuye
al ejercicio literario, así como a la intención personal de conocerse mejor y
explicarse a sí mismo y su historia familiar. Y sin embargo, no por ser
biográfica, deja de ser esta novela una ficción literaria, pues la memoria
aparece cuajada de fantasía, el padre rodeado de un halo de misterio y algunas
intrigas, como la del arcano H, cuyo secreto logrará descifrar el escritor al
final por un capricho del azar, sin decepción alguna. La memoria no es
objetiva, así, siendo real la base de los hechos narrados, lo demás es fruto
del recuerdo, aderezado de literatura, interpretado por el narrador; la memoria
puesta al servicio de la escritura. La novela, escrita en primera persona,
alterna diferentes tipos de narración, el Marías escritor se aleja del Marías
personaje, a veces por medio de un humor muy intencionado que pone de
manifiesto, por ejemplo, lo ridículo del ser humano, sus aspectos más cómicos.
Y todo ello por medio de una prosa fluida de tono sereno, sin pudor, con tintes
poéticos en ocasiones y sentencias magistrales que condensan universales como el
cariño, la admiración, lo aprendido del hijo por su padre.
Una relación, la paterno-filial, tan
antigua como la propia humanidad ha dejado numerosos ejemplos en la literatura,
donde se reparten reproches y afectos a partes iguales. Jorge Manrique, Kafka,
Delibes, Roth, entre otros, se encuentran en La isla del padre, sin embargo, esta historia es diferente en tanto
que no busca lo mismo, ni atisbo de ira, ni de agravio, ni elegía por la
muerte, ni redención. Es simplemente un testimonio sincero, una mirada valiente
hacia el pasado y hacia el interior, tan natural, tan desnudo, que se convierte
en la historia de todos los hijos y todos los padres. Una novela que empezó a
escribirse mucho antes de la muerte del padre, desde pinceladas que el autor
fue bosquejando y que, tras la despedida definitiva, hubieron de cobrar forma. Y
no se trata de una historia triste, pese a la descripción de la enfermedad en
los últimos años, pese a la pérdida, es una historia de esperanza, narrada
desde la alegría de vivir, es lo mejor que puede enseñarnos la muerte. En
cuanto al título, La isla del padre lo
obtuvo tardíamente, cuando ya la novela estaba muy avanzada y el escritor descubrió,
en una tranquila conversación con su sobrina, que era dueño de una isla, regalo
del padre a él y a sus hermanos en uno de sus viajes. Un juego mental del
marino, fantasías a bordo del barco que tan lejos de su familia lo tenía la
mayor parte del tiempo. Algo que casa perfectamente con la imaginación del niño
que fue Marías y pensaba las islas como grandes trozos de piedra donde se
refugiaban los marinos. De adulto, la isla, el padre, como un lugar seguro al
que volver.
Desde
Homero, es el viaje una metáfora literaria que identifica un tránsito vital.
Ese es el itinerario de esta magnífica novela de Fernando Marías, en la que
hace un viaje sentimental y literario desde la sombra del padre hasta sus
propias tinieblas, al pasado y desde el presente, para resurgir tranquilo,
sanado, reconciliado no con un padre con quien nunca estuvo en pugna, sino
consigo mismo.
¡Feliz lectura!
CDR
Lo tengo previsto.
ResponderEliminarTati.