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martes, 23 de julio de 2013

PALABRAS ENCENDIDAS (VIII)

El tiempo corre que vuela. Ya han pasado más de cinco meses desde la última entrega de esta serie. Pero como aún queda mucho por descubrir en este recorrido, creo que nunca es tarde para retomar el camino.

Y continuamos más o menos en los mismos años en que lo dejamos con Samaniego, pues el francés Honoré-Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau (1749-1791) escribió un texto de desenfrenado erotismo que no podemos olvidar aquí. Se trata de El libertino de calidad, cuyo protagonista, Con-Desiros, inicia una cruzada "libertina" con los siguientes propósitos, literalmente: "Sólo joderé por dinero, alardearé de ser un semental si hay beneficios, y les enseñaré (a las damas) a menear el culo a tanto por mes." Lo más sorprendente es que el autor de esta obra llegó a ser presidente de la Asamblea Nacional francesa durante las primeras fases de la Revolución, y ha pasado a los anales de la Historia como un ensayista y político francés muy relevante en esta época, sin que este texto aparezca en su bibliografía reconocida. Mirabeau muestra una clara tendencia a buscar el erotismo en la fealdad y en lo grotesco, quizá motivada esta por su propio físico. Era el conde un hombre obeso y picado de viruelas, pero de desbordante vitalidad, como prueba que gran parte del contenido de El libertino sea verídico. Una especie de Arcipreste de Hita, que aunaba inteligencia y arrebatadora pasión.

Proseguimos con un autor más conocido y con una de sus obras maestras: Johann Wolfgang Von Goethe (1749-1832) y su Werther. Nada más aparecer, con el título de Las desventuras del joven Werther,  en 1774, fue incluida en el índice de Libros Prohibidos. El motivo fue posiblemente que manifestaba una nueva y turbadora sensibilidad que se consideró peligrosa en el momento. Aunque el argumento es bastante simple -Werther se enamora de Carlota que, a su vez, se casa con Alberto-, el tormentado y soterrado deseo del joven, su carácter morboso y enfermizo, dotan a la novela de un aura inquietante y provocativa. La pasión de Werther por Carlota es irrefrenable, el deseo se agita en torno suyo como un huracán. Y, aunque Carlota es fiel a su marido, el atrevimiento y el adulterio subyacen en la historia. Goethe se basó en hechos personales para la elaboración de Werther (el amor que sentía por Charlotte Buff, prometida de su amigo Christian Kestner, y el suicidio de otro amigo suyo, Karl Wilhelm Jerusalem, por un amor no correspondido.) Pero el estado de ánimo que define la novela es tan singular y llegó a coincidir de tal forma con el nuevo inconsciente colectivo de la época, que caló hondo en el público y se extendió rápidamente por toda Europa. Diríase que se puso de moda un erotismo tipo Werther, caracterizado por un deseo impetuoso, irrefrenable e inasequible, con la consiguiente desesperanza y minusvaloración de la vida -y con esta, una importante proclividad al suicidio.- A continuación, el momento en que la pasión de Werther se desborda totalmente, un breve y cegador instante en que somos testigos de una libido desatada, expandida... No hay otra salida para el joven: "Él se arrodilló ante Carlota, en plena desesperación; tomó sus manos y las estrechó contra sus ojos, contra su frente: a ella le pareció sentir cruzar por el ánimo un presentimiento de su terrible propósito. Sintió Carlota que su mente se extraviaba: apretó la mano de Werther y la estrechó contra su pecho, inclinándose con un violento movimiento hacia él. El mundo se borró en torno a ellos. Él la estrechó entre sus brazos, oprimiéndola contra su pecho, y cubrió sus labios vacilantes y balbucientes con ardientes besos." (...)

Ahora paramos en las poesías de Juan Meléndez Valdés (1754-1817), único poeta de la Ilustración española que afronta el erotismo de una manera seria, es decir, alejándose de la tradición jocosa, inspirada por La Fontaine, de Samaniego, Nicolás y Leandro Fernández de Moratín y otros. El estímulo que produce la poesía de Valdés se perpetúa más allá de la lectura, pues la tensión no es liberada por la carcajada o la sonrisa. El erotismo del poeta extremeño va desde la evocación más sutil hasta la plena descripción del acto sexual, pasando por una libido meliflua. Son los senos el elemento erótico por excelencia de Meléndez Valdés, si bien no olvida el autor otros lugares del cuerpo. Mezclando el juego lingüístico con la búsqueda de la belleza, esta poesía presenta una evidente relación con los ideales clasicistas de la época. Un ejemplo: "Cuando mi blanda Nise / lasciva me rodea / con sus nevados brazos / y mil veces me besa, / cuando mi ardiente boca / su dulce labio aprieta, / tan de placer rendida / que casi a hablar no acierta, / y yo por alentarla / corro con mano inquieta / de su nevado vientre / las partes más secretas, / y ella entre dulces ayes / se mueve más y alterna / ternuras y suspiros / con balbuciente lengua, / ora hijito me llama, / ya que cese me ruega, / ya al besarme me muerde, / y moviéndose anhela, / entonces, ¡ay!, si alguno / contó del mar la arena, / cuente, cuente, las glorias / en que el amor me anega."

En contraste, encontramos la poesía de Juan Nicasio Gallego (1777-1853), que aunque sigue las prescripciones neoclásicas en algunos de sus poemas -quizá uno de los poemas más gráficos del erotismo en lengua castellana sea el dedicado a los pechos de Corila-, escribió también poesía de corte muy diferente. Composiciones en que se pierde el tinte neoclásico a favor de la tradición satírica española. En los siguientes versos, se nos describe la posesión de una mujer que se hace la remilgada: "-Mire usted que me marcho de este asiento / aunque tenga después que hablar la jente: / no sea usted, don Juan, tan imprudente, / que eso es haber perdido el miramiento.- / -¡Por cierto que es donoso pensamiento!- / ¿Y si lo ve mi madre que está enfrente?- / -Suélteme usted la mano, impertinente... / ¡Jesús!... ¡qué tontería!... No consiento.- / -Yo me pondré más lejos otro día...- / -Pero á lo menos tenga usted cuidado... / ¡Verá usted si mi madre todavía...- / -¿Va bien así?... ¿Pues cómo? ¡qué pesado! / Vaya; gracias á Dios. ¡Qué porquería! / -¡Pobre de mí, que toda me he manchado!-" (Poema titulado Como esta hay muchas).

Y ya por último, para terminar con el ajetreado siglo XVIII, hablamos de El monje de Matthew G. Lewis (1775-1818). Esta obra se considera el máximo exponente de la novela gótica, cuyo componente esencial es el erotismo subversivo. Escrita a los diecinueve años por su autor, la novela contiene toda la fuerza sexual juvenil, que se ve multiplicada por el puritanismo imperante en la Inglaterra de la época. En su primera edición, en 1794, fue publicada anónimamente y suscitó tanto el éxito inmediato como el furor de los moralistas británicos. De modo que las sucesivas ediciones, ya firmadas por Lewis, hubieron de ser expurgadas. Escrita en tan solo diez semanas, la historia está ambientada en España y supone una dura crítica contra la Inquisición, además de una aguda ironía sobre la hipocresía religiosa. Ambrosio, prior de un convento de Madrid, se enorgullece de su castidad. Tan ensoberbecido se siente de ella, que cuando se entera del embarazo de una monja del vecino monsterio de Santa Clara, hace que esta sea duramente castigada. Pero el ingreso del novicio Rosario en su propio convento, demostrará que no hay diques contra la tentación. El momento en que Ambrosio descubre que este novicio es en realidad una mujer que lo ama y ella, al intentar darse muerte, rasga su hábito y deja un seno al descubierto, es de una gran intensidad erótica. A partir de ahí, la atmósfera se adensa, impregnándolo todo de una concupiscencia que culminará en un delirante éxtasis. Reproducimos aquí la traducción del texto original, para disfrutar sin censuras de la ardiente pluma del joven escritor: "Se despertó enfebrecido y cansado. Durante el sueño, su inflamada imaginación no había cesado de girar en torno a escenas voluptuosas. Había soñado que Matilde estaba ante él, y que volvía a demorar sus ojos en su seno desnudo. Ella le repetía sus protestas de amor eterno, le arrojaba los brazos alrededor de su cuello y le cubría de besos. Él se los devolvía: la estrechaba apasionadamente contra su pecho y... se disipaba la escena. A veces, sus sueños le presentaban la imagen de su Virgen predilecta, e imaginaba que estaba de rodillas ante ella. Al ofrecerle sus votos, los ojos de la imagen parecían mirarle con inefable dulzura. Posaba sus labios en los del retrato, y los encontraba cálidos: la animada figura del cuadro salía de la tela, le abrazaba afectuosamente, y sus sentidos eran incapaces de soportar la intensidad de tanto placer. Tales eran las escenas que ocuparon su cerebro durante el sueño. Sus deseos insatisfechos le presentaron las imágenes más sensuales y provocativas, y le sumergieron en goces que hasta entonces había ignorado. (...) Era una hora avanzada. El silencio reinaba alrededor. La luz desamayada de una lámpara solitaria iluminaba la figura de Matilde y difundía por la cámara un resplandor confuso y misterioso. Ni un ojo indiscreto, ningún oído curioso vigilaba a los amantes. No se oía nada, sino los melodiosos acentos de Matilde. Ambrosio se hallaba en pleno vigor de la virilidad. Vio ante sí a una mujer joven y hermosa, salvadora de su vida, adoradora de su persona, y cuyo afecto la había llevado hasta el borde de la tumba. Estaba sentado junto a la cama; su mano descansaba sobre el pecho de ella, que a su vez apoyaba la cabeza sobre su pecho. ¿Qué tiene de extraño que cayera en la tentación? Ebrio de deseo, apretó los labios sobre los labios que le buscaban. Sus besos compitieron con los de Matilde en su santidad y su fama. No tuvo en cuenta otra cosa que el placer y la ocasión. -¡Ambrosio! ¡Oh! ¡Ambrosio mío!- suspiró Matilde. -¡Tuyo, tuyo para siempre!- murmuró el fraile, y se derrumbó sobre el pecho de ella."

Busquen una fuente de refrigeración y prepárense para empezar a transitar por el siglo XIX.

CDR

2 comentarios:

  1. Estupendo compendio de lit. erótica, con abundantes datos; esperemos el XIX.
    Pmd.

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  2. Muy completico y muy erótico.
    Tati.

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