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sábado, 12 de octubre de 2013

VALORES ÚNICOS

Quererse uno mismo no siempre es fácil. Más bien diríamos que es muy difícil. Con frecuencia, nosotros somos nuestros más duros críticos y aunque eso está bien en cuanto a querer mejorar, corregir errores y aspirar a más, también puede convertirse en una tortura, pues nada nos puede hacer más daño que nuestra propia opinión.

Quererse uno mismo pasa por aceptarse. Que no significa conformarse con todo. Pero sí al menos con aquellas cosas de nosotros que no podremos cambiar por más que nos odiemos, porque no vale la pena malgastar energías, dañarnos... y transmitir a los demás el mensaje de que pueden pisotearnos pues no valemos nada. Esto precisamente es lo que suele ocurrir cuando nuestra autoestima está por los suelos, que nos convertimos en un blanco perfecto para aquellos que quieren hacernos daño. Y no son realmente ellos quienes nos hieren, sino nosotros mismos. Ya que si vivimos en armonía con nuestras actuaciones, con nuestra forma de ser y con nuestro aspecto, ningún comentario malintencionado, ninguna mirada de desprecio, ninguna falta de respeto podrá tocarnos. No nos importará qué piensen de nosotros.

Aún así, es perfectamente natural sentirnos mal en ocasiones, por circunstancias determinadas, es imposible que todo nos resbale. Sin embargo, no estamos hablando ahora de eso, sino de una actitud general ante uno mismo. La de autodespreciarse, pensar que uno no sirve para nada y que si de pronto desapareciera de la faz de la tierra, a nadie le importaría. Que uno no tiene nada de especial, no es guapo, ni inteligente, ni tiene una sonrisa cautivadora, ni cae bien a los demás... absolutamente nada que lo haga digno de cariño. Por desgracia, así se sienten muchas personas, en especial, muchos adolescentes que, por la etapa en la que viven, suelen desarrollar esta capacidad autodestructiva del ser humano. Y no solo son los tímidos, callados y retraídos. Con frecuencia, detrás de los más abiertos, los que más gustan de posturitas y parecen tan seguros y ufanos de sí mismos, se esconde un verdadero problema de autoestima. Llamar la atención, buscar la aceptación de los demás, acomodarse a la tendencia general...

Hay una bonita frase de Eduardo Galeano, en El libro de los abrazos, que dice: "Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás." Es una de las que pongo en la pizarra para intentar que, durante la hora que queda allí escrita, germine en alguno la convicción de que todos somos únicos.

A continuación, un cuento que solemos leer en clase y del que podemos extraer muchas y enriquecedoras conclusiones:

"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: - Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después. - Y haciendo una pausa agregó: - Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E. . . encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas.

- Bien - asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: - Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo mas rápido que puedas. -
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En el afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado mas de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

- Maestro - dijo - lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo. - Qué importante lo que dijiste, joven amigo- contestó sonriente el maestro. - Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. -

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: - Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo. - ¡Cincuenta y ocho monedas! - exclamó el joven. - Sí - replico el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por el cerca de setenta monedas, pero no sé, si la venta es urgente. . . -

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido. - Siéntate - dijo el maestro después de escucharlo. - Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, solo puede evaluar verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? - Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño. Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore. -"

En definitiva, sé siempre tú mismo, no te dejes empequeñecer por nadie, si alguien te quiere te querrá como eres.

Si alguien te quiere de verdad, te valorará en su justa medida.

CDR

2 comentarios:

  1. Tú sabes que siempre te vamos a querer igual, con tus defectos y tus virtudes, estés lejos o estés cerca, porque a nuestra princesa tres no podemos dejar de quererla, igual que nunca podremos dejar de querer a las otras dos princesas. Incondicionalmente.
    Tati.

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  2. Querida bloggera, como la vida es larga, uno tiene tiempo para aceptarse, autodespreciarse, y recomponerse desde las cenizas mismas, así que solo debemos esperar y seguir en nuestra lucha diaria porque sin duda, siendo tal y como somos, y como nos ven y quieren a quienes nosotros queremos, nos aceptarán y nos aceptaremos, y nuestra vida será un reflejo de nuestra actitud ante ella. Y solo eso, y poco más.
    Pmd.

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