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domingo, 6 de agosto de 2017

SOY MAMI: MI REGALO

John Ruskin afirmó muy acertadamente que no hay otra riqueza que la vida.

Ese es el regalo para mis hijos, haberles dado la vida, pero más allá de eso, quisiera que se tratase de una vida plena.

Por eso quiero transmitirles que cada uno es único y especial. Que cada uno cuenta con unas potencialidades personales y que tienen derecho a desplegarlas, y que tienen que conceder a los demás el mismo privilegio. Que deben moverse por el amor y la dedicación y no juzgar. Que deben ser felices, que lo merecen incondicionalmente, sin depender de nadie ni de nada, que la felicidad está dentro de ellos mismos. Que no se trata de no ser realistas, pero sí de ser positivos, de afrontar las situaciones adversas con calma interior. Y crecer con dignidad, y dejar a los demás hacer lo mismo. Que la vida es maravillosa, que no es un castigo, que no hay que competir, que hay que aceptarse y aceptar a los demás, sin prejuicios. Sin miedos. Que pueden llegar a ser lo que quieran ser y que eso es a lo único que deben aspirar. Que los quiero y los querré siempre, que no pueden defraudarme, que mi amor por ellos no depende de nada que hagan o dejen de hacer, ni de cómo sean. Que nuestros caminos siempre estarán entrelazados, pero un día ellos habrán de seguir su propio sendero.

No creo que esto sea muy diferente a lo que todos los padres quieran para sus hijos, a priori. Porque sinceramente pienso que llega un momento -demasiado pronto- en nuestra ajetreada y calculada vida en que estos anhelos pasan a un segundo plano y empezamos a evaluarlos según unas expectativas, nuestras, sociales, escolares... que los alejan de la felicidad y de la vida plena que describo arriba. Y aquello queda en el plano de la utopía.

En primer lugar, los niños son personas. Parece evidente, pero es algo que hay que tener claro para no tratarlos como proyectos, para no hablarles como seres inferiores, para dejarles opciones y decisiones, para fomentar su autonomía desde el principio, para no forzarlos a nada que no quieran, para no guiarnos por el "yo sé lo que te conviene", "lo haces y punto". Inconscientemente dañamos a los niños, porque no valoramos el poder de las palabras, cuánto influimos en su autoimagen. Es necesario aprender a hablar y a relacionarnos con ellos de otra forma a la que estamos habituados.

Por otro lado, está claro que somos seres sociales y como tales tenemos que educar a nuestros hijos para que vivan y convivan en sociedad. Pero no todos los aspectos de nuestra sociedad son dignos de admiración ni por tanto de imitación. Lo que hace la mayoría no es lo que hay que hacer invariablemente, sin ponerlo en cuestión. La transmisión de valores es fundamental, pero ¿son los valores actuales los que quiero para mis  hijos? No exactamente.

Y por último, ¿es la escuela, tal y como está enfocada en general, el lugar ideal para que mis hijos desarrollen sus potencialidades y sean felices? Desde luego que no. Soy profesora y estoy cansada de ver en las aulas personalidades dañadas, heridas, reprimidas, etiquetadas... talentos desperdiciados, creatividades anuladas, niños y niñas, chicos y chicas que no saben que son seres humanos maravillosos porque nadie se lo ha dicho nunca. Y eso empieza en casa y se extiende por todos los lugares, porque estamos en una sociedad inválida emocionalmente, que no fomenta la expresión, que se basa en el "así aprenderás", en "déjalo que sufra que la vida es muy dura", en el "no llores, que no es para tanto", en el vivir hacia fuera, en la competitividad, en la dicotomía entre ganadores y perdedores, en la evaluación numérica, en el encasillamiento.

Me hace gracia cuando me hablan de los peligros de no escolarizar a mis hijos, uno de ellos la falta de sociabilidad, como si en esta sociedad se fomentara la convivencia, el respeto y la empatía, ja. No hace falta más que pasar un rato en un parque para ver lo sociables que son la mayoría de niños que allí juegan y más aún los adultos que los acompañan.

Apunto también, ya con un poco de cansancio, que el periodo de escolarización infantil no es obligatorio. Así que, que no cunda el pánico, los servicios sociales no nos visitarán de momento.

Como madre, elijo lo que quiero (creyéndolo lo mejor) para mis hijos hasta que ellos sean capaces de elegir. Cuando llegue el momento en que sean conscientes de por dónde los he guiado, podrán echarme en cara lo que he hecho, claro que sí. Pero eso forma parte de la tarea de ser padres, ¿no? ¿O simplemente por hacer lo que todos hacen ya me garantizo el éxito? Al menos no les dirán que son raros, menudo argumento, qué es ser raro, qué es ser normal. Me parecen palabras demasiado amplias, con significados muy subjetivos.

Creo que el trabajo más importante es criar a mis hijos para que sean personas, así de simple, y tan complicado como para que sean capaces de manejarse en el mundo y de manejar el mundo de manera efectiva, para que lo conviertan en un lugar mejor.

¿Es de risa? Para mí es muy serio. Me tomo al pie de la letra las palabras de Gandhi: sé tú el cambio que quieres ver en el mundo.

Ese es mi regalo para vosotros, hijos.

CDR

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