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domingo, 29 de julio de 2012

CAMPOS DE GIRASOLES

Había cogido el coche y conducía para escapar de sí mismo y de aquella palabra que, nada más pronunciarla el médico, cambiaría su vida para siempre. Cáncer, seis letras que juntas significan horror y muerte. No tiene por qué, cada vez es más alto el porcentaje de casos que se salvan, le dijo el doctor. Tomás odiaba las estadísticas. No quería formar parte de ellas, ni para bien ni para mal.
Llevaba todo el día viajando sin rumbo, el móvil no dejaba de sonar y la señal acústica que avisaba de los mensajes era insistente. Su mujer estaría preocupada, claro, su hijita preguntaría por él sin parar, pero algo lo hacía seguir hacia adelante a pesar de saber que tarde o temprano tendría que regresar. Nuestros problemas no nos abandonan por muy lejos que nos vayamos. El golpe moral recibido no era excusa para desaparecer, para traicionar la confianza de María, siempre habían dicho que estarían juntos pasase lo que pasase, y ahora él escapaba como un cobarde, sin dar explicaciones. Después de recibir la noticia, no abrió más la boca, no hizo caso de las palabras de su esposa, de sus caricias, ni finalmente de su silencio impuesto y su gesto preocupado. Luz aún era demasiado pequeña para darse cuenta de lo que pasaba, pero los últimos días estaba sumida también en una especie de tristeza pegajosa que inundaba la casa. Y sin poder soportarlo más, decidió irse.
Conducía por carreteras secundarias para encontrar menos tráfico, para ir sin prisas y no dejarse llevar por el ritmo frenético que se impone en las autovías. Tampoco estaba pensando mucho, era como si su mente estuviera en blanco, presa de un agobio irracional que le impedía discurrir. Sus convicciones le aconsejaban que no se tratase con quimioterapia, ¿estaba dispuesto a quedar hecho un trapo sin defensas antes de morir? Sabía que existían alternativas y que estaba demostrado que el cáncer se puede curar sin los tratamientos habituales, lo había defendido tantas veces cuando salía el tema. Pero ahora era su vida la que dependía de esa decisión. María estaba dispuesta a acatar su elección, aunque le había suplicado que lo valorase bien, que pensase en ellas, que no las abandonase. Juntos serían fuertes para superar lo que viniese. Y él se había ido. No para siempre. Pero ese gesto de marcharse en el momento justo de afrontar la mayor dificultad de sus vidas hasta ahora, ¿se lo podría perdonar María? El constante sonido de las llamadas parecía anunciar que sí. Ella nunca le había fallado.
Estaba cayendo la tarde y de pronto Tomás se dio cuenta de que pasaba entre campos de girasoles. Paró el coche en el arcén y bajó para contemplar el encanto dorado de los grandes discos. La flor favorita de María. Ella no era como las demás chicas. Una sonrisa se prendió en sus labios, recordando aquel día en que le preguntó qué flores le gustaban. Si me regalas un ramo de flores, te dejo, Tomás. Las flores deben de estar en el campo, en los jardines, adornando la tierra, no en un jarrón agonizando. De acuerdo, entendido, pero ¿cuál es tu flor preferida? El girasol, contestó ella sin dudar, por su mezcla de belleza y utilidad, porque parecen ellas mismas soles, transmisoras de energía y calor, de vitalidad. Además, me encantan sus pipas. Y su risa sonaba como una cascada fresca e inagotable.
Un nuevo mensaje al móvil sacó a Tomás de su ensimismamiento. Decidió mirarlo, ignorando todos los demás, porque sabía que el último era el único que importaba: Testarudo, cabezota, vuelve a casa, estamos esperándote. Tus MyL. Echó un vistazo a los girasoles que lo rodeaban, ya cerrándose a la noche que acudía. Subió al coche y dio la vuelta para dirigirse a su hogar, allí donde estaba su fuente de energía, allí donde podría superar cualquier oscuridad y renacer a una nueva mañana luminosa.


CDR

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