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lunes, 4 de febrero de 2013

NÍTIDOS RELATOS

Aunque no es esta de hoy una entrada de la serie "Mujeres", bien podría serlo, pues la autora del libro que vamos a comentar se merecería un homenaje como mujer excepcional, que quizá se haga en el futuro.

Hace ya casi dos años que Josefina Aldecoa (León, 1926-Cantabria 2011) nos dejó, sin embargo sigue con nosotros a través de su obra, como ocurre siempre con los grandes de la literatura. Porque ella lo es, aunque su apellido sea el del marido, Ignacio Aldecoa, un genio de nuestras letras que no menoscaba en nada el mérito de Josefina. Además, su labor como docente suma valía a esta mujer emprendedora e independiente que estudió Filosofía y Letras, se doctoró en Pedagogía, formó parte del grupo que constituyó la revista Espadaña, trabajó como traductora en Revista Española  y fundó el Colegio Estilo en Madrid, además de escribir numerosos relatos, novelas y ensayos.

Son sus relatos los que se reúnen por primera vez en un libro de la editorial Alfaguara bajo el título de Madrid, otoño, sábado (2012), nombre del último de los cuentos que lo componen, un total de veinticuatro. El volumen recoge sus colecciones A ninguna parte (1961) y Fiebre (2000), más los relatos Cuento para Susana y El mejor, ambos de 1998. En estas historias se reconoce el estilo de la narrativa de Aldecoa, sencillez e intimidad en una prosa fluida y diáfana. A pesar de que la autora trata de una manera brutal el duro realismo plasmado en sus cuentos, nunca deja de lado la belleza de la existencia. Los temas que toca no tienen nada de novedoso, la infancia, la amistad, las relaciones familiares, el amor, el abandono, la esperanza, la guerra, la muerte, pero su talento creativo y su sensibilidad dotan a los relatos de un aire único y personalísimo. El telón de fondo de estas historias es el mismo que vio la infancia de la autora, su pueblo del norte, y más tarde su juventud, en el Madrid de la posguerra y la dictadura. Cuentos cargados de paisajes luminosos y evocadores. Si algo impresiona profundamente en estos relatos es la capacidad de Josefina Aldecoa para captar los instantes y poblar nuestra mente de imágenes mientras leemos, envolviéndonos en la atmósfera particular de cada historia.

Una recopilación de textos escritos en fechas tan distantes tiene la virtud de mostrar la evolución de la autora. En los primeros relatos (“El niño y los toros”, “Los viejos domingos”, “El cuarto oscuro”, “Voces amigas”), Aldecoa evoca historias de señoritos y criados, de indianos que retornan a casa, episodios como la revolución minera en Asturias, desigualdades sociales, inquietudes de los jóvenes de la época, o la difícil situación de la mujer en esos años, así como la educación sentimental que esta recibía. En todos ellos aparece de trasfondo el campo, las flores y sus aromas, domingos de misa y niñas de uniforme. Estos cuentos están escritos en un tiempo en que Josefina aún firmaba con su apellido de soltera, Rodríguez, era joven, ya había tenido a su hija Susana y se dedicaba por completo a la dirección de su colegio, basado en la Institución Libre de Enseñanza. Sin embargo, a partir de “El mejor” –la historia sobre un joven y prometedor futbolista, narrada por su abuela-, la escritora se encuentra ya en su madurez, en la etapa literaria que reinició tras la repentina muerte de su marido y el periodo de silencio en que se sumió. Los personajes femeninos se van adueñando de los relatos y el papel de una mujer sometida al hombre progresa al de independencia y libertad, al compás de los tiempos. Este contraste se ve claramente reflejado en las dos protagonistas de “¿Te acuerdas?”, “Happy end” y “Madrid, otoño, sábado”, Julia y Cecilia, en sus ilusiones juveniles y en cómo la vida ha llevado a cada una por un camino, para entender al final que la felicidad es algo efímero, muy difícil de encontrar y más aún de retener. En el caso de “Cuento para Susana”, aunque está escrito en ese segundo ciclo que se ha mencionado, la autora rememora aún su infancia en el pueblo, exponiendo a su hija la diferencia entre su vida y la del momento presente.

En general, la narrativa de Josefina Aldecoa rezuma autobiografía a la vez que muestra muy acertadamente la sensibilidad femenina. Perteneció a la llamada generación de “los niños de la guerra”, junto a Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Rafael Azcona y el propio Ignacio Aldecoa. Escritores nacidos en torno a los años veinte y que vivieron en su infancia una guerra que destruyó, además de otras cosas, el desarrollo cultural del país. Aunque quizás la enseñanza fue su gran pasión, siempre compaginó su trabajo docente con la escritura. Su carrera literaria se compone de obras tan significativas como la trilogía Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1997) o su libro de memorias, Los niños de la guerra (1983), entre otros. Además, fue una auténtica defensora de la obra de su marido, luchando por que se reeditaran sus obras y escribió sobre él Ignacio Aldecoa en su paraíso (1996) También es autora de importantes ensayos sobre pedagogía, como La educación de nuestros hijos (2001)

Josefina Aldecoa fue una mujer comprometida, implicada con su trabajo y que además supo plasmar de una manera única la naturaleza humana y las emociones en sus textos. Tener ahora recogidos sus relatos en un mismo volumen nos ayuda a descubrir (o a redescubrir) a una autora imprescindible para una visión más completa de la literatura española del siglo XX.

CDR

3 comentarios:

  1. Grandísima Josefina a quien siempre leí y compartí admiración y devoción por su marido, Ignacio Aldecoa. Durante años mantuvimos una amistad y una correspondendía enriquecedora. Memoria viva de una España difícil.
    Pmd.

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  2. Buena escritora y buena mujer.
    Tati.

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  3. Avergonzada me siento. Tantos años escuchando a Pedro hablar de Ignacio Aldecoa y su mujer Josefina y yo sin leer nada de ellos.

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