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jueves, 31 de agosto de 2017

EL PODER

El verano pasado, mi polifacética e inquieta compañera y amiga Esperanza Manzanera me invitó a participar en un proyecto solidario que consistía en publicar un libro cuyos beneficios estarían destinados a la protectora de animales APA Nueva Vida de Huércal-Overa (Almería) Fue la manera que se le ocurrió de ayudar a los pobres animales abandonados y de contribuir a la maravillosa labor que realiza diariamente la protectora, con su presidenta, Eli Alheña, a la cabeza.

Se le ocurrió, se lo curró... y salió. El libro del perrillo solo vio la luz en diciembre de 2016, con la ayuda de otros tantos autores, escritores, fotógrafos, pintores, personas altruistas todas y, sobre todo, amantes de los animales, que dimos lo mejor de nosotros mismos en nuestros relatos, dibujos, fotografías, para hacer real y efectiva la ayuda que tan loablemente a Esperanza le nació dar.

Hoy el libro sigue a la venta, por supuesto. Y sigue teniendo tanta importancia como entonces su venta, porque desgraciadamente los animales siguen siendo abandonados, cuando no maltratados, y siguen necesitando comida y cuidados. Es, pues, algo más que un libro, una joya para regalar, para regalarte, para que continúe dando sentido a la conciencia y al talento que lo hicieron posible.

Si vives en Huércal, lo encontrarás en las papelerías Paqui y Bulevar. Y si no, date una vuelta por Amazon y te lo envían a casa rápidamente. Tú puedes cambiar la realidad si no te gusta. No hay excusas, sabes de sobra que los pequeños gestos cuentan.













Y por si sientes curiosidad -ojalá consiga que aumente y quieras, necesites, comprar el libro- aquí va mi aportación al mismo, mi relato "El poder":

Sofía inspecciona minuciosamente la nueva casa. Aris y Mine no son problema, porque puede acceder a lugares vedados para ellos, que se limitan a husmear por los rincones y olfatear el pasillo, las escaleras y los bajos de las puertas. Sofía es curiosa y, con la agilidad que la caracteriza, sube y baja, entra y sale, sin que los otros miembros de la familia ni siquiera se percaten. Todos están muy atareados con la mudanza, descargando cajas, abriendo bultos y colocando cosas. Además, Sofía se lleva muy bien con sus hermanos caninos. Ella llegó la última y los dos Terrier la recibieron con cordialidad, le hicieron en seguida un hueco e incluso se podría decir que la adoptaron, pues Sofía fue abandonada cuando tenía tan solo cuatro semanas y prácticamente no recordaba a su verdadera madre, si bien conservaba un vago recuerdo de su olor y del calorcito de su cuerpo. Cuando Alicia la encontró y la llevó a casa, a sus padres no pareció hacerles mucha gracia la idea, el piso era pequeño y ya tenían dos perros, pero su buen corazón les impidió dejarla, primero la tuvieron de acogida, pero antes del mes ya habían decidido quedársela. Ahora, no es que le entusiasmara, ¡era una gata!, pero hasta salía a dar paseos con Alicia, Aris y Mine. Lo que más le gustaba -aparte de la ilusión que le hacía a la niña y el orgullo de sus compañeros- era ver la cara de la gente cuando los veía. Ese era uno de los alicientes de mudarse, pues al fin y al cabo en el otro barrio ya estaban acostumbrados a verlos… Le encantaba entonces, cuando alguien cuchicheaba o abiertamente los señalaba, exagerar su paso y fingir su pose perruna, se lo pasaba bomba. Sofía, como buena felina, era independiente y orgullosa, pero lo cierto es que tenía verdadero cariño a su familia y no le importaba hacer algún pequeño sacrificio; les debía mucho, a todos.

En su revisión a la casa, Sofía descubre una estancia amplia y luminosa que promete ser su segundo hogar. La mesa grande debajo del ventanal, las estanterías y los sillones anuncian que se trata del despacho de Joan, donde ella pasa tantas horas. No cree que en esta casa sea diferente, siempre le ha permitido estar con él mientras trabaja, y no piensa abandonar esa costumbre. Le fascina la profesión de su dueño. Ya no solo por el rimbombante título que reza la placa: Joan Díaz, neurocientífico, bioquímico y quiropráctico, especialista en desarrollo personal. Sino también por el contenido de sus charlas, por la firmeza de sus palabras, por la pasión y entrega con sus pacientes. Y además, porque su estilo de vida era coherente con su trabajo, no era un mero charlatán, no, creía en lo que hacía y así lo reflejaba en su vida y en su personalidad. Sofía había aprendido mucho en los dos años que llevaba con él. Al principio, se refugiaba en el despacho porque era un lugar con mucho sol y oía la voz de Joan como música de fondo de sus dulces sueños gatunos. Pero poco a poco, su discurso fue calando en el pequeño cerebro de Sofía hasta que un día se dio cuenta de que acudía “a la consulta” y se mantenía con las orejas erguidas como dos antenas, aunque tuviera los ojos cerrados, así asimilaba mejor la información.

Rememorando esto, con cierta nostalgia por su antigua casa, la peluda gatita gris sube a la ventana y mira hacia abajo. Viven a partir de ahora en un dúplex y parece ser que en el piso inferior hay un bonito patio. Le llaman la atención a primera vista las macetas de coloridas plantas y los bonitos azulejos, sin embargo de pronto se fija en que hay una verja que divide el patio en dos partes muy desiguales y que en la más pequeña, detrás de la valla, está tumbado un chucho pardo y delgado, bajo el suave sol matinal. Quizás ahora se está bien ahí, pero Sofía no puede evitar pensar en que ya es casi pleno verano. Venga, no te adelantes, Sofi. Las cosas no siempre son lo que parecen. Seguro que es un lugar temporal. La gata aparta la vista y se sacude, quiere quitarse de encima la mala impresión que le ha causado el dichoso patio de abajo, y salta al suelo, deslizándose por la puerta entreabierta justo cuando Joan entra con una caja de libros para colocar.

El día transcurre rápido con el ajetreo de la mudanza. A la hora de la cena, Aris y Mine ya se han instalado en su cómodo sofá debajo del hueco de la escalera y Sofía dormita también en las rodillas de Alicia, aburrida momentáneamente de tanta novedad. Llega la hora de acostarse, Joan y Eva dan un beso a Alicia antes de retirarse y la niña coge a Sofía para llevársela a su habitación. Ella se deja llevar con mucho gusto y decide que sí, que dormirá con Alicia esta noche, pero todavía no tiene claro dónde se instalará. Espera que le compren una nueva cama, la suya la tiraron al dejar el otro piso porque estaba muy estropeada. Aris y Mine son más cuidadosos, le dicen, y qué culpa tiene ella de que la naturaleza la haya dotado de unas maravillosas uñas que debe afilar periódicamente. La verdad es que lleva ya tres rascadores y dos camas en su corta existencia, pero ese es el precio a pagar por no tocar nada de la casa, esas cortinas y esos respaldos y asientos tan tentadores. Al poco de dormirse, cuando aún estaba en el primer sueño, como suele decirse, Sofía se despierta sobresaltada por unos golpes y unos quejidos. Solo le hace falta centrarse un poco para entender que se trata del galgo que vio en el patio por la mañana. El pobre se lanza desesperado contra la verja de metal y gimotea queriendo llamar la atención de quienes no parecen hacerle caso. La gata no lo ve, pero se lo imagina nítidamente, tiene un fino oído y el ruido no deja lugar a dudas. Así continúa sobrecogida Sofía, preguntándose cómo es posible tal situación, recriminándose pensar mal, es la primera noche y puede que eso no sea lo habitual. No se imagina que alguien sea capaz de tener un animal en otras condiciones muy diferentes a las que ella y sus hermanos Terrier disfrutan. Aunque pensándolo bien, sí, ella misma fue víctima de un cruel abandono y ha escuchado muchas veces a Alicia hablar con sus padres de situaciones injustas para las pobres mascotas. Poco a poco, después de mucho tiempo, los golpes y lloros cesan y Sofía no puede evitar quedarse dormida, si bien con la firme idea en la cabeza de hacer algo al respecto.

Afortunadamente, Eva tiene la costumbre de airear la casa todas las mañanas. Ya hace algo de calor, pero Alicia es friolera y todavía no abre la ventana por la noche. Y en cuanto todos se levantan y se ponen a sus tareas, Alicia se va al cole, la lleva su madre que aprovechará la mañana para hacer unas compras, y Joan sigue acondicionando su despacho y, bueno, los perros aún dormirán un buen rato más después de su primer paseo, Sofía sale por la ventana y baja rápida y ágilmente por las repisas hasta el patio del vecino de abajo. El galgo parduzco parece adormecido, pero se levanta en cuanto nota la presencia felina y se pone a ladrar, como es normal. Suponía que reaccionarías así, quiero ayudarte, ser tu amiga, me llamo Sofía, ¿y tú? Como respuesta solo recibe silencio, un enérgico movimiento de rabo y un tímido acercamiento por debajo de la valla. No está mal para empezar, al menos creo que le he caído bien. Y de pronto, la puerta que comunica el patio con la casa se abre y sale un hombre, escoba en mano, calla, chucho. Largo de aquí, maldito gato. Sofía trepa veloz por las ventanas. No parece que a este señor le gusten mucho los animales, bufa Sofía, malhumorada.

Hoy la gata no tiene un buen día, todos lo han notado, porque se mueve inquieta por la casa, no ha jugado como de costumbre con Aris y Mine, casi ni ha comido, lo achacan a la mudanza, se está adaptando, dice Joan cuando Alicia se queja porque Sofía se revuelve cuando la niña intenta mantenerla en su regazo después de comer. Solo cuando escucha a Eva comentar a su marido algo sobre el perro de abajo, no es justo, se para frente a ellos y empieza a maullar. No puedo hacer nada, dice él, todavía es pronto, esperemos a ver. Sofía no piensa esperar. De él ha aprendido que uno tiene que tomar las riendas de su vida y que la realidad puede cambiar si cambian tus pensamientos, que no hay que conformarse con una existencia que no te gusta. Y efectivamente, cuando llega la noche, y se repiten los golpes y lloros del galgo, Sofía es presa ya de una fuerte determinación. El sueño la vence a ratos, pero pasa toda la noche concentrándose en lo que quiere conseguir, pidiendo que al día siguiente el vecino no esté y pueda hablar tranquilamente con Valentín, así ha decidido llamarlo, es el nombre que se le ocurrió al verlo, y le parece que le viene ni que pintado al delgaducho y triste de abajo.

La gata repite la operación de bajar al patio y hoy el galgo no le ladra, diría que te alegras de verme, amigo. Las persianas están bajadas y Sofía se siente satisfecha, no hay nadie en casa. Mira, Valentín, voy a ser clara, así no puedes seguir, debes ir con tu mente más allá del espacio y de tu cuerpo, visualizar la vida que quieres y cambiar tus pensamientos para que este cuchitril donde vives cambie. Tú ahora crees que esto es lo que te mereces, seguro que siempre te han tratado como si no valieses nada, pero no, todo lo bueno que puedas imaginar te espera ahí afuera. Al galgo le cuesta reaccionar, la escucha embelesado porque nadie nunca le había hablado con cariño… ¿Cómo me has llamado? Pero bueno, de todo lo que te he dicho, ¿solo te ha impresionado el nombre? Me gusta, y vuelve a mover el rabo con alegría.

Pasan los días y las noches. Al principio, Sofía cree que su amigo Valentín no le hace ni caso, sigue escuchando sus lamentos contra la verja, pero cada vez menos. Por eso baja cada mañana y le habla con una profunda convicción de todo lo que ha aprendido en la consulta de su amo, de los cambios que relatan los pacientes, de que todo está demostrado científicamente, de que ella misma también trabaja en pensar una vida mejor para él. Nunca más se ha vuelto a encontrar con el vecino. Sofía sabe cómo hacer realidad sus deseos. Y un día de finales de julio, cuando la peluda gata gris baja al patio, Valentín no está. No le sorprende, no duda ni un momento de que lo ha conseguido, pero cuando vuelve a casa y se acuesta en su cama nueva, no puede evitar una punzada de tristeza en el pecho.

La familia se va de vacaciones. Una semana en un pueblecito del interior, no muy lejos, para desconectar un poco. Sofía, como no podía ser de otra manera, se va con ellos, es una más de la familia, nunca la dejarían sola ni a cargo de nadie. Cuando llegan a la casa rural que han alquilado, llaman al dueño y le avisan para que venga a darles las llaves, mientras ellos dan una vuelta por los alrededores. Sofía va equipada con su arnés, cogida a la correa con sus inseparables Aris y Mine. Llega la furgoneta y baja una mujer mayor de aspecto jovial, seguida de un espléndido galgo pardo. Ambos le dan la bienvenida efusivamente, no se preocupen, no hace nada, Lord es muy bueno. Tranquila, nos encantan los animales. Alicia acaricia entusiasmada el lomo áspero del galgo, los Terrier lo olfatean y Sofía simplemente no cabe en sí de alegría. Entran a la casa y en cuanto los demás se despistan, el perro y la gata se lamen reconociéndose. Mi dueño fue denunciado y… Calla, no quiero saber los detalles, solo que eres feliz. Mucho. Y, ¿qué hiciste con tu nombre?, bromea Sofía. Se lo pusiste a un pobre chucho desvalido y atemorizado que ya no existe. Me diste un nombre viejo y una existencia nueva, me fui sin darte las gracias. Sofía ronronea complacida y se escabulle hacia el interior de la casa. No quiere ponerse sentimental. Se verían unas cuantas veces más Lord y Sofía en esa semana y sobre todo, por siempre, conservarían un vínculo más allá de la distancia.

El primer día de consulta de vuelta en septiembre, el doctor Díaz recibe una llamada de un paciente, mantienen una larga conversación. Sofía escucha sin prestar mucha atención esta vez, no se puede estar siempre al cien por cien. Sin embargo, de pronto planta las orejas cuando Joan despide a su interlocutor: No subestimes el poder de tus pensamientos. Ya ves que son capaces de alterar la realidad. Buen día, Luis. Sofía sonríe, se arrebuja sobre su cuerpo y se deja llevar a un nivel sin pensamientos, mientras disfruta de los rayos de sol que entran por la ventana.

Gracias.

CDR

martes, 29 de agosto de 2017

OPINIONES

La verdad no puede imponerse.

Todos vemos e interpretamos la realidad de forma subjetiva y es muy prepotente creer que nuestra visión del mundo es la verdadera. La dualidad en la que nos han educado -que rige el mundo en general-, bueno/malo, es totalmente subjetiva, depende de cada uno, de los valores que nos hayan inculcado, de la cultura en la que estemos imbuidos, se basa, en definitiva, en nuestro sistema de creencias. Al identificarnos con este, asumimos que el mundo debería ser como nosotros pensamos.

Si no admitimos opiniones diferentes a la nuestra y entablamos batalla para convencer a quienes manifiestan otra postura, esto supone dos cosas: estamos juzgando su forma de pensar y en realidad solo buscamos tener razón. Demostrando así, además, nuestra falta de madurez emocional.

La conciencia moral, pues, no sirve para nada más que como filtro distorsionante de la realidad. Y es porque en ella se acumulan nuestros prejuicios y estereotipos, basados, por supuesto, en nuestras interpretaciones subjetivas y nuestros pensamientos egocéntricos. De ahí precisamente surgen tanto los pequeños desencuentros como los grandes conflictos que destruyen la paz entre los seres humanos.

Sin embargo, si cuestionamos y trascendemos los condicionamientos que han forjado nuestra moral, crecerán nuestro conocimiento y nuestra comprensión. Entonces basaremos nuestras opiniones, y aún mejor, nuestras decisiones, en la conciencia ética -que etimológicamente alude al modo de ser, al carácter, a la predisposición a hacer el bien-. Dejaremos de etiquetar las cosas como buenas o malas, como blancas o negras, y apreciaremos todos los matices entre uno y otro extremo. Esto es especialmente importante en la actualidad, cuando tanta división y confrontación existen. Debemos comprender y aceptar opiniones distintas a las nuestras, es más, debemos dejar de perder el tiempo juzgando y criticando, y cultivar la humildad y el respeto, elegir nuestros pensamientos y seleccionar con cuidado nuestras palabras y acciones.

Porque hoy en día resulta tan fácil opinar, alegre e inconscientemente, no hace falta más que un clic, para posicionarnos sin reflexionar, sin examinar los datos, sin contrastar nada. Esto es muy peligroso, recibimos una ingente cantidad de información, estamos informados, sí, pero, ¿pensamos? El exceso de información nos vuelve perezosos, nos evita buscar ideas propias, asumimos posturas ajenas, alimentamos nuestro egocentrismo y reforzamos aquellas ideas con las que nos sentimos afines, sin más.

Sea cual sea el tema a opinar, desde política o terrorismo -por nombrar dos de los que más dividen, más complejos y a la vez más opinados-, hasta forma de vida, vestimenta u otro hábito cotidiano -por nombrar otros más livianos y también bastante mangoneados-, no deberíamos hacerlo de modo impulsivo, repetitivo, sino pausado, yendo más allá de los límites de nuestra mente condicionada. Incluso, por qué no, reconocer a veces que no tenemos opinión formada al respecto.

CDR

miércoles, 23 de agosto de 2017

CICLOS

La vida está hecha de ciclos. La vida, la naturaleza, el cosmos, todo tiene lugar en ciclos. Nacer, crecer, envejecer y morir. Los frutos maduran. Las mareas suben y bajan. La luna crece y mengua. Las estaciones se suceden al compás del movimiento de la Tierra, cuyo ciclo se completa con cada vuelta al Sol. El sistema planetario surca la Vía Láctea en un movimiento elíptico...

Todos estos ciclos se entrelazan, encajan y superponen dentro de un ritmo perfecto, propio de cada uno de ellos. Como círculos concéntricos, en espirales, la vida se desarrolla ajena al corsé del tiempo que nosotros le ponemos. Solo existe el aquí y ahora. Lo demás que queramos imaginar, recordar, no es más que quimera, pasado o futuro, humo.



El tiempo no debería medirse, solo vivirse. Vivir es lo único que importa y aceptar lo que es la vida, lo que da y lo que quita, sin resignación, pero con la libertad de no tener miedo.

Yo cada día tengo un poquito menos de miedo y bastante más confianza, sé que me encuentro aprendiendo, creciendo, y por eso quiero cambiar de ciclo en este blog. Entrar a la siguiente curva de la espiral y seguir escribiendo más allá del amor a las letras, celebrando la vida entera.

No importa cuándo empezó, ni por qué. Todo tiene su sentido. Pero ahora ya no solo va de letras, va de vida. ¿Por qué no borro este blog y creo otro nuevo, distinto? Porque eso sería romper el ciclo. Ahí está lo que escribió la que yo era. Ahora escribe la que soy.

El ciclo de la vida sigue su curso.

CDR

sábado, 12 de agosto de 2017

DESCALZOS

Correr descalzos en la hierba...
naturaleza, conexión

Pasear descalzos por la playa...
sal, relajación

Posar los pies descalzos en el suelo matinal...

despertar, placer

Nacer descalzos...

Libertad

Pies diseñados para ir descalzos...

Fuerza

Bienestar

Desnudos

Descalzos, ancestrales, bellos, fuertes...
somos
hasta que nos calzamos lo zapatos de lo social.

CDR

domingo, 6 de agosto de 2017

SOY MAMI: MI REGALO

John Ruskin afirmó muy acertadamente que no hay otra riqueza que la vida.

Ese es el regalo para mis hijos, haberles dado la vida, pero más allá de eso, quisiera que se tratase de una vida plena.

Por eso quiero transmitirles que cada uno es único y especial. Que cada uno cuenta con unas potencialidades personales y que tienen derecho a desplegarlas, y que tienen que conceder a los demás el mismo privilegio. Que deben moverse por el amor y la dedicación y no juzgar. Que deben ser felices, que lo merecen incondicionalmente, sin depender de nadie ni de nada, que la felicidad está dentro de ellos mismos. Que no se trata de no ser realistas, pero sí de ser positivos, de afrontar las situaciones adversas con calma interior. Y crecer con dignidad, y dejar a los demás hacer lo mismo. Que la vida es maravillosa, que no es un castigo, que no hay que competir, que hay que aceptarse y aceptar a los demás, sin prejuicios. Sin miedos. Que pueden llegar a ser lo que quieran ser y que eso es a lo único que deben aspirar. Que los quiero y los querré siempre, que no pueden defraudarme, que mi amor por ellos no depende de nada que hagan o dejen de hacer, ni de cómo sean. Que nuestros caminos siempre estarán entrelazados, pero un día ellos habrán de seguir su propio sendero.

No creo que esto sea muy diferente a lo que todos los padres quieran para sus hijos, a priori. Porque sinceramente pienso que llega un momento -demasiado pronto- en nuestra ajetreada y calculada vida en que estos anhelos pasan a un segundo plano y empezamos a evaluarlos según unas expectativas, nuestras, sociales, escolares... que los alejan de la felicidad y de la vida plena que describo arriba. Y aquello queda en el plano de la utopía.

En primer lugar, los niños son personas. Parece evidente, pero es algo que hay que tener claro para no tratarlos como proyectos, para no hablarles como seres inferiores, para dejarles opciones y decisiones, para fomentar su autonomía desde el principio, para no forzarlos a nada que no quieran, para no guiarnos por el "yo sé lo que te conviene", "lo haces y punto". Inconscientemente dañamos a los niños, porque no valoramos el poder de las palabras, cuánto influimos en su autoimagen. Es necesario aprender a hablar y a relacionarnos con ellos de otra forma a la que estamos habituados.

Por otro lado, está claro que somos seres sociales y como tales tenemos que educar a nuestros hijos para que vivan y convivan en sociedad. Pero no todos los aspectos de nuestra sociedad son dignos de admiración ni por tanto de imitación. Lo que hace la mayoría no es lo que hay que hacer invariablemente, sin ponerlo en cuestión. La transmisión de valores es fundamental, pero ¿son los valores actuales los que quiero para mis  hijos? No exactamente.

Y por último, ¿es la escuela, tal y como está enfocada en general, el lugar ideal para que mis hijos desarrollen sus potencialidades y sean felices? Desde luego que no. Soy profesora y estoy cansada de ver en las aulas personalidades dañadas, heridas, reprimidas, etiquetadas... talentos desperdiciados, creatividades anuladas, niños y niñas, chicos y chicas que no saben que son seres humanos maravillosos porque nadie se lo ha dicho nunca. Y eso empieza en casa y se extiende por todos los lugares, porque estamos en una sociedad inválida emocionalmente, que no fomenta la expresión, que se basa en el "así aprenderás", en "déjalo que sufra que la vida es muy dura", en el "no llores, que no es para tanto", en el vivir hacia fuera, en la competitividad, en la dicotomía entre ganadores y perdedores, en la evaluación numérica, en el encasillamiento.

Me hace gracia cuando me hablan de los peligros de no escolarizar a mis hijos, uno de ellos la falta de sociabilidad, como si en esta sociedad se fomentara la convivencia, el respeto y la empatía, ja. No hace falta más que pasar un rato en un parque para ver lo sociables que son la mayoría de niños que allí juegan y más aún los adultos que los acompañan.

Apunto también, ya con un poco de cansancio, que el periodo de escolarización infantil no es obligatorio. Así que, que no cunda el pánico, los servicios sociales no nos visitarán de momento.

Como madre, elijo lo que quiero (creyéndolo lo mejor) para mis hijos hasta que ellos sean capaces de elegir. Cuando llegue el momento en que sean conscientes de por dónde los he guiado, podrán echarme en cara lo que he hecho, claro que sí. Pero eso forma parte de la tarea de ser padres, ¿no? ¿O simplemente por hacer lo que todos hacen ya me garantizo el éxito? Al menos no les dirán que son raros, menudo argumento, qué es ser raro, qué es ser normal. Me parecen palabras demasiado amplias, con significados muy subjetivos.

Creo que el trabajo más importante es criar a mis hijos para que sean personas, así de simple, y tan complicado como para que sean capaces de manejarse en el mundo y de manejar el mundo de manera efectiva, para que lo conviertan en un lugar mejor.

¿Es de risa? Para mí es muy serio. Me tomo al pie de la letra las palabras de Gandhi: sé tú el cambio que quieres ver en el mundo.

Ese es mi regalo para vosotros, hijos.

CDR