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domingo, 28 de julio de 2013

PAPELES IMPRESOS

Hoy he tropezado con una historia insignificante, pero digna de ser contada, al menos así lo creo. Escuchen y opinen.

Deliberadamente una chica deja un libro en el asiento del autobús cuando baja en su parada. Uno de los viajeros se percata y le comenta a su compañero que esa despistada se ha dejado algo olvidado. El más cercano al pasillo se levanta, ve lo que es y, mofándose claramente, vuelve a su sitio y le dice al otro que se trata de un libro y que lleva una nota pegada: "No estoy perdido. Cógeme y léeme." Ah, sí, hay algunos que hacen eso, dejar libros en lugares públicos para que otros los recojan y disfruten de ellos. Jajaja. Ya podrían dejar billetes de cincuenta, entonces sí que lo cogería.

Afortunadamente la chica no presencia esta deplorable conversación. Sin embargo, ella ha sembrado una semilla que va a germinar. Pronto una anciana se acerca al asiento, toma el libro entre sus manos, lo hojea, se sienta y comienza a leer. Cuando llega a su destino, guarda el libro en el bolso y se va. Los de antes se miran poniendo los ojos en blanco, qué gente más loca.

Ana participa, como muchas otras personas, de algo que se denomina BookCrossing (BC), una práctica que consiste precisamente en eso, facilitar que posibles lectores cojan los libros, los lean y vuelvan a dejarlos. Una buena idea, por ejemplo, para esos libros condenados a ser eliminados. Mucha gente se deshace de ellos porque los niños han crecido, porque las casas son pequeñas, porque les han regalado un ebook, porque no tienen el hábito de la lectura. La liberación del libro puede ser totalmente anónima o incluso puede ser registrado para su seguimiento. En este último caso se consigue un número de identificación que se incorporará a la base de datos del sistema y se obtiene una etiqueta para pegarla en la cubierta del libro, de forma que la persona que lo encuentre pueda entrar en la web de BookCrossing y escribir un pequeño comentario para notificar el hallazgo. Una vez leído, se reinicia el proceso. Así de sencillo.

Lo crean o no, los libros que estorban en las casas, la mayoría de veces, no son admitidos en librerías de viejo, ni en bibliotecas abarrotadas (eso en los casos en que sus dueños al menos lo intentan), su destino es el contenedor de basura. Ahora quizá cuenten con una oportunidad a través de esta especie de asilo a desvalidos hechos de simples palabras.

Posiblemente Lucrecia, la anciana del autobús, no conozca este procedimiento, pero ella es la prueba de que aún queda gente que adora más papel impreso que el del dinero... y que el amor por los libros tampoco tiene edad.

CDR

2 comentarios:

  1. Posiblemente haya más de una Lucrecia por ahí. Buena y divertida idea y, por supuesto, el amor por los libros no debe tener edad.
    Tati.

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  2. Sembrar, para cosechar. ¡Se puede ser más generoso/a en esta vida!
    Pmd.

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