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viernes, 27 de julio de 2012

MUJERES: MADRE Y POETISA COMPROMETIDA

Me imagino que todos habrán oído hablar -quizás incluso leído algo- de Blas de Otero y de Gabriel Celaya. Pero, ¿conocen a Ángela Figuera Aymerich? Con ella quiero comenzar un homenaje a mujeres extraordinarias, que por el simple hecho de su sexo no han trascendido de igual manera que sus homólogos masculinos.
Pues ese es el caso de esta autora vasca, que representa la voz femenina de la poesía desarraigada de la Primera Generación de Posguerra, evolucionada después a la poesía social de los sesenta. Su poesía se centraba en la maternidad a la vez que mostraba una rebeldía feminista de forma muy original. La mujer era vista como esposa y madre de familia, pero también como sujeto activo del cambio social. Sin duda, una visión muy adelantada a su tiempo.

Ángela Figuera Aymerich nació en Bilbao en 1902, en el seno de una familia de clase media, en una sociedad machista. Como otras muchas mujeres de principios del siglo XX, Ángela se empeñó en estudiar, en acceder a la cultura, en aspirar siquiera a la igualdad. Por encima de impedimentos familiares y sociales, terminó los estudios obligatorios y completó su formación en Letras para dedicarse a su vocación docente. En 1932 fue destinada a Huelva y ese mismo año se casó con el hombre que la acompañaría ya toda su vida, el ingeniero Julio Figuera. Su primer hijo nacerá muerto.
Cuando se produce el golpe militar contra la República, su marido se alista en las milicias republicanas. La Guerra Civil la atrapa en Madrid, donde nace su segundo hijo, en diciembre de 1936. En febrero de 1937 son evacuados a Valencia y poco después Ángela es destinada a un instituto de Alcoy; más tarde la enviarán a Murcia. Al acabar la guerra, por ser defensora del bando republicano y siendo estos los derrotados, Ángela se ve privada de su título universitario -de trabajo, por tanto- y la familia es despojada de sus bienes. Deciden entonces volver a Madrid, pero ella y su hijo finalmente se retirarán a Soria mientras la situación se normaliza. En este contexto, retomó Ángela su afición a escribir, animada por su marido, y en 1948 tiene la ocasión de publicar su primer libro, Mujer de barro, al que seguirá Soria pura. Ambos poemarios conectan con una poesía intimista, en la que se refleja el reencuentro con la tranquilidad y la realización como esposa y madre. Estos libros -no podía ser de otra manera- son censurados por su erotismo y sensualidad. Y como en la posguerra la felicidad no podía durar mucho, pronto conoce la escritora la miseria, el hambre, la injusticia. Así comienza lo que ella misma denomina "etapa preocupada", con el poemario Vencida por el ángel, publicado en 1950. Este periodo de más de veinte años abarca diferentes tendencias, ya que de esta poesía desarraigada y existencial, Figuera Aymerich pasa a una mayor preocupación por cuestiones sociales, posicionándose a favor de los seres humanos que sufren injustamente. El ejemplo más significativo es Belleza cruel, de 1958. Este libro, de poemas cargados de rabia y crítica, es enviado a unos amigos de la autora en México, puesto que en España habría sido imposible su aparición. Allí se presenta al premio Poesía Nueva España y gana, por lo que es editado, además con un prólogo de León Felipe que no tiene desperdicio.
En 1952, Ángela empieza a trabajar en la Biblioteca Nacional de Madrid y pronto se incorpora al proyecto "bibliobuses", que trataba de acercar la cultura a los barrios periféricos y marginales de la ciudad. Su posición intelectual siempre estuvo de parte de los desfavorecidos. Muy activa, además, fue un verdadero puente entre los círculos literarios madrileños y vascos. Aquí recordaremos su estrecha relación con Otero y Celaya, puesto que efectivamente existe una influencia mutua y muchos puntos en común. Si esto ha venido en llamarse incluso "el triunvirato vasco de la poesía social", ¿por qué ella es mucho menos conocida?
Es a partir de los años 60 cuando la poetisa comienza a cansarse de sus continuos intentos de cambiar las cosas. El poemario Toco la tierra (1962) lleva el elocuente subtítulo de Letanías, y así precisamente es acogido por la crítica, como una poesía de ideas repetidas y poco originales. Tras el traslado a Avilés para reunirse con su esposo, que trabajaba allí, realiza algunos viajes por invitaciones literarias a la Unión Soviética y a México, pero está siendo ya echada en el olvido. ¿Será la crítica más dura con las mujeres y más rápida y fácil la omisión?
En sus últimos años, Ángela Figuera retomó su poesía más simbólica y escribió algunos poemas y relatos para niños. Murió en Madrid en 1984. Hasta diez años después que falleció su marido, este realizó una labor inagotable para rescatar la obra de su esposa.

Aquí queda mi recuerdo para esta voz personal y única en nuestra poesía.
Para cerrar, unos versos suyos:

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.
...
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles,
que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos,
que decreten lo que es poesía.
...
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO.

(Ángela Figuera Aymerich)

CDR

3 comentarios:

  1. ¡Adelante con estas mujeres!
    Tati.

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  2. Justa reivindicación. Una voz paralela a la fuerza de Otero y Celaya.
    PMD.

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  3. Aymerich es un apellido catalán en uso.

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