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viernes, 17 de agosto de 2012

MUJERES: EXCELENTE ESCULTORA BARROCA

Siglo XVII. Centuria prodigiosa que condensa una crisis incesante y una poderosa fuerza creadora. El gran siglo del Barroco, alimentado de contradicciones -rebeldía y sumisión, devoción religiosa y amor por la ciencia, riqueza y hambre, refinamiento social y guerras- deja nombres tan importantes como Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Molière en literatura; Montesquieu, Descartes, Spinoza en filosofía; Pascal, Leibniz, Newton en ciencias; Velázquez, Zurbarán, Murillo, Rubens en pintura, y otros muchos. Pero también numerosas mujeres, olvidadas hoy, destacaron en las artes en este siglo extraordinario. Como siempre, mujeres que vencieron la intolerancia y los prejuicios, luchando contra todos, a veces hasta consigo mismas, y lograron expresarse a través del arte e incluso conseguir la independencia económica con su trabajo.

Una de ellas fue Luisa Ignacia Roldán (Sevilla, 1652-Madrid, 1704) Hija del escultor Luis Roldán y Teresa de Mena, ayudó desde pequeña en el taller de su padre, junto a sus siete hermanos y hermanas. El escultor, emigrado desde Granada, trabajaba en la todavía importante ciudad de Sevilla y fue uno de los más reconocidos de la escuela sevillana. Pero la niña no se conformó con colaborar en la policromía de las figuras, sino que desde muy jovencita empezó ella misma a diseñar y a tallar la madera, actividad sin duda muy poco femenina. Ya a la edad de diecinueve años, contraviniendo en todos los sentidos la voluntad de su padre, contrajo matrimonio con Luis Antonio de los Arcos, uno de los asistentes del taller de Roldán. No se sabe por qué causas el escultor no aprobaba esta relación, ni tampoco es posible afirmar si Luisa se enamoró o simplemente buscó un camino para su autonomía. Lo cierto es que incluso llevó el asunto de su matrimonio ante los tribunales, que le dieron la razón. Es de suponer que la chica alegaría haber mantenido relaciones sexuales con su novio, pues esta era una de las pocas razones -para salvaguardar el honor femenino- por que un juez aprobaría una boda en contra de la voluntad del padre. Así salió Luisa de la casa paterna para disponer por sí misma de su vida.

Todas las hermanas de Luisa habían ayudado también en el taller desde niñas e igualmente se casaron con ayudantes del oficio familiar, pero eso formaba parte de la tradición, pues así el padre se aseguraba asistencia y la continuidad del negocio. Sin embargo, algo extraño debió intuir Luis Roldán en su cuarta hija cuando se negó a su noviazgo con Luis Antonio, cierta competencia de ella quizás. Y es verdad que Luisa, en cuanto se casó, se convirtió en la jefa de su propio taller y su marido no fue más que un mero auxiliar. ¿Debería de haber sido al contrario? Posiblemente eso esperaría él. Existe constancia de que no fue un matrimonio muy bien avenido. La pareja siguió algunos años en Sevilla, donde la Roldana -como se la conocería desde entonces- consiguió algunos encargos menores de diferentes cofradías e iglesias. Convertida ya en competidora de su padre, Luisa comenzó a desarrollar un estilo propio, arriesgándose además a trabajar con barro, un material considerado rústico y popular, sin valor artístico. Sin embargo, ella supo ejecutar una técnica que dotaba a sus figuras de barro de encanto y expresividad. De todas formas, destacó siempre por la talla en madera, que nunca abandonaría. Poco a poco fue haciéndose conocida y en 1686 fue contratada por el cabildo de la catedral de Cádiz con varios encargos importantes. Acabados estos trabajos, Luisa decidirá trasladarse a Madrid, con la aspiración de llegar a escultora de confianza del Rey. Trabajará con tenacidad durante cuatro años, extendiéndose su fama entre la nobleza, hasta que en 1692 la Roldana fue nombrada, en efecto, escultora de cámara de Carlos II, privilegio reservado a unos pocos y, especialmente, a ninguna otra mujer.

Luisa Ignacia Roldán pensaba que su puesto en la corte real le supondría una notable mejoría económica, así como laboral, pero no fue así. El mundo de los anteriores Austrias, en que el arte y sus creadores eran dignos de respeto y generosidad ya no existía. Y ahora el palacio madrileño era un lugar gris, asolado por la crisis general y por la de su monarca. En estos años pasará la Roldana no pocas penurias económicas, pues no cobraba los trabajos que hacía. Resultó ser su cargo simplemente honorífico. Es cierto que otros artistas de la corte también tenían problemas con los pagos, no obstante está demostrado que las mujeres eran peor retribuidas que sus colegas masculinos. Tampoco es sorprendente, teniendo en cuenta que en la actualidad esto sigue ocurriendo. En ningún momento se planteó la luchadora mujer volver a Sevilla en estos duros años, pedir ayuda a su padre, quien sin duda la había perdonado, incluyéndola como heredera en el testamento de 1689. Diez años después murió el escultor sin que la hija cediese ni un milímetro en su rebeldía.

Tras la Guerra de Secesión y la llegada al trono de Felipe V, Luisa consiguió mantenerse con el nuevo rey de la casa de Borbón, tras varias cartas de petición informando de su trayectoria y dando una muestra más de osadía y determinación. Segura de su talento, afirmó ser capaz de trabajar en cualquier material, madera, barro, plata, bronce. Ya no demandaba dinero, sino solamente una casa y alimentos suficientes para mantener a su familia. En 1701, el monarca la reafirmó en su puesto, si bien su trabajo ya no tuvo continuidad. Luisa enfermó y falleció sólo tres años después. Una dura vida más de otra mujer excepcional.

La Roldana, como tantas mujeres fueron reconocidas en su tiempo gracias a su tenacidad y esfuerzo, pues aún era más difícil para ellas demostrar su talento y luchar por su vocación. Sin embargo, la Historia las ha recluido a un lugar menor, condenándolas injustamente al silencio y al olvido.

CDR  

2 comentarios:

  1. De "Roldanas" está el mundo lleno. Intentemos sacarlas de ese silencio y olvido.
    Tati.

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