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lunes, 28 de mayo de 2012

EL PROBLEMA


Sara se miró al espejo aquella mañana y no se reconoció. ¿Dónde estaba la joven ilusionada por la vida que siempre había sido? Ya no la encontraba en el reflejo que veía ante sí. A lo mejor es que ya no era tan joven. Treinta años tampoco son tantos, ¿no? Hacía tiempo que albergaba en su interior un creciente desasosiego, un malhumor inexplicable, pues todo iba bien y no había causa alguna para ello. Frunció el ceño y siguió arreglándose para ir al trabajo. No solía pararse a pensar en esto y hoy precisamente no era el mejor día. Tenía una reunión importante y debía darse prisa. Sacudió la cabeza para terminar de alejar las sombras que la acechaban.

Llegó al despacho puntual y preparó los papeles y la presentación. Se alisó la camisa, se pasó de forma automática la mano por el pelo y la lengua por los dientes. Respiró hondo y se dirigió a la sala de reuniones. Cuando entró, la esperaban allí los directivos de la empresa y su jefe. Cinco hombres alrededor de una mesa y ella en el centro de atención. Quizás no les gustaría lo que iba a decirles. O quizás sí.

Señores, buenos días. Voy a ir al grano. Se inició en la pantalla la presentación que había preparado. Su producto debe ir dirigido a mujeres solteras, inteligentes, que saben lo que quieren. Nunca lo comprarían señoras cargadas de responsabilidades, sujetas a continuas explicaciones, con la autoestima mermada por una relación anclada en la rutina. Creo que la estética que les muestro es infalible para ese público femenino al que he aludido. Las mujeres inteligentes no se casan ni tienen hijos porque saben que eso, inevitablemente, va en detrimento de su realización como personas. Los maridos acaban siendo un lastre y los hijos una perpetua inquietud de la que ya jamás podrán evadirse. Pueden juzgar por ustedes mismos. Dejó entonces que las imágenes dijeran el resto, mientras ella valoraba las expresiones faciales de sus interlocutores.

La reunión transcurrió sin complicaciones. Su jefe pasó de una evidente tensión a una gran sonrisa al estrechar la mano con el director de la compañía para refrendar el contrato. Esta tía es buena. Se ha metido en el bolsillo a estos carcamales con sus putas ideas feministas. Golpecitos en la espalda, besos de rigor y se acabó. Otra idea vendida con éxito.

Sara entró de nuevo en su despacho dos horas después. Se sentó, se quitó los zapatos y movió los dedos de los pies. Cerró los ojos y al instante oyó un aviso de mensaje en su teléfono móvil. Sacó el aparato del bolso, le dio al botón y leyó: Amor, ¿has visto mi nota en la nevera esta mañana? Que no se te olvide que a las nueve vamos a cenar con… No terminó de leerlo. Odiaba esa manía de escribir mensajes interminables. Le dio a responder y escribió: hemos acabado. Enviar.

Se desabrochó un botón más de la camisa, se reclinó en la silla y sintió renacer en ella la ilusión.

CDR

2 comentarios:

  1. Valiente Sara.
    Mª Ángeles.

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  2. El personaje femenino es valiente, está bien trazado, la estructura es perfecta y el mensaje...,ánimo que vas haciendo camino.
    Enhorabuena por los aciertos.
    Pedro M. Domene

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