“Los
animales comprenden los sentimientos aunque
no entiendan todas las palabras.”
(Antonio
Mingote)
“El suicidio es algo horrible, lo
sé. También estoy seguro de que no te va a gustar nada esta decisión mía. Pero
es cuestión de vida o muerte. Y hay que elegir. Ojalá pudiera llevarte conmigo,
aunque no, no, tú tienes mucha vida por delante, no debo ser egoísta. Por
favor, sé feliz. Tienes que estar con alguien que te quiera y te cuide como yo.
Bueno, más que yo, que no te abandone. Y no me olvides, ¿eh, preciosa? He hecho
las cosas lo mejor que he podido toda mi vida y nadie me echará nada en cara.
Sólo tú me preocupas. Hubiera querido dejarlo todo arreglado, pero no hay
tiempo. Por eso me marcho ya. He de ser fuerte, no hay marcha atrás. Adiós,
preciosa.”
Levantó la cabeza, miró el reloj y
Jon se dio cuenta de que era tarde, apenas le quedaba una hora para cumplir el
último encargo del día. Firmó la nota fijándose en el modelo, se puso la
chaqueta, apagó la luz y salió del despacho. No le quedaba lejos la dirección a
donde debía ir y decidió caminar. Por el camino Jon pensaba en su cliente,
pobre hombre, ya era mayor pero aún así una enfermedad terminal era un golpe
fuerte, y se le veía bien, que se valía por sí mismo. Ahora dejaría sola a su
esposa, pero mejor cortar por lo sano, sin sufrir y deteriorarse hasta el
inevitable final. La vida es muy dura, sí. Por eso eligió él ese negocio, para
aligerar el peso de una difícil decisión. Consuelo, S.A. notas de suicidio.
Usted decide por qué, nosotros lo explicamos. Todo muy aséptico, con la máxima
discreción. Pago por adelantado. Si después decide no usar la nota, es su
problema.
Cuando llegó al portal, Jon tocó al
timbre indicado. Nadie contestó. Consultó su reloj. Le pareció raro, pues el
interesado había insistido mucho en la puntualidad. De pronto, el interfono
hizo un ruido y la puerta se abrió. Extrañado, entró en el portal y subió por
las escaleras -era un edificio antiguo, sin ascensor- hasta el quinto piso.
Llegó casi sin aliento y vio la puerta B entreabierta. Una gata blanca, de pelo
largo, apareció frotando su lomo en el marco. Hola, gatita, ¿puedo pasar?
¿Señor Brines?, ¿está usted ahí? Empujó la puerta y pasó. Nadie más salió a
recibirlo, así que siguió sigilosamente por el pasillo, la entrega en la mano,
deseaba irse de allí lo antes posible. Al fondo, una puerta cerrada, con una
nota pegada en ella. Jon se acercó a leerla: “Lo siento, le he engañado. He
utilizado su visita para suicidarme y hacerle responsable de mi gata Preciosa.
No tenía valor para desprenderme de ella personalmente. Le ruego que le lea mi
nota y se haga cargo. Que me perdone.”
Obnubilado,
intentando asimilar la información, Jon empezó a oír sonido de sirenas, barullo
allá abajo, en la calle. Entonces se percató de que a su derecha se abría paso
el salón de la casa, con una gran ventana abierta, por la que entraba el aire y
movía las cortinas. Y súbitamente lo entendió todo, las piezas encajaban.
Rememoró la visita del viejo a su despacho, la historia que le contó, las
preguntas que le hizo, y entonces comprendió. Tiempo invertido, trabajo pagado.
Una gata blanca se enroscaba por sus piernas.
CDR
Indudablemente te sale la vena de tu amor por los animales y, claro, especialmente por los gatos. Muy bien escrito, como siempre.
ResponderEliminarTati.
No me gustan los gatos, pero... la historia es creíble. Y otra cosa más ¿podríamos vivir sin los gatos?
ResponderEliminarPedro M.Domene