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miércoles, 16 de mayo de 2012

NUEVA GÉNESIS


El fin del mundo había llegado. La Fuerza creadora y dadora de vida, la Energía motora del Universo, llamada Dios, Alá, Buda… o nada, según la zona, o la elección de cada cual, se había cansado finalmente y había tomado la determinación. La Tierra le suplicaba. Y tuvo que elegir. Eligió a la especie humana. El gran error. Y es que no podía haber ido peor. Cruzadas. Guerras. Asesinatos. Humos contaminantes. Residuos tóxicos. Maldad. Envidia. Recalificación de terrenos. Y un largo etcétera. Imposible enumerar las múltiples causas que hicieron que la Fuerza (llamada así a partir de ahora) decidiera borrar del mapa a los hombres y todo lo que ellos habían creado. Así, literalmente. Como castillos de arena ante un vendaval, desaparecieron, convirtiéndose sin más en partículas que fueron a mezclarse con la tierra. Polvo eres y en polvo te convertirás. No quedó más que lo que hubo al principio: agua y tierra, piedra y arena, aire y sol, nubes y estrellas, animales y plantas. Después de tanto tiempo costaba acostumbrarse a esta nueva situación. Ya no se oía el barullo de los coches circulando; ya no se veía una espesa capa de humo cubriendo el ambiente; ya no se encontraban aglomeraciones por las calles que ya no existían… La Fuerza estaba triste. La Tierra empezó a regenerar sus pulmones con aire puro.

Qué haré ahora, pensaba la Fuerza. Este planeta que me salió tan bien, tan fecundo, tan bello, tan equilibrado… Y el ser humano parecía perfecto para habitarlo. ¿En qué me equivoqué? Los animales, las plantas, las montañas, los océanos, los desiertos, los ríos… todo se adapta a la Tierra, vive de ella y le aporta su vida, en la medida justa. ¿Por qué no así el hombre?

Y tal vez la Fuerza, ya escarmentada por millones de años, debería de haber dejado la Tierra tal como se quedó después de la abolición de la especie humana. Pero no. Desde el mismo instante en que la hizo desaparecer, ya estaba pensando en el modo de renovarla. El hombre había sido su creación consentida, la mimada de la familia, el ojito derecho. Le había salido mal, lo reconocía. Pero estaba convencida de que se podía arreglar. Empezó a pensar cómo.

Al atardecer del primer día, la Fuerza se expandió por todo el Universo y se concentró fuertemente para encontrar una solución. Cuando el sol caía y la Tierra se veía de color casi rojo, los mares se agitaron y el suelo tembló. Ninguna idea había surgido. Al amanecer del segundo día, todo parecía en calma, como si el tiempo hubiera quedado suspendido, como si la Fuerza se hubiera quedado transpuesta y se hubiera olvidado de insuflar su aire al movimiento del Universo. Al anochecer del tercer día, la quietud se rompió y empezó a llover con fuerza. Llovía y llovía sin parar, igual que si un llanto incontenible hubiera estallado en un corazón roto. El cuarto día, a la vista de que aquello no podía seguir así, la Tierra decidió hablar con la Fuerza, aunque conocido es que aún podían faltar al menos dos días para que aquello se resolviera. Quizás sería mejor dejar las cosas como están, sugirió la Tierra, no te esfuerces más en algo inútil. Yo te forjé y no estoy dispuesta a que me des consejos, sé que puedo conseguir una creación perfecta digna de mi energía y mi talento. La Fuerza no pretendía abandonar. Así, el quinto día se dedicó a revisar las propiedades de las especies vegetales y minerales de todos los planetas. Su aliento de gigante agitaba las plantas, removía los árboles y aspiraba el polvo astral; su mirada omnipotente atravesaba las capas terrestres para encontrar inspiración. Remolinos de arena y de agua, mezclados con lluvia de estrellas subían y bajaban en espirales imposibles como una danza de prodigiosa alquimia. Llegada ya la sexta jornada, inspeccionó la Fuerza a todos los animales, desde las amebas a los grandes mamíferos. Y extrajo lo mejor de cada uno de ellos para guardarlo en su seno.

La más absoluta calma llegó de repente y un gran rayo de luz atravesó el planeta. Surgieron entonces sobre el mar dos figuras casi transparentes que a medida que avanzaban hacia el suelo firme se consolidaban, hasta convertirse en una mujer y un hombre. Tal y como las personas que se habían conocido antes. La Tierra suspiró, otra vez lo mismo. Un furioso pensamiento la acalló, ahora será diferente. He insuflado en ellos la esencia de todos los seres de la Tierra y toda la energía del Universo. Los he creado iguales, ninguno se creerá superior al otro y sentirán todos los elementos de la naturaleza y del espacio como parte de ellos mismos. Su inteligencia, esta vez, les permitirá entender lo fundamental de la vida y prosperarán en armonía con su entorno.

El nuevo hombre y la nueva mujer, aturdidos al principio, iban saliendo de su letargo mientras fluía en su interior una especie de conocimiento antiguo, de origen desconocido para ellos, pero más y más revelador a cada segundo. Escientes de todos los secretos del Cosmos, pronto iniciaron un contacto inesperado con su Fuerza creadora. El enfrentamiento fue brutal, intelectual, silencioso. No puede ser, lamentó agotado, vacío, el demiurgo antes de desaparecer para siempre. Somos poderosos, el mundo es nuestro, fueron las primeras palabras de mujer y hombre, como un solo ente dual. Y ya no pararon de crear hasta bien entrada la noche del séptimo día. Nunca más habría descanso.

Todo lo que la Tierra había conocido en su larga existencia y mucho más apareció como por arte de magia. Estremeciéndose desde su núcleo pensó, ahora sí ha conseguido la Fuerza un ser a su imagen y semejanza.

CDR
           

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