Desde 1976 se entrega el Premio Cervantes, máximo galardón en lengua castellana, que este año ha recibido el jerezano José Manuel Caballero Bonald. Si este premio se basa en valorar la trayectoria de un autor cuya contribución al patrimonio literario hispánico haya sido decisivo, sin duda es merecidísimo para este talentoso escritor, sobre todo poeta. Una voz única, que sabe como pocas extraer toda la fuerza de nuestra lengua madre.
José Manuel Caballero Bonald nace el
11 de noviembre de 1926 en Jerez de la Frontera, hijo del cubano Plácido
Caballero y de la santanderina Julia Bonald, emparentada esta con el filósofo
tradicionalista francés, el vizconde Bonald, cuya familia se asentó en
Andalucía a mediados del siglo XIX. Unos orígenes, por tanto, cosmopolitas, que
filtrarán en José quizá una caudal de cultura singular. Entre 1936 y 1943, mientras
se desarrolla la Guerra Civil, el niño cursa sus estudios en el colegio de los
Marianistas de Jerez. Y en sus temporadas entre la sierra de Cádiz y Sanlúcar
de Barrameda, descubre sus primeras lecturas memorables, Espronceda, Salgari,
Stevenson, London. Posteriormente, inicia la carrera de Náutica en Cádiz,
mientras escribe ya sus primeros poemas. No tarda en entablar relación con
personas de inquietudes literarias, como los miembros del grupo de la revista
gaditana Platero (Fernando Quiñones o
Julio Mariscal, entre otros.) En esta época debe realizar el servicio militar,
lo hace en la Milicia Naval Universitaria, navegando durante dos años por aguas
de Canarias, Marruecos y Galicia. Contrae entonces una enfermedad pulmonar que
le obligará a pasar un tiempo en el campo de Jerez. A partir de 1949 estudia
Filosofía y Letras en Sevilla, se relaciona con los miembros del grupo cordobés
Cántico, y pronto obtiene el premio
de poesía Platero por su poema
“Mendigo”. Dos años después prosigue sus estudios en Madrid, trabaja en la I
Bienal Hispanoamericana de Arte, a sus veintiséis años aparece publicado el
primer libro de poesía, Las adivinaciones,
accésit del Premio Adonais. En 1954, Memorias
de poco tiempo, y Anteo, en 1956. A partir de ahí, no cesará de escribir
y sus publicaciones serán constantes hasta el día de hoy.
A finales de los cincuenta ejerce
como secretario y más tarde como subdirector de la revista Papeles de Son Armadans. A través de su vinculación con Dionisio
Ridruejo se suceden algunas actividades clandestinas. Durante seis meses vive
en París. Tiene relación en estos años con los poetas que más tarde serán
incluidos en la nómina del grupo de los 50. En 1959, año de la publicación de Las horas muertas -por el que consigue
el Premio Boscán y el de la Crítica-, asiste en Collioure al XX aniversario de
la muerte de Antonio Machado, con Blas de Otero, Goytisolo, Ángel González, Gil
de Biedma o Carlos Barral. En 1962 se traslada a Bogotá, donde imparte clases
de Literatura Española y Humanidades en la Universidad Nacional de Colombia.
También allí conoce a los integrantes de la revista Mito (García Márquez, entre otros.) Tras viajar por varios países
de Hispanoamérica, regresa a España y se encarga de algunos trabajos
editoriales. En 1963 ven la luz el poemario Pliegos
de cordel y el libro de viajes Cádiz,
Jerez y los Puertos. Por esos años es detenido y multado a causa de motivos
políticos, e incluso llega a ser encarcelado durante un mes en la prisión de
Carabanchel. A partir de 1965 pasa una temporada en Cuba -en 1968 publica Narrativa cubana de la Revolución- y a su vuelta viaja por algunos países
europeos, pues sus libros están siendo traducidos y editados en diferentes
idiomas. Además, imparte cursos de narrativa en universidades europeas y acude
a diferentes simposios.
A principios de la década de los
setenta aparece una primera recopilación de poesía de Bonald, Vivir para contarlo. Por otra parte, el Archivo de cante flamenco, álbum de seis
discos con estudio preliminar del autor, obtiene el Premio Nacional del Disco.
Empieza a trabajar el jerezano en el Seminario de Lexicografía de la Real
Academia Española, donde permanecerá hasta 1975. Un año antes se había editado
su novela Ágata ojo de gato, que es
distinguida con el Premio Barral, al que el escritor renuncia, y con el Premio
de la Crítica. Hasta 1978 ejerce como profesor de Literatura Española
Contemporánea en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College.
Interviene en estos años en la constitución de la Junta Democrática, motivo por
el cual es procesado ante el Tribunal de Orden Público. Una vez más conseguirá
el Premio de la Crítica con Descrédito
del héroe, en 1977. Combina largas estancias de descanso en Sanlúcar de
Barrameda con viajes a Hispanoamérica, participando en cursos, ciclos y
conferencias. Su versión de Abre el ojo,
de Rojas Zorrilla, es estrenada por el Centro Dramático Nacional en Madrid. Otras
versiones suyas de clásicos han sido Don
Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, así como una adaptación para
ballet de Fuenteovejuna, de Lope de
Vega. Pronto recibirá también el Premio Pablo Iglesias de las Letras. Una nueva
antología se publica, Poesía, 1951-1977.
Ya en los ochenta sale Breviario del vino y recibe el Premio
Ateneo de Sevilla por la edición de Toda
la noche oyeron pasar pájaros (1981). En los dos años siguientes aparecen
la antología Selección natural y la
novela Laberinto de Fortuna. En 1986,
Los personajes de Fajardo y De la sierra al mar de Cádiz y En la casa del padre, Premio Plaza y
Janés, en 1988. Doble vida es una
antología poética de 1989, y de este mismo año la serie Andalucía.
Sevilla
en tiempos de Cervantes, Tiempo de
guerras perdidas -primer volumen de memorias- y El imposible oficio de
escribir son algunos de los títulos más importantes en los años noventa.
Por esta época recibe el Premio Andalucía de las Letras, es nombrado miembro de
la Academia Norteamericana de la Lengua Española, además de Hijo Predilecto de
Andalucía; posteriormente lo será también de la provincia de Cádiz y del propio
Jerez. El Ayuntamiento de su ciudad natal crea la fundación Caballero Bonald,
uno de los hechos de los que el autor más orgulloso se siente.
Siendo uno de los escritores más
relevantes de la Literatura Española del siglo XX, el talento y la
productividad de Bonald se expanden al siglo siguiente y el autor jerezano
continúa su prolífica carrera, así como aumenta la lista de sus galardones y
reconocimientos. Su segundo volumen de memorias aparece en 2001, titulado La costumbre de vivir -en 2010 ambos se
reúnen en La novela de la memoria.-
Del año siguiente es el libro de prosas Mar
adentro y el estudio José de
Espronceda, autor que fascinó a Bonald desde niño. Su obra poética completa
aparece en Seix Barral, en 2004, con el revelador título de Somos el tiempo que nos queda. Ese mismo
año es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz y con el
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. De 2005, año en que es reconocido
con el Premio Nacional de las Letras al conjunto de toda su obra, es su poemario
Manual de infractores, que obtendrá
el Premio Internacional Terenci Moix y el Premio Nacional de Poesía. Numerosas
antologías y reediciones de sus obras, prologadas por personajes de la talla
literaria de Jenaro Talens, aparecen en estos años. Mientras, el autor sigue
creando. En 2009 se publica La noche no
tiene paredes, un centenar de poemas reivindicativos de la duda. De 2012 es su último poemario Entreguerras o De la naturaleza de las cosas.
Y desde febrero pasado se encuentra en las librerías el ensayo Oficio de lector, en el que Bonald
propone un canon de la literatura a través de sus lecturas y escritores
predilectos.
Un instituto de Jerez, una
biblioteca pública en Marsella y una calle en Sanlúcar de Barrameda llevan su
nombre. Es innegable la impronta de este escritor jerezano en la historia de la
Literatura Española contemporánea. Su lista de galardones así lo certifica. Y
sin embargo, le faltaba el Premio Cervantes, él que sabe usar magistralmente la
lengua del autor de El Quijote y ha defendido
a ultranza su poesía, editándola y mostrándola sin prejuicios, convencido de
que había sido menospreciada. Por fin se ha hecho justicia.
Inconformista, contrario al
pensamiento único, irónico, tímido en las distancias cortas y valiente en su escritura.
Coherente y talentoso. Narrador, ensayista, mas por encima de todo, poeta. Un
hombre que grita insumisión desde algunos de sus poemas, un niño que no luchó
pero sufrió las consecuencias de la Guerra Civil, el frío, el desamparo, el
miedo, la muerte. Literariamente encasillado en la llamada Generación de los
cincuenta, Caballero Bonald trasciende cualquier etiqueta. No se puede
encasillar a un autor que escribe durante más de sesenta años, aunque por edad
y lucha común al principio esté relacionado con los autores de dicho grupo. En
este punto del camino se siente satisfecho con lo realizado, con un oficio que
le ha permitido ser lo que ahora es. Un escritor que aprendió a serlo a través
de la lectura.
En la actualidad, Bonald sigue
reclamando contra la intolerancia, la injusticia, la falta de solidaridad, en
su idea de que el escritor siempre debe ejercer como crítico del poder. La
poesía de Caballero Bonald nace de la desaprobación, de una actitud de
desobediencia y repudio a lo
establecido. Y todo ello lo plasma en versos pulcros, precisos, con una
melancólica distancia respecto a lo que escribe. En su poesía, simplemente, las
palabras van más allá de su significado en el diccionario.
José Manuel Caballero Bonald afirma
que no sabría escribir si estuviera seguro de todo. Para él, las dudas abren
caminos por los laberintos de la experiencia. Y esa duda se representa con un
elemento esencial en su poesía, la noche. Sugerente, simboliza la aventura, la
incertidumbre, el lado oscuro de la realidad. “La noche es bella, / está
desnuda / no tiene límites ni rejas”, ya lo expresó el poeta José Hierro en
unos bellos versos. Con Bonald se renueva el género de los nocturnos. No en
vano el insomnio, ligado a la noche, cumple un papel determinante en la poesía
de Caballero, pues es el momento en que el pensamiento lógico se subordina a la
intuición iluminadora, según el jerezano.
El mar es otra de las constantes
fijaciones poéticas de este escritor nacido cerca del Oceáno Atlántico,
navegante y enamorado de Doñana, a la que alude en su inventario literario con
el topónimo ficticio de Argónida. Para Bonald, este paraje es como un lugar
sagrado, un Edén intocable. Nunca podrás ser libre lejos del mar es otra de sus
afirmaciones. "He navegado en barcos/ desiguales/ -dóciles, neutros,/
belicosos-/ tratando de llegar/ lo antes posible a ningún sitio", dice el
poeta. Su fijación por Doñana le viene de niño, cuando exploraba ese territorio
en busca de aventuras y tesoros y comenzó a darse cuenta de que se trataba de
un verdadero santuario de la naturaleza. Después, estudio Náutica persiguiendo
a los héroes surgidos de la mano de Melville, Salgari, Conrad. Es decir, una
vocación que le nació por la literatura. Ahora, a sus ochenta y seis años,
contempla el mar y los barcos desde la ventana de su casa frente a Doñana, y se
limita a ver la vida pasar. El tiempo que le queda. Aunque es evidente que hace
algo más que no hacer nada. Porque, como él mismo dice, escribir poesía le
ayuda a mantenerse joven.
Dice Caballero Bonald que no va a
escribir nada más, tras la aparición de Entreguerras
(2012), su último poemario. Una autobiografía en forma de poesía (casi tres mil
versos), a modo de síntesis de su trayectoria vital, jalonada con los
escritores que han marcado su existencia. Prescindiendo de los signos de
puntuación, los versos fluyen a oleadas de la memoria, pasados por la soberbia
pluma del jerezano. Versos que brillan en el firmamento de incertidumbre propio
del autor pero tras los que se encuentra un canto a la vida. Y esa es la última
palabra del poema, “vida”, lo cual no es casualidad. Un octogenario no es ajeno
a la cercanía del final. Con esa visión de acabamiento está escrito este libro,
si bien no le produce angustia al escritor, sino más bien liberación. Le
preocupa la edad, el paso del tiempo, aunque esto se contrarresta con la
sensación de plenitud. Sesenta años después de la publicación de Las adivinaciones, Bonald cierra así el
círculo de su recorrido poético. Un ejemplo de la genialidad del esperado
Premio Cervantes: “nadie además conoce
los sinuosos remisos accidentes que / integran el olvido / esas volutas ávidas
que traspasan a veces los intersticios / de la evocación / y sugieren como una ilógica continuidad de
escrituras / ideográficas / el estrago vital la desgarrada vela los árboles
quemados / las botellas vacías / todo el brumoso taciturno vacilante muestrario
de / erosiones / que afecta a la pureza de esa desmemoria gestada en lo /
imposible / y da a entender que el tiempo tiene algo de exequias de la /
credulidad”
Una muestra más de lucidez a sus ochenta y siete años de edad, en el discurso de hoy al recoger el Cervantes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá: "Creo honestamente en la capacidad paliativa de la poesía, en su potencia consoladora frente a los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia. (...) Leer un libro, escuchar una sinfonía, contemplar un cuadro son vehículos simples y fecundos para la salvaguardia de todo lo que impide nuestro acceso a la libertad y la felicidad".
CDR
Estupenda reflexión y buen conocimiento del jerezano. Sin duda, un merecidísmo premio Cervantes que honra a todos los andaluces.
ResponderEliminarBuen salto hacia el próximo año, bloggera.
Pmd.
Por supuesto, un premio muy merecido y, afortunadamente, a tiempo.
ResponderEliminarTati