El
fin del mundo había llegado. La
Fuerza creadora y dadora de vida, la Energía motora del Universo,
llamada Dios, Alá, Buda… o nada, según la zona, o la elección de cada cual, se
había cansado finalmente y había tomado la determinación. La Tierra le suplicaba. Y tuvo
que elegir. Eligió a la especie humana. El gran error. Y es que no podía haber
ido peor. Cruzadas. Guerras. Asesinatos. Humos contaminantes. Residuos tóxicos.
Maldad. Envidia. Recalificación de terrenos. Y un largo etcétera. Imposible
enumerar las múltiples causas que hicieron que la Fuerza (llamada así a
partir de ahora) decidiera borrar del mapa a los hombres y todo lo que ellos
habían creado. Así, literalmente. Como castillos de arena ante un vendaval,
desaparecieron, convirtiéndose sin más en partículas que fueron a mezclarse con
la tierra. Polvo eres y en polvo te convertirás. No quedó más que lo que hubo
al principio: agua y tierra, piedra y arena, aire y sol, nubes y estrellas,
animales y plantas. Después de tanto tiempo costaba acostumbrarse a esta nueva
situación. Ya no se oía el barullo de los coches circulando; ya no se veía una
espesa capa de humo cubriendo el ambiente; ya no se encontraban aglomeraciones
por las calles que ya no existían… La Fuerza estaba triste. La Tierra empezó a
regenerar sus pulmones con aire puro.
Qué haré ahora, pensaba la Fuerza. Este planeta que me
salió tan bien, tan fecundo, tan bello, tan equilibrado… Y el ser humano
parecía perfecto para habitarlo. ¿En qué me equivoqué? Los animales, las plantas,
las montañas, los océanos, los desiertos, los ríos… todo se adapta a la Tierra , vive de ella y le
aporta su vida, en la medida justa. ¿Por qué no así el hombre?
Y tal vez la Fuerza , ya escarmentada por
millones de años, debería de haber dejado la Tierra tal como se quedó después de la abolición
de la especie humana. Pero no. Desde el mismo instante en que la hizo
desaparecer, ya estaba pensando en el modo de renovarla. El hombre había sido
su creación consentida, la mimada de la familia, el ojito derecho. Le había
salido mal, lo reconocía. Pero estaba convencida de que se podía arreglar. Empezó
a pensar cómo.
Al atardecer del primer día, la Fuerza se expandió por todo
el Universo y se concentró fuertemente para encontrar una solución. Cuando el
sol caía y la Tierra
se veía de color casi rojo, los mares se agitaron y el suelo tembló. Ninguna
idea había surgido. Al amanecer del segundo día, todo parecía en calma, como si
el tiempo hubiera quedado suspendido, como si la Fuerza se hubiera quedado
transpuesta y se hubiera olvidado de insuflar su aire al movimiento del
Universo. Al anochecer del tercer día, la quietud se rompió y empezó a llover
con fuerza. Llovía y llovía sin parar, igual que si un llanto incontenible
hubiera estallado en un corazón roto. El cuarto día, a la vista de que aquello
no podía seguir así, la Tierra
decidió hablar con la Fuerza ,
aunque conocido es que aún podían faltar al menos dos días para que aquello se
resolviera. Quizás sería mejor dejar las cosas como están, sugirió la Tierra,
no te esfuerces más en algo inútil. Yo te forjé y no estoy dispuesta a que me
des consejos, sé que puedo conseguir una creación perfecta digna de mi energía
y mi talento. La Fuerza no pretendía abandonar. Así, el quinto día se dedicó a
revisar las propiedades de las especies vegetales y minerales de todos los
planetas. Su aliento de gigante agitaba las plantas, removía los árboles y
aspiraba el polvo astral; su mirada omnipotente atravesaba las capas terrestres
para encontrar inspiración. Remolinos de arena y de agua, mezclados con lluvia
de estrellas subían y bajaban en espirales imposibles como una danza de
prodigiosa alquimia. Llegada ya la sexta jornada, inspeccionó la Fuerza a todos
los animales, desde las amebas a los grandes mamíferos. Y extrajo lo mejor de
cada uno de ellos para guardarlo en su seno.
La más absoluta calma llegó de
repente y un gran rayo de luz atravesó el planeta. Surgieron entonces sobre el
mar dos figuras casi transparentes que a medida que avanzaban hacia el suelo
firme se consolidaban, hasta convertirse en una mujer y un hombre. Tal y como
las personas que se habían conocido antes. La Tierra suspiró, otra vez lo
mismo. Un furioso pensamiento la acalló, ahora será diferente. He insuflado en
ellos la esencia de todos los seres de la Tierra y toda la energía del
Universo. Los he creado iguales, ninguno se creerá superior al otro y sentirán
todos los elementos de la naturaleza y del espacio como parte de ellos mismos.
Su inteligencia, esta vez, les permitirá entender lo fundamental de la vida y
prosperarán en armonía con su entorno.
El nuevo hombre y la nueva mujer,
aturdidos al principio, iban saliendo de su letargo mientras fluía en su
interior una especie de conocimiento antiguo, de origen desconocido para ellos,
pero más y más revelador a cada segundo. Escientes de todos los secretos del
Cosmos, pronto iniciaron un contacto inesperado con su Fuerza creadora. El
enfrentamiento fue brutal, intelectual, silencioso. No puede ser, lamentó agotado,
vacío, el demiurgo antes de desaparecer para siempre. Somos poderosos, el mundo
es nuestro, fueron las primeras palabras de mujer y hombre, como un solo ente
dual. Y ya no pararon de crear hasta bien entrada la noche del séptimo día.
Nunca más habría descanso.
Todo lo que la Tierra había conocido en su larga existencia y mucho más apareció como por arte de magia. Estremeciéndose desde su núcleo pensó, ahora sí ha conseguido la Fuerza un ser a su imagen y semejanza.
CDR
Todo lo que la Tierra había conocido en su larga existencia y mucho más apareció como por arte de magia. Estremeciéndose desde su núcleo pensó, ahora sí ha conseguido la Fuerza un ser a su imagen y semejanza.
CDR
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