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jueves, 18 de octubre de 2012

EL HOMBRE GRIS

Cuando mi hijo nació era un bebé sonrosado y regordete. De niño era travieso, simpático, alegre. Fue un adolescente extrovertido, estudioso, bastante responsable. Un joven educado, trabajador, amable. El hijo que toda madre quisiera tener.
 
Ahora lo observo, cada vez que sale en la tele, incluso cuando viene a casa, y me pregunto dónde está su color. Antes su simple presencia hacía que todo tuviese vivas tonalidades. Ahora siempre viste de gris, y no sólo eso, su tez es gris, su voz es gris y me temo que hasta su corazón se ha teñido de gris.
 
A veces me da por pensar si será culpa mía, nuestra, de su padre y mía, por haberlo dejado como hijo único. Y qué íbamos a hacer si yo ya no pude quedarme embarazada, menos aún había dinero para los trámites de una adopción. Éramos felices los tres. Pero es que además mi marido falleció pronto, y casi me alegro de que no vea a nuestro Pepe como está. Ay, hijo, qué disgusto cuando me enteré de que estabas implicado en una trama de malversación de fondos. Con lo orgullosa que estaba yo de ti, siempre hablando en la peluquería de tu brillante carrera, de cómo habías prosperado. Me dijiste una vez, fríamente, por teléfono, que no me preocupara, que todo era mentira. Tema zanjado para ti. Y yo quisiera creerte, hijo, pero ya no eres el mismo, lo pensaba antes de esto, cómo creerte con la de casos que están apareciendo sin cesar. Últimamente pienso mucho precisamente en las madres de todos esos que roban al prójimo, que cometen injusticias, que se olvidan hasta de sus familias y se dejan llevar por la espiral del poder y la corrupción. También yo soy una de ellas, vaya por Dios.
 
A mí hace ya bastante tiempo que Pepe no me ayuda, siempre está ocupado, con su nivel de vida no le llega para hacerme de vez en cuando un regalo o preguntarme si me apaño con la pensión que me dejó su padre. Qué podría yo necesitar, ¿verdad? Judith, mi nuera, no viene a verme tampoco, claro, lo acompaña en sus viajes o está en el salón de belleza, gimnasio, club social, alguna reunión. Y como los niños están internos casi ni me acuerdo de que tengo nietos, como ellos no recordarán a su pobre abuela. Miro con tristeza las fotos en el aparador y evoco horas felices. No sé en qué momento exacto cambió todo, sólo que poco a poco la presencia de mi hijo se iba haciendo gris. Yo me entiendo.
 
Pero como soy optimista por naturaleza, no me amargo, qué remedio me queda. Aguanto los comentarios de los vecinos, algunos me critican como si yo tuviera la culpa, como si se hubiese gestado ya en mi interior para estafar, otros me compadecen, como si me hubiesen diagnosticado una enfermedad mortal. Y sí que duele. Pero ya es mayorcito, no soy ya responsable de él. Su padre y yo le dimos lo mejor. Todo iba bien hasta que él decidió elegir el camino equivocado.
 
Por las noches tengo un sueño recurrente, lo veo en una celda, como si sobrevolara por encima de él -quizá haya muerto ya cuando lo encarcelen y sea una premonición-, está solo, no sin compañía, lo cual es lógico, sino con verdadera soledad, su traje de preso es gris. No me sorprende.
 
CDR

2 comentarios:

  1. Buen relato, para una realidad que todas las mañanas nos despierta con un nuevo caso de corrupción. Lamentable situación que la literatura actualiza y que, como esa realidad misma, no deja indiferente a nadie. Algunos lectores echamos de menos eso de; "Había una vez un reino donde la paz, la armonía, y la felicidad podía conteplarse en sus calles y plazas...".
    Pmd.

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  2. ¡Cuántos hijos hay de gris repartidos por el mundo!
    Tati.

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