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viernes, 31 de agosto de 2012

MUJERES: PROTAGONISTA DE SU PROPIA NOVELA

Casi todas las vidas oscilan entre la felicidad y el drama, no existe la alegría plena ni hay mal que cien años dure. Pero en algunos casos, especialmente, esta dicotomía se convierte en la característica más relevante de la persona. Como ocurre en el caso de la mujer homenajeada de hoy, Lula Carlson Smith (Georgia, 1917 - Nueva York, 1967), conocida como Carson McCullers.

Lula -así bautizada en honor de su abuela materna, Lula Caroline- fue una niña solitaria y sensible, que podía pasar horas mirando por la ventana, apartada de juegos y deportes, apasionada precoz de la música y de los libros. Sobre todo, le encantaban las historias del Sur que conoció por su madre y que pronto empezó a contarle a su hermano, dos años menor. Como ella misma reconoce en su autobiografía, su anhelo era salir de Columbus y dejar huella en el mundo. Marguerite Waters, su madre, era una mujer optimista y anticonvencional, que confiaba plenamente en las ilusiones de sus hijos y les animaba a conseguirlas, convirtiéndose en su mejor aliada. Así, contrató a una profesora de piano para Lula a los cinco años -al darse cuenta de sus inclinaciones artísticas- y la niña fantaseaba con el vestido que se pondría el día de su debut en Canergie Hall. Tanto ahínco y perseverancia puso en sus lecciones y ensayos, que finalmente le dio clases la concertista Mary Tucker, agotados ya los conocimientos de la primera maestra.

La familia de Lula Carson, como si de una novela se tratase, provenía del mundo exuberante y terrible a partes iguales del Sur de los Estados Unidos. Su abuelo paterno, terrateniente rico dueño de una plantación inmensa, fue un héroe del bando confederado durante la Guerra de Secesión. La abuela materna se había criado en un ambiente de lujo y refinamiento, hasta que hubo de trasladarse a Columbus -donde vivía su hermano- con cinco hijos, pues su marido murió a los treinta años a causa del alcohol y una vida disoluta. Marguerite, que no tenía ninguna prisa por casarse, se quedó sola en casa de su madre. Esta la puso a trabajar en la joyería de unos conocidos, donde conoció a Lamar Smith, el que sería su esposo. Lula fue la primera hija del matrimonio. Su infancia transcurrió entre sueños, música, olores y sensualidad tan característicos del Sur, plagado también de tradiciones que hacían a sus gentes repetir una y otra vez unos moldes ya preestablecidos. En largos paseos con su madre, la chica conoció las zonas donde vivía la gente de color y descubrió los problemas de los negros -a pesar de haber sido ya abolida la esclavitud-, las injusticias y la discriminación que sufrían por parte de los blancos.

En 1932 fallece la abuela Lula Caroline, lo que supuso un cambio en la vida de la joven, que en esa época decide acortarse el nombre y exige que la llamen Carson Smith, a secas. Sin embargo, el hecho más importante que marcó sus quince años y desde entonces su vida para siempre fue la enfermedad. Una neumonía que acabó siendo fiebre reumática mal diagnosticada la hizo permanecer varios meses en el hospital y le dejó secuelas ya irreparables. Su padre le había regalado una máquina de escribir por su cumpleaños y ella, que tenía experiencia escribiendo piezas teatrales que representaba en su casa, tomó la decisión, tras su convalecencia, de abandonar la carrera musical y convertirse en escritora. Una adolescente de salud débil pero con una voluntad de hierro, devoradora de libros, pues su prima, encargada de la biblioteca pública de Columbus afirmaba que Carson se había leído, uno por uno, todos los libros de las estanterías.

La joven Carson empezó escribiendo obras teatrales al modo del dramaturgo Eugene O´Neill, pero debió darse cuenta de que sus piezas no tenían calidad y pronto se pasó a la narrativa, componiendo relatos con gran tesón. En 1934 conoció a Edwin Peacock, con quien entabló una sólida amistad que influiría en su futuro. Con él pasaba horas y horas hablando de literatura, escuchando música. Peacock, que también tocaba el piano y el violín, dio a conocer a Carson a famosos escritores prestándole números de la revista Story y llevándola a locales de mala reputación. Como siempre, la señora Smith daba muestra de su tolerancia y consideraba que su hija necesitaba conocer ese mundo para recopilar material para sus historias. Así intentó acallar el escándalo que esto suponía para sus conocidos. Carson se dio cuenta de que la única manera de triunfar como escritora era irse a Nueva York y, aunque la familia no tenía deudas, tampoco disponía de dinero extra, por lo que la atenta madre llevó a la joyería de su marido un anillo de diamantes heredado y lo vendió para costear el viaje de la chica. Con diecisiete años y quinientos dólares en la maleta, Carson Smith embarcó rumbo a Nueva York para estudiar en la universidad de Columbia y lanzar su carrera de escritora. Nada más llegar, sufrió la ruindad humana, cuando un conocido de sus padres que la iba a alojar le preguntó cuánto dinero tenía y le dijo que lo mejor era meterlo en un banco. La chica se lo entregó, confiada, y lo perdió todo, robado por un carterista según le explicaron. En esta situación, hubo de buscar trabajo para poder estudiar. Por las mañanas estudiaba y escribía en la biblioteca, por la tarde oficiaba de mecanógrafa, telefonista, camarera, paseadora de perros, lo que salía por muy cansado y mal remunerado que fuese; y por las noches asistía a la universidad. Su salud se resentía con el exceso de trabajo, la humedad y la mala alimentación.

Durante este tiempo mantuvo una correspondencia constante tanto con su madre como con Edwin Peacock. Este le habló de su nuevo amigo, el joven soldado James Reeves McCullers, que soñaba con ser escritor. Ambos se enamoraron antes de conocerse gracias a los comentarios de Peacock y cuando se vieron en Columbus -al terminar Carson el semestre en la universidad- cayeron rendidos el uno al otro. A partir de ese momento, James dejaría a un lado su sueño de escribir y buscaría desesperadamente un trabajo para poder casarse y mantener una familia. Mientras, Carson siguió estudiando en Nueva York, con algunas estancias de reposo en casa pues su enfermedad había derivado en tuberculosis. Cuando la pareja pudo casarse, empezaron viviendo en casas miserables, sin calefacción, en pésimas condiciones. Pero la ilusión de una novela ya iniciada, el interés de su profesora, la novelista Sylvia Bates y la publicación de dos de sus relatos, los hacían salir adelante. Las ambiciones artísticas de James ya se habían esfumado con la creciente popularidad de su esposa.

En su primera novela, El corazón es un cazador solitario (1940), Carson McCullers -su marido le había cedido el apellido- plasma con fidelidad sus rasgos personales y familiares en la protagonista, Mick Nelly, una niña a quien fascinaba la música y cuyo padre era un acomodado relojero y joyero. La crítica ensalzó la obra como uno de los mayores descubrimientos literarios de la década y pronto empezaron a sucederse los actos culturales y los cócteles. La escritora era reconocida por su mérito literario, pero también admirada por su excentricidad, sus modales sureños y su carácter contradictorio, mezcla de timidez y sinceridad, de euforia y decaimiento. Estas alteraciones se hicieron cada vez más acusadas y su matrimonio empezaba a no funcionar. Su segunda novela, Reflejos en un ojo dorado (1941), adaptada al cine por John Huston, suscitó muchísima polémica, rechazada tanto por la crítica como por los lectores, por su tratamiento de la sexualidad, las relaciones entre los personajes y la dureza e irreverencia del argumento. Además de numerosos relatos, aparecieron otras dos novelas tituladas Frankie y la boda (1946) y La balada del café triste (1951). Su debacle profesional se inició en 1961 con la publicación de Reloj sin manecillas, que se mantuvo gracias a la fidelidad de sus lectores pero que mostraba ya un claro declive. Póstumamente, apareció una autobiografía inacabada de la autora, Iluminación y fulgor nocturno (1999)

Una mujer fascinante que se codeó con famosos actores de Hollywood, fue amiga de Truman Capote, Isak Dinesen o Tenesse Williams, entre otros muchos lectores exigentes a los que consiguió cautivar, y se debatió entre el tabaco, el alcohol, las crisis y una ambigua homosexualidad despierta a raíz de conocer a la escritora suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach, quien mantuvo una relación con Erika Mann y que, a pesar de su cariño confeso hacia Carson, siempre la prefirió a esta, haciéndola sufrir indeciblemente. Su marido llegó a estafarla, a hacerle chantaje emocional amenazándola con el suicido, pero la vida de Carson McCullers siempre fue una mezcla de enfermedad y golpes de buena suerte que le permitían salir de cualquier atolladero. Hasta que en agosto de 1967 sufrió su último ataque, que la mantuvo en coma durante cuarenta y cinco días, para morir el 29 de septiembre.

Una vida a la que falta espacio en esta entrada, que he decidido acabar con estas palabras de la propia Carson McCullers: "El trabajo y el amor han llenado casi por completo mi vida, a Dios gracias. El trabajo no siempre ha sido fácil; cabe añadir que el amor tampoco lo ha sido."

CDR  

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