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lunes, 31 de julio de 2017

RINCONES

Ejercer de madre a tiempo completo no ha mermado en absoluto mi pasión por los libros. Sí es cierto que ya no estoy tan al tanto de las novedades y que mis lecturas van un poco a la zaga, pero nunca viene mal un buen libro, sea cual sea su fecha de publicación. Así que este lunes, último día de julio, les recomiendo una lectura interesante de verdad, la historia personal y sincera de uno de nuestros mejores autores contemporáneos.



La biografía de una persona puede ser muy sencilla, aunque se trate de un escritor con una considerable trayectoria literaria. Es el caso de Fernando Marías, él mismo la resume en que nació en Bilbao en 1958 y vive en Madrid desde 1975, como si nada más hubiera que destacar. Y sin embargo, es su última novela, La isla del padre, ganadora del Premio Biblioteca Breve 2015 de Seix Barral, una verdadera novela autobiográfica en la que el autor hace un ejercicio de indagación íntima, narrando la relación con su padre desde que, siendo niño, preguntó a su madre quién era ese hombre desconocido que había llegado a casa, como si el pequeño temiese a un adversario, hasta la finalización de este libro, tras la muerte del progenitor. El punto de partida es, pues, ese Miedo Mutuo instalado entre ambos –la amenaza para el niño, que vivía con su madre y su abuela; que su hijo no lo quisiera, para el padre– en un repaso pormenorizado de cómo consiguieron superarlo. Es asimismo un despliegue de literatura en una narración de aventuras poco convencional, evocadora de viajes a tierras lejanas y, más aún, un homenaje muy personal a la figura del padre, a base de anécdotas, reflexiones, pensamientos, que sirve incluso para curar la herida de lo no dicho, algo que lastra toda relación humana. Por otra parte, resulta evidente a lo largo de la historia la estela de dolor que supone la pérdida del padre y la indeleble huella imprimida por este en el hijo. Escribir una novela como alternativa al duelo. Escribir una novela para airear los rincones más íntimos. Se trata, en definitiva, de la exposición del crecimiento vital del escritor, que regresa a los años cruciales de su infancia y adolescencia para darse cuenta de que ese tiempo es el que lo ha conformado como lo que es en el presente.

Apasionado del cine desde niño, con temprana vocación de guionista, Marías hace un recorrido por la cinematografía de la época, poniendo de manifiesto la importancia que tenían las películas para conocer el mundo y obtener una interpretación de la vida diferente a la que los curas enseñaban en la escuela. En el gris y triste Bilbao franquista de los años setenta, el adolescente Marías descubre su vocación artística ante una pantalla blanca donde se proyectan los anhelos. Como su padre dejó su trabajo en un taller mecánico para ser marino y viajar, él se fue a Madrid para ser guionista, y acabó siendo escritor. El cine es un elemento fundamental en esta novela, en la que Leonardo Marías se convierte en un personaje de ficción. Interesante perspectiva también sobre el proceso de escritura, anotaciones, manías, recursos, abundantes referencias literarias. Y reflexión sobre cómo el azar influye en nuestras vidas hasta tal punto que el mínimo soplo de brisa puede cambiar el modo en que las cosas sucedieron y por lo tanto nuestra vida.

Como si de un ritual se tratase, Marías vuelve a la casa familiar de Bilbao para terminar su libro, cuando lo acabe se venderá la casa y nunca más nadie de su familia la habitará, como así ha sido los últimos cien años. Una liberación de los espectros que contribuye al ejercicio literario, así como a la intención personal de conocerse mejor y explicarse a sí mismo y su historia familiar. Y sin embargo, no por ser biográfica, deja de ser esta novela una ficción literaria, pues la memoria aparece cuajada de fantasía, el padre rodeado de un halo de misterio y algunas intrigas, como la del arcano H, cuyo secreto logrará descifrar el escritor al final por un capricho del azar, sin decepción alguna. La memoria no es objetiva, así, siendo real la base de los hechos narrados, lo demás es fruto del recuerdo, aderezado de literatura, interpretado por el narrador; la memoria puesta al servicio de la escritura. La novela, escrita en primera persona, alterna diferentes tipos de narración, el Marías escritor se aleja del Marías personaje, a veces por medio de un humor muy intencionado que pone de manifiesto, por ejemplo, lo ridículo del ser humano, sus aspectos más cómicos. Y todo ello por medio de una prosa fluida de tono sereno, sin pudor, con tintes poéticos en ocasiones y sentencias magistrales que condensan universales como el cariño, la admiración, lo aprendido del hijo por su padre.

Una relación, la paterno-filial, tan antigua como la propia humanidad ha dejado numerosos ejemplos en la literatura, donde se reparten reproches y afectos a partes iguales. Jorge Manrique, Kafka, Delibes, Roth, entre otros, se encuentran en La isla del padre, sin embargo, esta historia es diferente en tanto que no busca lo mismo, ni atisbo de ira, ni de agravio, ni elegía por la muerte, ni redención. Es simplemente un testimonio sincero, una mirada valiente hacia el pasado y hacia el interior, tan natural, tan desnudo, que se convierte en la historia de todos los hijos y todos los padres. Una novela que empezó a escribirse mucho antes de la muerte del padre, desde pinceladas que el autor fue bosquejando y que, tras la despedida definitiva, hubieron de cobrar forma. Y no se trata de una historia triste, pese a la descripción de la enfermedad en los últimos años, pese a la pérdida, es una historia de esperanza, narrada desde la alegría de vivir, es lo mejor que puede enseñarnos la muerte. En cuanto al título, La isla del padre lo obtuvo tardíamente, cuando ya la novela estaba muy avanzada y el escritor descubrió, en una tranquila conversación con su sobrina, que era dueño de una isla, regalo del padre a él y a sus hermanos en uno de sus viajes. Un juego mental del marino, fantasías a bordo del barco que tan lejos de su familia lo tenía la mayor parte del tiempo. Algo que casa perfectamente con la imaginación del niño que fue Marías y pensaba las islas como grandes trozos de piedra donde se refugiaban los marinos. De adulto, la isla, el padre, como un lugar seguro al que volver.

Desde Homero, es el viaje una metáfora literaria que identifica un tránsito vital. Ese es el itinerario de esta magnífica novela de Fernando Marías, en la que hace un viaje sentimental y literario desde la sombra del padre hasta sus propias tinieblas, al pasado y desde el presente, para resurgir tranquilo, sanado, reconciliado no con un padre con quien nunca estuvo en pugna, sino consigo mismo.

¡Feliz lectura!

CDR

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